Monday, October 29, 2007

Saturday, October 27, 2007

Street Fighter IV: Vuelve el mito

El reciente Capcom Gamer's Day deparó una de las sorpresas más insospechadas de los últimos tiempos: la publicación de un nuevo capítulo en la saga de lucha más importante de la historia del videojuego, Street Fighter. La cuarta entrega verá la luz el próximo 2008, aún sin fecha concreta, y aunque Capcom no ha revelado si se tratará de una entrega 3D o si continuará apostanto por la bidimensionalidad, desde El Corral esperamos que se opte por mantener la estética 2D clásica, remozada eso sí, que tanto nos ha hecho disfrutar a los fans de la serie.
De momento, aquí os dejamos con el trailer del juego... Disfrutadlo. Yo me voy a echar unas partidillas al Capcom Classic Collection para ir matando el gusanillo.

Wednesday, October 24, 2007

Decorando mi zulo

Hola.
Me llamo Wildwood, y llevo dos meses entre cuatro parcas paredes blancas, sobre un colchón de esponja que yace, literalmente, sobre el suelo. Mis secuestradores querían ponerme a prueba, y dijeron que me bastaba con una mesita minimalista, un flexo polvoriento y un armario de Ikea al que le faltan perchas.
Pero yo tengo un plan. De momento, voy a dar puerta al armario de Playmobil para ganarle hueco al zulo. Luego, me desharé del colchón de esponja y colocaré una cama, esta vez con somier, bajo la ventana, a lo ancho. Luego haré lo propio con la mesita, compraré algunos posters, una alfombra, una bombilla de más vatios, una lámpara acogedora y una mesa de ordenador con silla, y decoraré mi zulo a mi gusto.
Mis secuestradores dicen que lo normal es sentirme como me sentía al principio de mi cautiverio, aislado y desganado. Pero estoy venciendo. Siento que mi estancia aquí ya no será un suplicio, y empiezo a ver mi zulo como un lugar hogareño en el que poder descansar sin la imperiosa necesidad de abandonarlo cuanto antes. Es más, creo que incluso puede que empiece a gustarme mi secuestro.
No paguéis el rescate. De momento me quedo aquí.
Wildwood.

Thursday, October 18, 2007

La forja de una leyenda







Testimonio gráfico obra del amigo Fran de la Estación del Silencio, cuna de Héroes. Efectivamente, estuvimos allí.

Monday, October 15, 2007

Simplemente...Héroes.

¿Cómo describir lo indescriptible? ¿Cómo expresar con palabras lo que las palabras sólo alcanzan a esbozar? ¿Cómo poner por escrito sensaciones que no pueden ser explicadas? Supongo que basta con decir "Héroes del Silencio en concierto". Así de simple.
El pasado 12 de octubre tuvo lugar en Zaragoza uno de los acontecimientos más esperados de los últimos tiempos: el regreso de Héroes, diez años después. Diez años de rumores, incertidumbres y sueños que cobraban forma a las nueve de la noche del pasado viernes, finalmente, casi como si lo imposible se hiciera realidad ante nuestra atónita mirada.
La Romareda se vistió de gala para a coger a 40.000 enfervorecidas gargantas que corearon el nombre de sus ídolos hasta la extenuación y la afonía durante dos horas y media. Los Bunbury, Valdivia, Andreu y Cardiel repasaron, sobre un escenario gigantesco que se extendía varias deceneas de metros hacia adelante en una estrecha plataforma, sus éxitos de siempre, entre los que además dejaron huecos para interpretar algunas canciones de sus primeros álbumes que sólo los muy aférrimos conocían como para cantarlas con ellos.
La puesta en escena fue simplemente soberbia. Miles de vatios de sonido hacían temblar los cimientos del estadio y las piernas del respetable, que entregado, no daba crédito al espectáculos de luces, pantallas y efectos que constantemente se mostraba ante sus atónitos ojos.
Resulta imposible destacar un sólo momento, porque el concierto entero estuvo lleno de ellos, desde la magistral intro seguida de El Estanque (me gustaría saber a cuántos, como a mi, se le saltaron las lágrimas), hasta los acordes iniciales de Entre dos Tierras, o la imagen para el recuerdo de un público plagado de luces que simulaban un reflejo del cielo en la tierra cuando Bunbury comenzó a cantar La Chispa Adecuada. Todo fue especial. Todo fue inolvidable. Todo fue irrepetible...
El próximo día 27 de octubre los Héroes darán su último concierto de esta gira-reencuentro, en Valencia. Y cuando acaben, presumiblemente, la voz del mayor grupo rock que ha dado este país se apagará para siempre. Pero como ellos mismos dijeron una vez..."Para siempre, no hay nada para siempre". Y así debe ser.
Nosotros, los que estuvimos allí, sin embargo, siempre podremos decir que asistimos a su reencuentro y a su despedida. Diez años después. Diez años de sueños, rumores e incertidumbres después. Con ustedes, Héroes del Silencio.

Wednesday, October 10, 2007

"Un Salto al Vacío", Capítulo 2

BIENVENIDO
El tiempo pasa despacio si eres una piedra. No lo hace, sin embargo, si eres un hombre, por mucho que tu corazón se haya vuelto duro y frío como una roca. Pero un año es nada para que el cambio pueda hacer mella en la piedra servida en toneladas que levanta una mansión oscura y parca en ornamentos con más de cien años de historia. Todo sigue igual: cada balaustrada, cada peldaño de la escalinata principal, cada capitel y cada gargolesca figura del friso sobre la entrada.
Una fría ráfaga de viento que hace silbar a los árboles arremolina las ocres hojas contra las paredes, y el canto siniestro y triste de un grajo augura tormenta. Bruce Wayne, el respetado señor Wayne, heredero de una de las fortunas más importantes del país, deseado soltero, respetado hombre de negocios, desconocido vengador, misterioso desaparecido…ha vuelto. Observa inmóvil su hogar, y no siente nada. En el fondo, sabe que su sitio aún no es ése, y que podría no serlo nunca más. Si ha saltado de nuevo al centro de la pista, en contra de su voluntad, ha sido empujado desde las bambalinas de las sombras por un payaso temeroso de que las fieras se hagan con el control del circo, sabedor de que sólo hay un hombre capaz de domarlas.
Los largos días de verano de la infancia quedan lejos. Aquel niño curioso, tímido e inquieto que exploraba cada rincón de la propiedad es un recuerdo distante. Los gritos de alegría al ver llegar a su padre, el movimiento constante arriba y abajo del servicio, la agitación general previa a la celebración de una de las muchas galas que su madre ofrecía a amigos, familiares y clientes…todo es ahora un eco sordo en su memoria. Alfred. Sólo Alfred Su imagen acuda clara a su cabeza. El fiel mayordomo, albacea durante tantos años de su fortuna, es lo único que perdura de aquellos tiempos. En cierto modo, fue como un padre para él, una luz que guió sus pasos cuando el camino quedó borrado de golpe por el mazazo de la muerte. Desde entonces lo llenó todo, no sólo el vacío emocional de la pérdida, sino también el físico en la casa. Su enorme presencia mantuvo con vida la menguante personalidad de aquella mansión, el carácter antaño vital y luminoso de la enorme construcción decimonónica, haciéndole más fácil el día a día en un hogar que cada vez le era mas extraño. Consejero, tutor, educador, servidor…amigo. Sabe que si alguien le ha echado de menos durante estos meses ha sido Alfred. Pero también sabe que él comprendía el motivo, y que su regreso, aunque temporal, hará florecer en su viejo y sereno semblante una sonrisa sincera por el inesperado reencuentro.
Encamina entre reflexiones sus pasos hacia la puerta principal y levanta el pesado gozne de bronce con rostro de fauno. Podría llamar al timbre, simplemente, pero añora el eco poderoso del roble de la puerta perdiéndose por las múltiples estancias de la casa, que siempre anunciaba la llegada del difunto señor Wayne al caer la noche. Tras de unos instantes de espera en silencio, unos pasos delatan la presencia de alguien al otro lado de la puerta. Un par de chasquidos sordos preceden al lento chirriar de las bisagras, y pronto el incipiente resquicio descubre la mirada inquisidora de un hombre ataviado de negro y blanco en un impoluto traje de corbata. Alfred le mira, tranquilo e inalterado, antes de entornar los ojos y dibujar en sus labios un gesto de incontenible alegría.
-Justo a tiempo, señor –su voz denota emoción, aunque trata de disimularla con un aire de seriedad fingida-. La cena está a punto de servirse.
Al abrir el grifo da nácar, una nube de vapor toma toda la estancia. La bañera rebosante es una reproducción a escala del río en los neblinosos días de invierno, con una fina capa translúcida suspendida justo por encima de la superficie. Ya casi había olvidado la reconfortante sensación que supone un baño de agua caliente perfumada con sales. El obsoleto transistor sintoniza una emisora de onda pesquera en la que suenan acordes clásicos de corte gótico. Alarga la mano para coger la agonizante barrita de incienso que prende lenta junto a él, y la apaga introduciéndola en el agua. Después se levanta, coge una toalla y la ajusta a su cintura. Los siguientes minutos los dedica con esmero a hacer desaparecer la desaliñada barba que le ha acompañado durante el último año. Después, ya en su habitación, escoge casi aleatoriamente algo de ropa de su generoso armario y, una vez vestido, dirige sus pasos a su “despacho”.
La bat-cueva conserva su esplendor, pese al año de inactividad. Las rocosas paredes húmedas se elevan majestuosas una decena de metros por encima del pétreo suelo, y una pequeña cascada de agua helada se precipita incansablemente en el extremo sur de la gruta. La iluminación es tenue, pero permite distinguir cada rincón con claridad: el panel de monitores, el cuadro de mandos, los rádares… y una plataforma elevada donde descansa la niña se sus ojos. Bruce Wayne se le acerca y lo acaricia, sonriente.
-Él también le ha echado de menos, señor –le sorprende Alfred desde una esquina-, estoy seguro.
El batmóvil. Una joya de aleación ligera resistente a balas y cargas explosivas diseñado por Industrias Wayne por encargo de un misterioso pero acaudalado cliente de las Islas Caimán, al parecer aficionado a las incursiones en frentes de guerra… que descansa a escasos kilómetros de donde fuera concebido, en manos del ilustre y pacifista dueño del emporio Wayne. El batmóvil. Una sombra invisible a los radares y detectores de movimiento equipado con la última tecnología en armamento tierra-aire y tierra-tierra capaz de desarrollar velocidades por encima de los 300 km/h, aliado inestimable en la lucha que el señor de la noche mantiene con el crimen organizado de Gotham…
>>El batmóvil. Batman sabe que todo pasa por llegar hasta él, pero la veintena de hombres que le rodean no se lo van a poner fácil. Sus rostros irradian maldad y desesperación, mientras sonríen de forma casi clónica clavando sus ojos en los de su presa. Estudia sus posibilidades en un análisis vertiginoso del contexto y su situación y determina que, dadas las circunstancias, un ataque frontal puede ser la opción correcta. Antes siquiera de que los hombres puedan apreciar sus movimientos, Batman extrae de su cinturón dos batarangs que lanza con precisión a los dos enemigos más cercanos. El impacto es letal: los cuerpos se desploman inertes frente a él ante la atónita mirada del resto. Un gigantón greñudo al que le faltan casi todos los dientes ruge y embiste contra la sombra alada. Batman lo esquiva sin demasiado esfuerzo y golpea su espalda con el codo a su paso. La mole cae de bruces arrastrando su enorme panza un par de metros por el suelo, inconsciente. Antes de que acabe la escena, alguien agarra al murciélago por la espalda tratando de inmovilizarlo. Batman lucha por zafarse y descubre la presencia cercana de un encorvado hombre de rasgos asiáticos que esgrime con una nada desdeñable habilidad un machete de interesantes proporciones. Sus miradas se cruzan unos instantes y el hombre lanza una rápida estocada directa al pecho del héroe. Usando a su inmovilizador como punto de apoyo, eleva su cuerpo en el aire y lanza un enérgico puntapié al rostro del hombre armado. Acto seguido impulsa la cabeza hacia atrás acertando en el mentón del individuo, que recula y libera a su enemigo. Batman se gira veloz impulsando su pierna izquierda con la cadera para propinarle a media altura un golpe seco y demoledor. Uno menos.
>>Algunos de los hombres restantes deciden que es mejor huir que enfrentarse a sus miedos, y se internan raudos en las sombras lejos del alcance del señor de la noche. Los que aún conservan algo de valor, o son tan imprudentes como para intentar vencer en el cuerpo a cuerpo a alguien que casi les dobla en estatura, hacen piña en torno a Batman. Se organizan con intención de llevar a cabo un ataque conjunto que no pueda repeler y avanzan con lentitud estrechando el círculo en torno del héroe. Éste los mira impasible girando sobre sí mismo, y eleva después la mirada a las alturas en lo que podría interpretarse como un gesto trascendente a modo de plegaria. Nada más lejos. La sombra sonríe socarrona y dispara un certero tiro con uno de sus gadgets a una cornisa cercana para elevarse después velozmente por encima de las cabezas del grupo, que se abalanza sobre él lo suficientemente tarde como para rozar sus botas con la punta de los dedos. Desde allí, un salto hasta el edificio de enfrente. Uno más. Y otro. Y otro. Pronto puede observar la escena desde las alturas, como lo haría un azor con sus presas antes de abalanzarse sobre ellas.
>>A salvo por fin, recogido sobre sí mismo y en calma, la gargolesca figura traza visualmente un vuelo descendente que le lleve a su corcel de metal negro, escondido algunas decenas de metros más bajo. Abre sus alas y se descuelga ingrávido, a lomos del viento, fachada abajo. Mientras crecen paulatinamente en sus pupilas los objetos que antes sólo insinuaban formas en el asfalto, piensa en quién es y en por qué hace lo que hace. La respuesta se dibuja clara en su mente. Una sonrisa dantesca. Dos disparos. Dos cuerpos inertes. Un llanto desconsolado. Una vida solitaria…Una venganza.
>>Entra en el batmóvil y se siente a salvo, inexpugnable. Enciende el contacto y el rugido silencioso del motor le da la bienvenida…
Anhelaba su canto áspero y violento, mezcla de combustión y música metálica. Siente el tacto frío y suave del volante en sus dedos, casi como si acariciase la tersa piel de alguna de sus amantes. Alfred le observa desde fuera.
-Han nacido el uno para el otro, señor- apunta-. No cabe duda.
Apaga el motor y el silencio vuelve a la batcueva. Permanece un segundo inmóvil dentro del coche, y después desciende pausadamente. Avanza decidido hasta su butacón giratorio de cuero negro y toma asiento.
-He llegado a extrañar realmente este lugar –dice, casi para sí.
-El tiempo se ha detenido en su ausencia. No es que el ritmo en esta casa acostumbre a ser vertiginoso, pero sus quehaceres diarios suponían gran parte de la actividad habitual entre estas cuatro paredes. Desde su marcha, señor, la monotonía ha sido la nota dominante.
-Siento de veras que todo ocurriese así, Alfred –responde Bruce, mirando a los ojos al enjuto mayordomo-. Me habría gustado poder avisarte, o al menos despedirme como es debido. Pero por desgracia las cosas no acontecen como a uno le gustaría que lo hicieran. Este último año he tenido tiempo para reflexionar. Sobre todo para reflexionar. He pensado mucho en mi identidad, en mi lucha, en mis anhelos y en mis temores.
-¿Y ha concluido en algo, señor? –pregunta Alfred.
-No lo sé –la mirada perdida del hombre murciélago emana incertidumbre, mezclada con nostalgia-, para ser honesto. Al final de cada pensamiento la constante solía ser la contradicción. Muchas noches, cuando la sangre me pedía a gritos acción, luchaba conmigo mismo para refrenar el impulso en la creencia de que así podría purgar mi alma de los tormentos a los que la hube sometido. Pero detener lo inevitable no es fácil, Alfred. Hasta hace algunos meses, los que la luna ha permanecido huérfana de compañero en la oscuridad, tenía claro cuál era la senda que guiaba mis pasos. Cuando el grito de ayuda manchaba la negrura del cielo, el murciélago desplegaba sus alas y caía en picado sobre el delito y la injusticia. Encontraba en ello un placer difícil de describir, casi irracional. Pero, ¿hacía lo correcto? O sea, ¿tenía derecho a interferir de forma egoísta en la labor de otros por pura satisfacción personal? Hubo un momento en que sabía sin ningún género de dudas que tras de la máscara había un hombre. El sentimiento de venganza, justificada, movía mis actos sin más aspiración que la liberación del espíritu. No pretendía llegar más allá. Buscaba reconciliarme con mis miedos para teñir de color mis recuerdos, y en la búsqueda caerían tantas fichas como fuera necesario para derribar el dominó de la redención…
Batman silencia sus palabras en un suspiro ahogado que nada tiene que ver con nostalgias o recuerdos. Una tos seca y asfixiante enrojece por unos instantes el rostro de Bruce Wayne; pero antes de que Alfred, alarmado, pueda acercarse a golpearle la espalda, se recupera y prosigue con su reflexión.
-No sabría decir en qué punto del camino me aparté de mi objetivo. Dónde exactamente dejé de perseguir un sueño para guiar el carruaje de las pesadillas de otros. Sólo sé que al final de todas las cosas por las que luché, detrás de todo aquello que movía mi ambición, no pude encontrarme a mi mismo.
Alfred medita sus palabras en silencio. Por primera vez después de muchos años, el intimidante señor de la noche le recuerda a aquel crío desprotegido que arropaba antes de dormir, para después leerle un cuento. Su mirada fría y segura brilla ahora con reflejos de incertidumbre. Avanza lentamente por el suelo pulido de la cueva, hasta llegar a la altura de su protegido; luego alarga la mano y la apoya firmemente en su hombro. Su semblante cuasi octogenario, sereno, inspira de pronto en Bruce Wayne una calma y una confianza que creía perdidas para siempre. Una sonrisa sincera se dibuja en la cara del mayordomo, que sentencia:
-Bienvenido a casa, señor.


Sunday, October 07, 2007

Una pareja de miedo


El teatro Reina Victoria (Carrera de San Jerónimo, 24) alberga una de las representaciones más apetecibles que pueden hoy verse en Madrid. Dirigida por Jaime Azpilicueta, la obra se estrenó en Mayo en Córdoba, y desde entonces hasta 13 ciudades españolas han podido o podrán disfrutar de un desenfadado guión que, inspirado en la obra de Charles Ludlman El Misterio de Ira Vamp, aúna intriga y humor a partes iguales para disfrute del respetable.
Josema Yuste y Florentino Fernández se reparten los seis personajes que dan vida a la historia en un magistral acto de camaleónica interpretación como sólo dos monstruos del humor y la caracterización pueden hacer. El continuo intercambio de juegos de palabras, referencias contemporáneas, chascarrillos y gestos provoca la carcajada constante de un público que acaba rindiéndose al buen hacer de los dos televisivos personajes.
El argumento narra la intriga que se vive en una casa victoriana inglesa cuando Lord Edgar, afamado egiptólogo, contrae nuevas nupcias con la oronda Lady Margaret, tres años después de la muerte de su primera amada y también arqueóloga Lady Ira Vamp. La sombra del misterio se cierne sobre la casa cuando Margaret obliga a su marido, celosa como una perra, a dejar de rendir póstumo homenaje a su difunta esposa. La ambientación, que se sirve de un fantástico aparato audiovisual y una puesta en escena que permite el juego de cambios de rol de los dos actores, contribuye a crear una atmósfera digna de la mejor historia de Oscar Wilde. El ama de llaves Pétrula (travestido Josema Yuste en estado puro) y el criado Nicodemus (un Florentino tontorrón y picaruelo con pata de palo) dan lugar sin duda a algunos de los momentos más chistosos de toda la obra.
Surrealismo, humor y un constante homenaje al absurdo más hilarante harán desternillarse a los espectadores de una obra genial que desde El Corral aconsejamos con el convencimiento que supone haberla disfrutado en primera persona.
El que suscribe se plantea repetir en breve... ¡Miren si será buena!

Tuesday, October 02, 2007

Un apunte de madrugada

Supongo que momentos como éste debería guardarlos para mi. Para mi y los míos. Pero ocurre que todos vosotros, los que estáis ahí, al otro lado, sois los míos. Por eso quiero compartirlo haciéndoos partícipes de lo que siento, susurrándoos a altas horas de la noche lo que en estas cuatro paredes me ronda por la cabeza. Y por el corazón.
Hace casi 48 horas que Wanda no está con nosotros. Aunque lo cierto es que, como pasa siempre con las cosas buenas, algo queda impreso en el aire y nunca terminan de irse del todo. Los últimos meses no habían sido todo lo buenos que deberían, y el día a día se hacía incierto y difícil. Al final, te conformabas con que lo peor no llegase, y eso, amigos, no debería ser nunca suficiente. La espada de Damocles revoloteaba sobre orejas, cesta y collar, creando un ambiente de incomodidad que tras de unos meses se había hecho insostenible.
Ahora, escribiendo esto que tantas veces me he repetido en estas últimas horas, me pregunto si no será sólo un consuelo fútil. Ya sé que la calidad de vida, y más hablando de un animal, debería guiar siempre decisiones así, pero no puedo evitar pensar que la situación no era tan dramática. Lo jodido es que sí lo era. Por eso, por pura generosidad opuesta al egoísmo que supondría haber querido mantenerla con nosotros un tiempo más, aún a expensas de hacerla sufrir, lo que ha ocurrido tiene el valor que tiene. El de lo necesario.
Pero una cosa no quita la otra, y no puedo evitar sentir otro pequeño vacío en mi, justo donde duele lo que se va y donde se siente lo que se quiere. Estar lejos me ha evitado pasar por momentos que nadie desearía, para mi desgracia (lo creo firmemente) en más de una ocasión. Pero esta distancia hoy me hace pensar más que nunca en lo mágico que resultan los vínculos emocionales, que vencen barreras físicas y continúan existiendo incluso cuando ya nos hemos ido. De casa, o del mundo. Qué más da.
Claro que, como dije al principio, hay cosas que nunca se van del todo. Y ella era una de esas cosas. Si me disculpáis, voy a ver si concilio el sueño...