Friday, October 31, 2008

Feliz Halloween


La anciana entreabrió la puerta del baño y oteó su interior entre penumbras. La luz de la luna se reflejaba en las baldosas del suelo, recortando las formas de los frascos de perfume sobre el estante de la pared. El golpe había sonado allí, seguro; o eso creía ella, que a sus ochenta y siete años conservaba un más que digno sentido del oído.
Había pasado un rato viendo los programas del corazón que inundan las desastrosas cadenas de televisión los viernes noche, sin detenerse en ninguno en concreto. Cambiaba de canal y mezclaba historias de alcaldes corruptos con transexuales despechadas, tonadilleras sin maquillar que recorrían a la carrera la terminal del aeropuerto tras sus gafas de sol con personajes otrora reconocidos que vendían sus recuerdos y sus penas por un mísero puñado de euros. Así solían comenzar sus fines de semana desde que, diez años atrás, su esposo la dejara sin previo aviso víctima de un infarto mientras se duchaba una mañana.
Cuando escuchó el golpe, el presentador que llenaba la pantalla de su vetusta Telefunken con su desagradable sonrisa hipócrita anunciaba la inminente comparecencia pública de una dama de la alta sociedad dispuesta a narrar su ruptura con un ilustre hombre de negocios. El estruendo, breve pero contundente, la había sacado de su ensimismamiento con un ligero susto y un respingo súbito sobre el sofá. En un primer momento se quedó inmóvil, indecisa ante la forma en que debía actuar. Miraba el largo pasillo que conectaba la sala con el baño, mientras en la tele el plató irrumpía en aplausos y vítores a la entrada de la aristócrata, preguntándose si después de todo el ruido no había sido producto de su imaginación. En cualquier caso, resolvió al final, sólo había una forma de concretarlo.
Se levantó despacio, más por imposibilidad física -su buen oído no se veía correspondido en una articulaciones sanas- que por miedo o prudencia, y tras ceñirse el cinto de la bata con sus huesudas manos, echó a andar hacia el pasillo. Arrastraba las zapatillas de andar por casa en rítmicos movimientos acompasados, breves, que la llevaban a mover las piernas varias veces para recorrer cada metro de distancia. Desde el comienzo del corredor se divisaba la puerta del baño justo al fondo, aparentemente cerrada, y aunque había vivido en aquella casa durante los últimos cincuenta años, un incipiente temor que no lograba explicar detuvo sus pasos al poco de abandonar el salón. Agudizó el oído en un intento por percibir algún nuevo sonido que confirmase sus miedos, pero sólo hubo silencio. De nuevo se puso en marcha, pasillo alante, mientras las fotos que pendían de ambas paredes -viejos retratos en blanco y negro de su difunto marido, sus padres y hermanos, y ella misma años atrás- la observaban en silencio.
Cuando sólo distaban unos pasos para alcanzar la puerta del baño, un nuevo ruido, esta vez más largo y sinuoso, similar al que haría una cortina de ducha al descorrerse, se escuchó del otro lado. La anciana se frenó de nuevo. Durante un breve instante unos gritos difuminados recorrieron el pasillo desde el salón: la aristócrata sin duda había puesto patas arriba a la jauría de pseudo-periodistas que se disputaban la carroña de sus intimidades. A su izquierda, un óleo enmarcado en pan de oro de considerable tamaño que mostraba un retrato de su augusto esposo la miraba fijamente, y ella le correspondió con un furtivo cruce de miradas. No estaba sola, al cabo, y no había nada por lo que asustarse en su propia casa, a su edad. Aunque para ser sinceros, su deseo era estar totalmente sola aquella noche. Clavó la vista en el pomo de la puerta que se erguía frente a ella, y reemprendió el camino.
Asió el metal con sumo cuidado, sintiendo el frío en la palma de la mano, y giró media vuelta hasta oir el chasquido de la cerradura. Empujó la puerta despacio, y alcanzó a ver el reflejo de la luna y los frascos de perfume antes de distinguir el resto de elementos del aseo. Todo parecía en orden. Siguió empujando hasta abrirla totalmente, y llevando la mano de forma instintiva al interruptor de la pared, encendió la luz. Nada. Los diversos elementos de aquel viejo cuarto de aseo estaban donde debían estar, y sobre el suelo reluciente no había restos de nada que indicase la fortuita caída de algunos de los objetos que los años habían acumulado en muebles y estantes. Chocheas, se dijo, y esbozando una media sonrisa cargada de desahogo, volvió a apagar la luz. Cerró la puerta, y regresó sobre sus pasos.
El óleo de su marido la siguió en su lento trasiego hacia la sala, con una de esas miradas que tan bien representan ciertos artistas, logrando que el retratado nos observe donde quiera que vayamos. Recorrió el pasillo, y entró en la estancia. En la vieja Telefunken, el presentador hacía chascarrillos varios sobre un reciente rumor que apuntaba al presunto embarazo de una sexagenaria estrella del cine, y la parva de inútiles contertulios le reían la gracia. La anciana no pudo evitar una sonrisa. Ochenta y siete años, murmuró para sí, y la imaginación te empieza a traicionar ahora. Se dispuso a regresar al sofá, junto al brasero que calentaba sus achacosas piernas débiles, frente al televisor y sus programas del viernes noche.
El primero de los chorros la pilló desprevenida. Vio cómo el líquido salía despedido hacia adelante y manchaba de un intenso color rojo las fotos de su boda sobre la mesita. Ni siquiera notó el corte, y se preguntaba desconcertada qué diantres era aquello. Luego sintió la humedad empapándole la bata, y se llevó la mano al cuello. La sangre se le derramaba a borbotones sobre el pecho y ya comenzaba a formar un charco brillante bajo sus pies. Se giró, y antes de entender lo que ocurría, una segunda punzada le entró por el abdomen, subiendo luego algo más de un palmo, cortando el cinto de la bata y descubriendo la enagua vermellón que apenas unos segundos antes era blanca como la nieve. Los ojos de la anciana, ya menguados por la falta de sangre, creyeron adivinar una figura alta y enlutada frente a ella, justo antes de que las entrañas se le descolgaran con un húmedo sonido y dieran contra el suelo aún unidas al resto de su cuerpo. Luego se desplomó de rodillas, agarrándose instintivamente a la negra figura, y ya todo fue oscuridad. Tan sólo unas palabras lejanas, provenientes del vetusto aparato de televisión, la acompañaron en su trance al otro mundo, la cara ensangrentada contra el lustroso terrazo del suelo, mientras el presentador, impecablemente vestido y sonriente, emplazaba a su audiencia al programa de la próxima semana, y su difunto marido la observaba desde el óleo al otro extremo del pasillo.

Friday, October 17, 2008

Hoy la puta se viste de rey

Voy a mezclar flashes con alcohol, restos de sal y altas dosis de ficción.
Tengo la fe tengo la intuición. Tengo el viejo trono de un rey y ahora sólo soy un bufón.
Y un espejo roto en la pared descompone en mil pedazos la piel donde escondí todo aquel calor.
Y la actriz sabe bien lo que hacer. Se desnuda y entiende quién fue. Hoy la puta se viste... Y voy a pensar que todo va bien, todo va bien.
Que el veneno es la luz y la sombra mi caché.
Y aún así la farsa huele a miel. Mezclo néctar con el aguijón, que huye de ti y no se enhebró, ya he conseguido el papel.
Y la actriz se lo vuelve a creer. Se desnuda y entiende quién fue.
Hoy la puta se viste de rey... y nadie le cree, nadie se lo cree... nadie le cree, nadie se lo cree... nadie le cree, nadie se lo cree... nadie le cree, nadie se lo cree...
VETUSTA MORLA (Autocrítica)

Qué razón tenéis, pardiez.

Monday, October 06, 2008

Apología del maltrato

El caso del profesor Neira -ya saben, ese hombre que creyendo presenciar un caso de maltrato decidió tomar cartas en el asunto y acabó en un coma probablemente irreversible- ha vuelto a poner en el ojo del huracán una cuestión ya añeja que esta sociedad tan "avanzada" se empeña en no superar: el asunto de la violencia machista -a menudo mal llamada "de género".
La noticia saltaba a los titulares hace apenas un par de meses, pero lo cierto es que en las últimas semanas se ha levantado más polvo que tras el hecho en sí gracias a las declaraciones que en diversos medios la pareja del agresor ha venido realizando en defensa de su hombre -el mismo que consideró justa reacción a la intervención del profesor propinar a éste un tremendo golpe por la espalda que una cámara de vigilancia recogió para su infortunio. En su discurso, la señora -nótese la ironía- hace hincapié en la desmedida actuación del profesor al intervenir agrediendo verbalmente a su chico ante un asunto que ni le iba ni le venía -verbalmente, sí, que como todos saben una palabra puede hacerte más daño que un mantecao por la espalda, una bala, o que el favor aquél de Carlito Brigante-, amén de justificar el comportamiento de su pareja -empujones e insultos incluidos- con alusiones a su adicción a las drogas -lo que según su razonamiento debería ser exhimente de cualquier delito, entonces, y podría haber sido aducido por el malparado Oswald tras el incidente de JFK, por ejemplo.
Al margen de la cuestión económica que lleva a esta señorita -nótese el asco, esta vez- de plató en plató de TV, lo que repugna más aún a toda la opinión pública es el cuajo del que hace gala cuando con vehemencia y altanería defiende la inocencia de su galán para hacer girar la veleta de la razón y autoproclamarse, ella y el machote, víctimas del meollo. Y mientras se llena los bolsillos de euros y la boca de mierda pasando por caja una y otra vez en la agonía del profesor, vuelve a ser objeto de debate el esencial papel que la mujer juega en la cuestión del maltrato, en lo que a rebelarse y romper su silencio se refiere.
Todo un ejemplo para el género femenino, la buena moza -nótese aquí la absoluta repudia. Ejemplo, digo, de lo que no debe hacerse nunca. Claro que a ella plim, porque la elementa no acabará vestida de luto bajo ningún concepto -que para ello va siempre divina de la muerte, la muy caradura.

Saturday, October 04, 2008

Yo crecí en los ochenta

Algo tuvieron. Y es que no deja de ser curioso que los que nos labramos una personalidad en aquellos míticos diez años, esos que siguieron a los últimos coletazos del franquismo de los 70 y prepararon la revolución tecnológica de los 90, volvamos una y otra vez a sus iconos de mano de la nostalgia.
Gran parte de todo lo que recordamos nos fue mostrado por medio de ese genial invento -ni la rueda, ni la penicilina, ni la goma de borrar en la punta del lápiz- que es la televisión, y hoy, tantos años después, tenemos la oportunidad de viajar en el tiempo a aquellas borrosas imágenes de VHS de nuestra infancia gracias a Youtube.
Esta vez os traigo un homenaje en forma de divertido y rockero video musical, en el que se repasan muchas de las cosas que marcaron aquellos días felices y liberales. Yo me he sentido totalmente identificado con lo que se dice y se muestra... y hasta me he sorprendido soltando alguna risotada ante inesperados giros en la letra y casposísimas imágenes. Ellos son El Reno Renardo. Y sí, yo también crecí en los ochenta y sobreviví.


Wednesday, October 01, 2008

Back in town

Estoy de vuelta, amigos. Gracias, ahora a todos vosotros, por el apoyo en estos días difíciles. Los que habéis pasado por cosas parecidas -o peores, que algunos como Vadania saben de lo que hablo-, entenderéis que por muchas justificaciones que busquemos para mitigar el dolor, deshacerse de él es del todo imposible. Los lazos que nos unen a los que queremos no entienden de edades, ni distancias, ni frecuencia en los encuentros... Por eso, aunque uno no permanece ajeno a las leyes naturales que rigen este tinglado, resulta inevitable sentir como irreparables las pérdidas que nos sobrevienen cada tanto en este camino lleno de sinsabores que es la vida.
Pero al final siempre acabamos levantándonos. Por nosotros mismos, pero también por ellos. Cuando cae el telón del día a día, comienza esa otra obra que conforman los recuerdos. Y si éstos son buenos, merece la pena guardarlos con celo en lo más hondo de nuestra memoria y nuestro corazón, accediendo a ellos de forma habitual para que los que nos esperan tras esa frontera invisible permanezcan siempre con nosotros.
Hay un no sé qué, un algo indescriptible, que nos hace resurgir cual Ave Fénix desde nuestras propias cenizas cuando creemos haber tocado fondo. Es un instinto de superación que creo encuentra su razón de ser en la esencia misma de los que ya no están; saber que merece la pena luchar en este circo con el doble de energía para perpetuar el esfuerzo que enarbolaron mientras estuvieron entre nosotros. Y así sólo cabe mirar hacia adelante, en la seguridad de que sobreponerse es el mejor de los homenajes que uno puede brindar a su memoria.
Su legado, al cabo, es tan grande como el vacío que dejan. Pero es precisamente con ese legado con lo que llenamos un vacío que habrá de acompañarnos, lamentablemente, siempre. Y poder hacer algo así tiene que abrirnos los ojos ante la única verdad que existe: no nos iremos nunca mientras vivamos en aquellos a los que importamos. Y yo pienso esforzarme cada día porque jamás os vayáis del todo.


"
Bebe la sal y respira las llamas,
nada nos puede tocar.
Pon en tu tumba que no es el final,
tu rastro no se puede borrar.
Con cada latido hoy celebra
que nuestra historia continuará"
Vetusta Morla, Sharabbey Road