Thursday, March 27, 2008

El Corral de Piedra 2.0

Vuestras palabras son órdenes, estimados paletos. El Corral de Piedra 2.0 está entre nosotros, al fin. Se acabó el entornar los ojos para no morir en el intento de su lectura, el seguir viendo los posts en vuestras cansadas retinas tiempo después de leídos, y la sensación de cansancio visual que acompañaba mi nutrida y extensa prosa.
A partir de hoy sólo luz. Aunque me encanten las sombras. Comentad qué os parece el cambio... o comentad, algo, lo que sea, leñe.
Loading...

Friday, March 21, 2008

Pesadilla a 20.000 pies


Últimamente viajo mucho en avión. No sé por qué, sinceramente: los billetes siempre acaban resultando más caros que los del tren -desde el descubrimiento de la "tarifa web" la diferencia es abismal- y los tiempos, sumados trayectos de metro y coche, esperas en la terminal y potenciales retrasos, vienen a ser ligeramente inferiores, pero enormemente más incómodos y estresantes. Supongo que los escasos 45 minutos de vuelo que separan Madrid de Alicante son la mejor publicidad a la hora de decidirse por el avión, pero cuando uno se para a pensar en todo lo que rodea al transporte aéreo, resulta sorprendente observar cómo conseguir un pasaje continúa siendo, a menudo, una labor ciertamente dificultosa -y bastante cara, por cierto.
En mi caso, además, confluyen otros aspectos que entroncan con fobias del pasado, afortunadamente superadas con los años. Volar, por breve que sea el trayecto, supone un reto mental que tiene que ver con el conocimiento certero de que una vez iniciado el viaje, el espacio limitado que describe la cabina permanecerá cerrado pase lo que pase. Además, nuestra ignorancia en el terreno de la aeronáutica redunda en pensamientos catastróficos de caídas en picado, y elucubraciones varias sobre lo surrealista de que semejante mole metálica pueda mantenerse en el aire cual liviano pajarillo. Así, una mente inquieta como la mía comienza a construir todo un cúmulo de horripilantes teorías sobre posibles finales entre gritos y máscaras de oxígeno con cada pequeña turbulencia o repentina bajada de presión. Lo llevo bien, no crean, pero aún así resulta casi inevitable.
Para colmo de males, mi infancia, ya saben, transcurrió en gran medida delante de un televisor. Siempre me he mostrado satisfecho y orgulloso de la educación audiovisual que semejante maestra me proporcionó durante años, pero para ser justos he de reconocer que muchos de los miedos que hoy albergo tuvieron también su origen en aquella inmóvil compañera. El paso del tiempo y la madurez relegaron esos temores a un plano subconsciente que emerge sólo en ocasiones muy puntuales, claro está, pero decir que los años los hicieron desaparecer sería engañarme a mi mismo. Ustedes lo saben bien, no lo nieguen. Y entre todos ellos, genética claustrofobia el margen, brilla con luz propia el respeto a los aviones, especialmente de noche, en asiento de ventanilla y cerca de las alas. Y digo respeto, pero podría decir pavor, vamos.
En 1983, producida por Steven Spielberg, se estrenó la versión cinematográfica de un serial de finales de los 50 y principios de los 60 llamado En los límites de la realidad (Twilight Zone). La cinta, dividida en cuatro segmentos independientes, presentaba al igual que la serie un número de historias breves y autoconcluyentes de temática fantástica, a caballo entre el terror y la ciencia ficción. Para la ocasión se reunió a cuatro afamados directores del género, incluido el propio Spielberg, encargados de dar forma a otros tantos relatos de impredecible o sorprendente desarrollo y, sobretodo, final. No entraré a desmenuzar cada una de las historias, aunque aconsejo fervientemente su visionado -especialmente a aquéllos que gustan de las narraciones a lo Cuentos asombrosos-, y me centraré en el último de los capítulos, sin duda el más desconcertante y aterrador, obra del director George Miller y protagonizado por el actor John Lightgow.
La puesta en escena nos lleva el interior de un avión comercial al que separan tan sólo 20 minutos del aterrizaje. La aeronave atraviesa una importante tormenta de prominente aparato eléctrico y las turbulencias son constantes y notorias. Uno de los pasajeros (John Lightgow) vive esos últimos minutos de viaje de una forma especial, acurrucado en su asiento, sudoroso y presa de un pánico latente que las azafatas intentan sofocar con constantes atenciones y palabras amables. La situación es crítica, y pende de un fino hilo que en cualquier momento podría desembocar en histeria colectiva de no conseguir que el pasajero mantenga la calma hasta el final del trayecto. De pronto, el hombre dirige su mirada al exterior del avión a través de la ventanilla, justo en el momento en que un rayo ilumina el ala, alcanzando a ver lo que parece una figura humana que permanece sentada a 20.000 pies de altura, impertérrita bajo la tormenta, a unos 50º bajo cero. El pasajero rompe en un pavor inusitado, y grita fuera de sí que hay un hombre en el ala del avión. Parte del pasaje y de la tripulación consiguen calmarlo a malas penas, mientras lo devuelven a su asiento, cerrando la persiana de la ventanilla y tratando de convencerle de que semejante cosa es imposible. El hombre lucha por no dejarse llevar de nuevo por la histeria, acompañado por algunos personajes irritantes que colaboran a crear una atmósfera que enervaría al más pintado -una pareja de pedulantes ancianos, un policía secreta gordo y desagradable, una niña impertinente y su marioneta...-, y observa la persiana de reojo, en una batalla interior por resistirse a abrirla para ver el exterior de nuevo. Evidentemente, no lo consigue. Lo que observa le hiela la sangre: una criatura monta el motor del ala izquierda, mientras lo embiste con su mano a cada sacudida eléctrica de la tormenta, haciendo saltar chispas del reactor que finalmente acaba incendiándose. El hombre sucumbe a la locura, y hasta el piloto debe enfrascarse en un duro intento por reducirlo, en el que el aterrorizado pasajero logra hacerse con la pistola del policía. Entonces, ante el asombro de la muchedumbre, abre fuego contra la ventanilla, que acaba por succionarlo por efecto del vacío. Alguien le agarra e impide que vuele directo al exterior del avión, pero medio cuerpo ya está a merced de las gélidas temperaturas y los vientos huracanados, allí afuera. La criatura permanece ajena a su presencia sobre el motor, hasta que el hombre le dispara, intentando poner fin a la pesadilla. Entonces se levanta, y como quien camina por un parque a plena luz del día, se le acerca, le arrebata el revólver, le planta la mano en la cara y, sonriendo en una mueca indescriptible entre terrorífica y divertida, le dice que no -un "no seas malo, anda", diríamos- con el índice de su otra mano. Después, viendo que el avión se dispone ya a aterrizar, sale volando del ala y se pierde en giros imposibles en las entrañas de la tormenta, cada vez más lejana. El final de la historia es igualmente increíble, y confirma todos nuestros temores en un plano que permanecerá sin duda imborrable en la memoria de quien decida aproximarse a esta maravillosa historia de fobias, monstruos y aviones.


Creanme, nada tiene desperdicio en este increíble cortometraje, banda sonora de crispantes violines obra de Jerry Goldsmith incluida. Y ahora pónganse en la piel de un crío de 6 o 7 años, una esponja viva de imágenes y sonidos, con una mente inquieta y una enorme capacidad para imaginar lo inimaginable, y comprenderán cuán hondo pudo una historia como esta calar en el espíritu del que suscribe. Durante años ésta fue una de las películas más acojonantes, si me permiten la expresión, a las que me hube enfrentado. Y su huella es la que marcó, como decía, la idea de volar incluso cuando viajar en avión acabó convirtiéndose en algo cotidiano.
Recientemente tuve la posibilidad de volver a disfrutar de la cinta de Spielberg en DVD, y puedo asegurarles que todo lo que en su momento me maravilló permanece intacto. Si quieren divertirse, sorprenderse, inquietarse y disfrutar con un clásico del cine fantástico, 8,95€ tienen la culpa. Den el paso, y quizás su visión de los viajes en avión cambie para siempre. Sobre todo, si como dice el amigo Dan Aykroyd, quieren ver algo realmente aterrador...