Tuesday, November 27, 2007

Mr. Vértigo

No diré que conozco a Auster. Aún no. Voy camino de hacerlo, pero aún no lo conozco. Aunque empiezo a intuirle, eso sí. Quienes lo han devorado en su casi totalidad, no obstante, sabrán que lo que me dispongo a decir es cierto. No es el todo, pero es cierto, aún siendo parte.
Hace algunos años, ya muchos, Perenzal me habló de un autor americano de prosa directa e historias cautivadoras que había levantado un "castillo en la luna". Picado por la curiosidad, me sumergí en aquella novela un verano de los que aún eran ociosos, y descubrí que también se podían contar cosas interesantes sin recurrir a orcos, elfos, hobbits y lembas. Aquel texto levantaba el vuelo de forma sutil sin elevarse nunca del todo, con un Nueva York de fondo que, por momentos, parecía ser el verdadero protagonista. Auster convertía la insulsa vida de un cualquiera en un punto de encuentro de vidas más prosaicas pero no menos mundanas, tejiendo un argumento sólido que, al final (no se me solivianten, no se trata de ningún spoiler), resultaba poner cada cosa en su lugar con pirueta incluida. Y en medio, un inolvidable pasaje en un ascensor (mínimo pero revelador), y un Parque con vida propia, tal que la isla de cierta serie de cierto culto...
Luego, años más tarde, movido por el deseo de reencontrarme con el autor, me sumergí en una trilogía también neoyorquina, también aconsejada. De nuevo, la directa forma de contar las cosas más cotidianas y las más inverosímiles, por introspectivas, llenaron horas de asueto y esparcimineto. En esta ocasión, Auster dividía su obra en tres actos aparentemente independientes, tras de los que subyace un hilo invisible, casi involuntario, que acaba por conectar ante la sorpresa del lector las tres historias, sin conectarlas. Al menos explícitamente. A eso me refiero: uno lee sobre un escritor reconvertido contra su voluntad en investigador privado, sobre un investigador privado que se aisla de sí mismo para encontrarse a sí mismo escribiendo, y sobre un periodista que investiga para escribir una biografía (sobre sí mismo en realidad, aunque no una autobiografía)... y lo inconexo se completa. Nueva York, además de en el título, aparece siempre dibujado en el paisaje.
Mr Vértigo, tras todo ello, supuso la sorpresa. Justo cuando uno piensa que ya conoce a Auster, que puede preveer sus giros o que sabe de qué pie cojea, el escritor se reinventa. No más cotidianidad vestida de excepción. Ahora mejor, optemos por la excepción vestida de cotidianidad. ¿Qué, si no, es la historia de un niño que aprende a volar? Literalmente y metafóricamente. Es Sant Louis, y son los años 20, y son tiempos difíciles para un huérfano al que un misterioso personaje (Yehudi...qué gran nombre) pretende convertir en algo único. Al final, como todos nosotros, acaba siéndolo, pero en el camino Auster retrata un momento en la historia americana con respeto, fidelidad y la magia que sólo él sabe imprimir a lo que escribe. Decíamos que para ello se reinventa, y tal es así que incluso dentro de una misma obra se permite frenar en seco para recrearse en algo aparentemente trivial sólo por el mero hecho de hacerlo (no dudo de la relevancia del baseball como hecho social en la América de los 30-40, pero su peso en la novela sólo puede justificarse, en cierto momento, desde la habilidad del autor para dar coherencia a lo que aparentemente -otra vez- parece no estar relacionado).
Las cuitas de Walt, el asombroso niño prodigio, ocupan ahora mis pensamientos literarios en espera de un nuevo episodio en el descubrimiento de Paul Auster. Y sí, ahora ya no me pillará por sorpresa. Creo saber, por fin, de qué pie cojea el autor americano. No lo sé todo, pero sé parte, y creo hablar con certeza cuando digo que esta vez sus creaciones no me pillarán desprevenido. Aunque, bien mirado, pocas cosas hay que desee más.

Friday, November 23, 2007

El "Face to Face" definitivo


El 27 de diciembre de 1982, en plena celebración navideña, se produjo uno de los encuentros más significativos de todos los tiempos. El Papa Juan Pablo II se reunía, casi dos años después, con Ali Agca, el turco que había intentado asesinarle en la plaza de San Pedro el 13 de mayo de 1981, hacia las cinco de la tarde.
El frustrado magnicidio postró al Sumo Pontífice durante tres meses en la cama de un hospital -el tiro en el estómago no alcanzó ningún órgano vital-, pero mantendría al terrorista durante más de 19 años entre rejas, antes de que fuese indultado a principios de 2006 para volver a la cárcel tan sólo unos días después. Su salida definitiva se espera para el año 2010.
Aquel 27 de diciembre, el papa tenía prevista una visita a la prisión de Kartal, en Estambul, en la que ofrecería una misa a la que esperaba asistiese Agca. Sin embargo, el propio recluso solicitó la presencia del papa en su celda para poder intercambiar con él algunas palabras en privado. Los funcionarios de la penitenciaría supusieron que aquella conversación giraría en torno a la súplica de perdón por parte del turco a Juan Pablo II y accedieron. Sin embargo, el contenido de aquel intercambio jamás salió a la luz. Durante 18 minutos, en una esquina de la sencilla celda en la que cumplía condena el terrorista, dos extremos departieron sobre asuntos desconocidos.
Desde entonces se ha especulado con lo que Agca quiso transmitirle al papa, pero lo cierto es que todo es nebulosa en torno a aquel misterioso encuentro. Dado que Juan Pablo II había expresado públicamente su perdón hacia el convicto poco después de abandonar el hospital, Agca no necesitaba saber si tal era el pensamiento del religioso tras sus actos. Hay quien apunta a que la conversación giró en torno al Tercer Secreto de Fátima; los que apoyan esta tesis insisten en que el terrorista deseaba conocer cuál era el contenido de aquel secreto, que supuestamente hacía referencia al fin del mundo y a la llegada del anticristo. Sea como fuere, el Sumo Pontífice jamás revelaría lo que en aquellos 18 minutos se habló casi en susurros en aquella fría celda turca, aludiendo al secreto de confesión como motivo para preservar la confidencialidad de las palabras del que pudo haber sido su asesino.
Más allá de lo que allí se dijo, el encuentro tiene a todas luces una relevancia especial por lo que supone. Por lo que supone, y por lo que evoca. Ver las imágenes hoy, tantos años después, sigue produciendo cierta inquietud que se mueve entre la compasión, la desconfianza y la perplejidad. Observar los gestos solidarios del papa para con su frustrado verdugo, gestos casi cómplices, a los que acompañan sonrisas que viajan de uno al otro lado, desconcierta. Es fácil pensar, a poco que uno tenga imaginación o convicciones religiosas (del tipo que sean), casi me atrevería a decir que incluso morales, que aquel encuentro significaba mucho más de lo que se nos quiso hacer ver. En aquellas dos sillas, frente a frente, cara a cara, conversaban el Bien y el Mal. Dios y Satán. Buda y el Rey Demonio... Da lo mismo. Y da lo mismo el orden de los roles, por cierto. Lo que importa es lo metafórico de aquellos 18 minutos, su simbolismo, lo impactante de imaginar que a los ojos de todo el mundo las representaciones de los más básicos instintos humanos urdían sus planes o exponían su diferencias.
Quizá por eso lo que hablaron nunca vio la luz. Porque incluso ellos, el Creador y su Creación Fallida, merecen tener un poco de intimidad, de cuando en cuando. Y toda una existencia bien merece 18 minutos...

Monday, November 19, 2007

Chechu Sonoro (1): Solo Peppers

Por fin, con algún retraso, la primera aparición pública de Chechu Sonoro, el espacio musical del amiguete Chechu en el que emitirá valiosos juicios de cuantas sesiones musicales tengamos oportunidad de gozar en tierras matritenses.
Con ocasión del homenaje que los ex-SuperSkunk dieron a los Red Hot el pasado de 21 de Sptiembre de 2007 en la sala Barrakudas, el crítico galaico de mayor arraigo resume, al amparo del Brugal, la actuación en apenas 34 segundos. Todo capacidad de síntesis.
Silencio, habla el crítico. Habla Chechu Sonoro...

Thursday, November 15, 2007

Su Otra Realidad

La inmortalidad se oculta en el recuerdo, agazapada tras de los ecos de la nostalgia y la memoria. No todos se instalan en ella, pues no todas la vidas marcan vidas, ni todas las almas trascienden lo físico para instalarse en lo espiritual. Pero los que lo hacen perduran así para siempre, dentro de aquellos que les siguieron, admiraron y quisieron. Inmortales, su imagen queda retratada para siempre con el carboncillo del afecto.
Fernando Jiménez del Oso fue muchas cosas. Fue padre, esposo, solícito periodista, reputado psiquiatra, reconocido investigador... pero sobre todo, fue un comunicador. Los que llegamos a ver en él algo más que un enamorado del misterio lo admirábamos precisamente por esa faceta suya. Sus innumerables reportajes sobre lo desconocido, la arqueología o la ciencia hicieron de él un número uno dentro del mundo de la divulgación, y le proporcionaron la fama que le acompañaría hasta el día de su muerte -o mejor, de su marcha al otro lado, donde, por la razón que fuese, se le requería-. Pero lo que le diferenciaba del resto, lo que nosotros sí supimos ver y llorar aquel fatídico 27 de marzo de 2005, fue su inigualable capacidad para transmitir. No importaba el tema, aunque siempre eligiese asuntos cargados de romanticismo y preguntas que quizás nunca alcancemos a responder, lo importante era cómo conseguía hacer que cada palabra contase, que cada idea llegase clara y diáfana al espectador para tocar los hilos más profundos de su raciocinio, y en muchas ocasiones de su percepción de la realidad. En cierto modo, oírle era dejarse llevar por un trance hipnótico del que no apetecía salir. Su aparentemente cansada mirada -esa que se llenaba de vida y ganas de saber cuando fruncía el ceño-, su hablar sereno, grave y lleno de inflexiones y pausas, y su socarrón sentido del humor, eran un océano en el que navegar a la deriva esperando que el viento de su discurso te llevase a alguna misteriosa orilla.
Para nuestra desgracia, las cosas buenas tienen fecha de caducidad. Y las personas buenas también. Cuando digo "bueno", aquí, no me refiero al espíritu o al buen hacer como individuo; hablo del valor del sujeto, de lo que al mundo -no importa si son millones o una sola persona- éste tiene que aportar. En su caso fue muchísimo. Explicarlo ahora con palabras es tan innecesario como responder al ignorante que se sorprende por lo que escribo. La realidad es que a algunas mentes inquietas -ellos saben quiénes son-, Jiménez del Oso les permitió algo que no todos son capaces de conseguir: les hizo soñar. Y punto. Lo demás, como suele pasar cuando la ignorancia y la falta de decoro se ponen sobre la mesa, sobra.
Hoy, mirando el retrato inmortal que miro tropecientas veces al día en esa minúscula pantalla de la que tanto dependemos, quise dedicarle un rato de mi tiempo para dejar constancia de que aunque se ha ido, sigue aquí. Y como él, su obra, la tangible y la que no lo es. Tú que puedes, chaval, ponte un DVD a mi salud y disfrútalo. Los demás, daros la oportunidad de escucharle sin prejuicios. Quizás no encontréis respuestas -él, por cierto, ya las tiene todas-, pero entenderéis de lo que hablo...

Wednesday, November 07, 2007

...pero rancio, rancio (1): Yo y mi llama

De verdad que no puedo esperar. Son las tantas, tengo sueño y mañana madrugo, pero no quería dejar de enseñaros este manjar rancio como la corteza del jamón que he encontrado en Tutubo. Escribo entre lágrimas silenciosas para no despertar a los compis, descojonado ante semejante esperpento.
Todo en el vídeo es aprovechable: desde la calidad de la imagen, a la put...ñetera cría jarrai (o como se escriba), pasando por la llama, que me recuerda a alguien pero no sé a quién, y por el asco general que da la puesta en escena. Especial atención a la conversación con el médico (¡ojo fans de los Simpsons!...es la voz de Carlos Revilla, Homer...lo único grande de verdad en el vídeo):
-Hola Margarita, ya veo que has traído a Mari Chari...
¡Juaaaaaas! Y de la canción ya ni hablemos; letras trabajadas, a lo Bono de U2, con rimas del tipo "a ella le gusta el dentista, porque mi llama es muy lista", o "enseña el colmillo, que te lo cepillo". Sí, la llama, que es una cabra deforme, tiene unos colmillos que ni un licántropo, no veas. Y ¿cómo le tiene que cantar a eso el pozo? Por no hablar de los pasteles que tiene que echar...Y mi madre se queja del cachorro.
Nada, nada, vedlo ya... ¡Vale su peso en oro! Hasta mañana amigos.

Tuesday, November 06, 2007

Cuando miras al abismo, el abismo te devuelve la mirada.


Salvo, claro está, cuando duerme. Entonces el abismo es dócil, silencioso, y ni las trompetas del fin del mundo podrían despertarlo. O despertarla, que nuestro abismo es chica. Una bola de pelo de mes y medio y orejas descomunales que viene a llenar el hueco dejado por una leyenda... con todo lo que eso supone.
El pasado día 1 del 11, hacia las 9:30 de la noche, hacía su presentación en sociedad la nueva mascota del Corral, Abyss. Un basset hound valensiano como la paella que trae ya de cabeza a los que serán sus amos y educadores durante los próximos meses/años.
Esta primera instantánea recoje un plácido momento de reposo de los que a menudo hace gala (por desgracia aún no cuando toca, por la noche), pero puedo aseguraros que la niña tiene carácter. Y si no, que se lo digan a mis laceradas manos... Ahora habrá que aplicarse duro para que su genio se apacigüe y se convierta en la "estupidez" y parsimonia que suelen caracterizar a la raza.
Esperemos que la canija evolucione bien y encaje mejor en su nuevo hogar. Hay muchas esperanzas depositadas en ella. Welcome home, Abyss.