Friday, May 11, 2007

Mi deseado "tecno-anacronismo"


El hombre dormita sereno en su vetusto camastro renacentista, y llenan su cabeza de ideas revolucionarias ensoñaciones de los más variados tipos. Alas de piel de cordero y madera de acacia en humanoide armazón pajaruno; helicoidales formas sinuosas que elevan en vertical al osado protopiloto; poleas que conectan poleas y engranajes que mueven la rueda del molino sin la necesaria ayuda de la bestia… Y de pronto, un ruido insoportable rompe la calma de su alcoba renacentista y lo saca de su creativo abandono nocturno. Ante él se dibuja, diáfana enmarcada en su amplio ventanal, la silueta de un Black Hawk que ilumina toda la estancia con un potente foco de luz blanca. Al día siguiente, un tal Leonardo DaVinci ingresa en un monasterio cercano en lo que podría llamarse “estado de shock post-traumático”. Nadie vuelve a oir su voz, y muere años después sin volver a mentar palabra, totalmente abstraído en la fantasmal visión mecánica que le asaltara aquella noche…
Resulta sencillo imaginar el impacto que semejante encuentro podría haber causado en la mente preclara del inventor italiano. Los anacronismos tecnológicos no obstante, más allá de la creatividad hollywoodiense y sus Deloreans, son realidades imposibles que encuentran su razón de ser en la imaginación trasnochada de nostálgicos tecnócratas.
La pregunta sobre capacidad de asimilación del ser humano frente a lo imposible, da una vuelta de tuerca más cuando se traslada al universo del videojuego para dilucidar el resultado de un hipotético experimento. A saber: un par de jóvenes imberbes apremian el paso camino de su casa a la salida del instituto; uno de ellos acaba de adquirir una flamante Sega Megadrive, 16 bits de pura potencia, con el juego más veloz programado hasta la fecha, Sonic The Hedgehog, y planean pasar la tarde delante del televisor enganchados al pad. El experimento, alto secreto, comienza con el encendido del sistema. En lugar del mensaje de Sega Enterprises Ltd, la pantalla se ilumina con un verde cegador y una enorme “x” inserta en una esfera. Nuestros sujetos aún no saben lo que pasa, y se miran perplejos y desorientados. Pronto, un enorme soldado embutido en futurista coraza hace acto de presencia, de espalda a los dos chavales. Un pañuelo se ciñe a su ruda cabeza, y sus enormes brazos sujetan una exagerada ametralladora con lo que parece ser una sierra en el extremo. El chico que sujeta el pad aún no da crédito a sus ojos, pero casi instintivamente desliza el pulgar por la cruceta, y el personaje comienza a andar. Lo que ahora ven en su televisor Sony Matchline 100hz de 28’’ no tiene nombre. El soldado avanza por un entorno gigantesco, semiderruído e hipersólido que ellos no pueden distinguir de la realidad. ¿O es la realidad misma? ¿Alguien les toma el pelo, cámara en ristre, haciéndoles creer que aquello es un videojuego? Siguen moviéndose por la barroca ciudad apocalíptica y de pronto, el soldado sale corriendo. ¡Ahora sí que saben que la imagen es real! El movimiento perfecto de la cámara al hombro delata a sus observadores. Justo entonces, surge de pronto tras de un gran bloque de piedra lo que parece ser una horripilante criatura deforme que blande otra de esas enormes armas, y abalanzándose rauda sobre el soldado lo despedaza y da muerte. El saber súbitamente que todo lo visto era parte de un videojuego les hiela la sangre. Comienza a recorrerles un sudor frío y el corazón les palpita a velocidades de vértigo. El shock amenaza con aparecer. Y antes de que puedan siquiera soltar palabra, un simpático erizo azul se materializa en la pantalla del televisor y echa a correr, ufano, por una verde pradera bidimensional.
El experimento no deja de ser una fantasía, pero todos la hemos tenido alguna vez. Es el menage a trois de los jugones con solera, el sueño húmedo de haber podido disfrutar siquiera por un instante de las grandes obras que hoy nos desbordan en plenos años 80 o 90, cuando todo era nuevo y nosotros aún éramos impresionables. La pregunta, como decíamos, es saber si habríamos sobrevivido. Metal Gear 4, Gears of War, Gran Turismo 5… Cualquiera habría servido para ponernos a prueba. Y de no haber muerto, ¿qué habría sido de nosotros a partir de ese momento? ¿Se habría replegado el universo sobre sí mismo en una paradoja espacio-temporal? ¿El Sonic 2 habría sido programado sobre una Naomí y Mario gritaría “It is me, Mario” con un perfecto Emotion Engine? Casi con total seguridad, habríamos ingresado en un monasterio hasta el fin de nuestros días. Eso, o la agridulce sensación constante de haber tocado el cielo con la punta de los dedos, pero haber sido devueltos a la vida por la presencia resplandeciente que nos empujaba a seguirla al final del túnel…