Friday, February 29, 2008

Sacrilegio "pop"

Desde que el señor Andy Warhol decidiese poner al mismo nivel artístico una lata de sopa -mala, por cierto- y una estrella de Hollywood -mejor que la sopa-, ambas vistas a través de su particular e icónico prisma estético, las cosas han sido distintas para los mitos.
La cultura "popular" en su sentido estricto, ése que habla de manifestaciones artísticas de variopinto pelaje donde todo vale, se ha servido siempre de figuras totémicas para sus propósitos estéticos. Al rechazar de base las clásicas representaciones religiosas o político-sociales, la única vía posible pasaba por la utilización de entidades altamente reconocidas por su trascendencia mediática, preferiblemente audiovisual. Sobre todo visual.
Tal circunstancia supone como es lógico un peligro más que evidente para todos aquellos mitos televisivos o del celuloide que por su carga emotiva, por su desbordante personalidad o por su reconocida trascendencia encontraron en las masas su razón de ser. Son personajes ficticios, sí, pero a ojos de sus admiradores no son menos reales que políticos, artistas, o los propios actores que los representaran. Y acaso sean mucho más importantes.
Entre todos ellos, especial atención merecen para la cultura pop aquéllos que consiguen instalarse en el altar de admiración y devoción de las minorías. Un ejemplo flagrante de este extremo es la colección de imágenes que hoy nos ocupa, una verdadera aberración sin nombre que pone en evidencia a una de las figuras más representativas del cine moderno. Dar con tales osadías es extremadamente sencillo gracias a Internet, y sólo hace falta una búsqueda brevísima para toparse con innumerables bizarrías de las que el que suscribe no ha querido hacerse eco más que en nimia representación, con el fin de no herir la sensibilidad del lector aficionado a la sexalogía lucasiana. Pero en cualquier caso, su existencia denota una total falta de respeto hacia el mito, una bajeza artística y cultural manifiesta, camuflada bajo la excusa del humor y la libertad de expresión que degrada a los iconos de nuevo cuño, sin reparar en aspectos como el buen gusto o el respeto por los nuevos ídolos.
Pero claro, la cultura "pop" es así. Y hay que ser moderno, o sea.
El Lord Sith más famoso de la historia justo después de lavarse las manos. Toma cotidianeidad.

En alguna república bananera sudamericana, leyendo el prestigiosísimo Ajá. Titular: "Qué susto". Eso digo yo.

En el metro de Tokyo, ante la indiferencia del personal. Normal, bastante raros son ellos ya.

Sin comentarios.

Thursday, February 14, 2008

El día de los enamorados


Un tío con un ramo de rosas. Un ecuatoriano (o similar) con un oso enorme envuelto en papel de regalo hortera (sé que era un oso porque asomaba por un agujero, y sé que era ecuatoriano o similar porque el oso era más grande que él). Un señor con gabardina y una caja de bombones. Todo eso, amigos, en un sólo viaje en metro de unos 30 minutos... Me da miedo pensar lo que puede haber hoy, ahí afuera, en el mundo real.
Me repulsa esta fecha. Lo he dicho siempre, ya lo sabéis, y las razones no tienen nada que ver con mi estado civil. Más allá de lo comercial del día, es lo que simboliza, la sucia estrategia que el calendario impone sobre eso que llaman amor, obligando al que lo siente a demostrarlo (y por contraste a manifestar su poca relevancia el resto del año). La gente se vuelve especialmente gilipollas y blandengue, se les dibuja una sonrisa estúpida en el rostro y se jactan de retozar en el barro que sus babas forman al caer en el suelo. Ojo, no tengo nada en contra de los sentimentales, yo mismo soy uno de ellos y mi curriculum está repleto de estupideces enamoradizas en pos de alguna conquista femenina. Sin embargo, el que a algo tan personal, si queréis tan íntimo, se le dedique una fecha y se obligue a la peña a exteriorizar su apego emocional por sus "partenaires" con manifestaciones materiales de diversa índole, me da ganas de vomitar.
Lo peor es que hasta el más pintado cae en la trampa -alguna honrosa excepción hay-, ya sea por voluntad propia o movidos por la necesidad de la novia/mujer de turno, tan impresionables y pendientes de lo que el chico de su mejor amiga pueda hacer ese día. No importa, el pecado es el mismo.
Desde aquí os invito a todos, paletos míos, a acabar con un día tan lamentable como prescindible con pequeñas y metafóricas bombas lapa adosadas a las costumbres de la masa. Marcad vuestro propio día del amor en el calendario, qué sé yo, un 15 de abril, un 20 de septiembre, cuando queráis, pero olvidaos del nefasto 14 de febrero. Y si la parienta os dice algo, o amenaza con cortar el suministro de cama, recordadle que el 25 de mayo se celebra el Día del Orgullo Friki -aniversario del estreno de Star Wars-, y que ella tampoco os felicitó entonces.
Chúpate esa.

Tuesday, February 12, 2008

Huesos e Ilusiones



En medio del mar, una isla. Un relato breve, poco ambicioso en cuanto a trasfondo -todo es opinable-, que humaniza al genio y destaca por refrescante, diferente y original. Así es Tombuctú, mi penúltima lectura en pos del conocimiento de Auster, una obra radicalmente opuesta en su concepción al resto de sus libros, un cuento visto desde una perspectiva imposible, una bocanada de aire limpio entre sus habituales relatos, tan interesantes como desazonadores.
Tombuctú narra la historia de Mr Bones, un chucho que vive los últimos momentos de vida de su dueño y se ve obligado a enfrentarse a un mundo que sólo comprende junto a su amado protector. Éste a su vez es un personaje extraño, un escritor que vaga por la geografía americana a medio camino entre la rebeldía social y la indigencia, del que Mr Bones ha aprendido todo lo que sabe sobre el mundo humano que le rodea. Y cuando llega su final, ese mundo se le viene encima, de golpe, sin previo aviso, viéndose obligado a seguir adelante en un total desconocimiento del camino a tomar -salvo el último, el que le lleve una vez estire la pata a reunirse con su amo en ese lugar misterioso que se llama... bueno, no es muy difícil de adivinar.
Más allá del interés literario del texto, Tombuctú es un homenaje al mundo canino, un retrato humanizado -no podía ser de otro modo- de esos seres desintersadamente fieles que son los perros. La vida interior de Mr Bones es a los ojos de Auster tan rica como la de cualquiera de nosotros, si bien su naturaleza animal le impide comprender con el mismo prisma ciertos aspectos de la existencia que a sus ojos carecen de lógica. Eso, y su incapacidad en el terreno del habla, son las barreras que separan al perro del hombre. Todo lo demás resta intacto: diserciones, ideas, ambiciones, y sentimientos. Finalmente son estos últimos los que mueven sus acciones, y ahí encuentra Auster la excusa ideal para dar a lo absurdo una lógica creíble que haga de Tombuctú una novela breve pero encantadora. Como decíamos, una isla donde descansar en medio de su vasto mar literario.
En su navegación llegamos después a la que de momento supone la última etapa de la travesía austeriana. Y debo añadir que con El libro de las ilusiones se alcanza una nueva cima dentro de su obra, una culminación temática y narrativa que no hace sino confirmar lo que siempre intuí y recientemente ya daba por cierto: que Auster es un maestro, y que su obra es sencillamente apasionante. En extensión, para empezar, ya apreciamos una dedicación especial que lleva a sobrepasar las trescientas páginas. Puede parecer un detalle nimio, pero no es habitual que Auster se cebe con vacuos pasajes que agranden la novela en lo físico y no en contenido -tan típico en otros autores-, por lo que tal apunte resulta importante y denota un mayor alcance argumental con respecto a otras obras del autor. Así y todo, llegar al final de la historia supone, como suele ocurrir con las suyas, una pequeña tragedia -dulce y reparadora, por otra parte.
El libro de las ilusiones es un texto ambicioso, un intento exitoso de poner en palabras la capacidad de la vida para retorcerse sobre sí misma y dar la vuelta de forma sorprendente a lo que ya dábamos por sentado. Lo oscuro se torna luz cuando perdíamos toda esperanza, y esa luz vuelve a apagarse cuando los ojos se nos habían hecho a ella. Así funciona este teatrillo de la vida y así lo retrata Auster, mediante uno de sus habituales recursos -el metatexto en primera persona. David Zimmer es un profesor universitario aficionado a la escritura que pasa por el peor momento de su vida -su mujer e hijos han muerto en un accidente de avión- cuando descubre por casualidad el cine mudo de finales de los años 20 de un tal Héctor Mann. La curiosidad le mueve a escribir un libro sobre su obra, que a su vez le lleva a descubrir lo que esconde un silencio que dura ya casi sesenta años, justo el tiempo que Héctor lleva misteriosamente desaparecido y, en opinión de muchos, muerto -si bien de esto último no hubo jamás constancia. En ese punto comienza una historia maravillosa en la que las vidas del cineasta y el protagonista se entremezclan y alternan magistralmente, tejiendo una trama consistente y apasionante que engancha irremisiblemente hasta la última línea. Amor, muerte, intriga, sexo, cine, literatura, hasta botánica... todo vale para conformar una historia compacta y rica en matices que ahonda en las razones de la mente humana, y en las sinrazones del sentimiento del hombre, a partes iguales.
La genialidad de Auster rezuma en cada uno de los pasajes el libro, pero sin duda alcanza su punto álgido en el encuentro que ambos personajes tienen en un momento determinado de la historia. Y sin embargo, en un giro propio del autor, semejante momento es sólo un destello ínfimo al que se le da una importancia totalmente trivial -sobre todo en lo relativo a su duración-, aunque no por ello menos trascendente. Al final, como suele ocurrir con las obras de Auster, lo importante de lo que se cuenta es lo que no se explicita, todo ese universo de connotaciones y sensaciones que se desprenden de su prosa, más allá de las palabras y hechos que se utilicen para transmitirlas. ¿Quién es el protagonista, al cabo? ¿Y el narrador? Acaso responder tales cuestiones sea simplemente innecesario. Como en la vida, nuestro punto de vista subjetivo no nos hace ser siempre más importantes que lo que nos rodea, salvo por cuanto todo lo que vemos existe porque lo vemos, y una vez cerremos los ojos la obra se dará por concluída.
Con El libro de las ilusiones pongo punto y seguido a mi aventura por la obra del genial autor americano. Ocho han sido los textos de los que me he nutrido en los últimos meses -siete, si dejamos al margen El Palacio de la Luna, que inauguró el meollo hace ya años-, y en todos ellos he descubierto algo nuevo respecto a Auster, en todos ellos he visto su estilo impregnándolo todo. Ahora toca descansar, dejar reposar el vino de su conocimiento, finalmente adquirido, creo, para adentrarnos en otras aguas también apetecibles. Tiempo habrá, más adelante, de retomar la travesía de su obra, felizmente continuada en nuevos títulos aún por descubrir.
Gracias, Paul.


Tuesday, February 05, 2008

Monstruosa


Ante todo, téngase en cuenta mi más que total devoción por los efectos especiales. Los que me conocen saben que una buena peli de ciencia ficción puede ganarme si la factura de los FX está a la altura, incluso aunque el guión no sea una obra de arte -cosa que por otra parte, y con honrosas excepciones, suele pasar con el género que nos ocupa. Uno lleva años engullendo imágenes digitales de variado pelaje, novedosísimos sistemas de audio hiper-realistas, planos imposibles, secuencias de infarto a velocidades terminales, peleas infográficas multitudinarias...a tal punto que mi propia casa -la ilicitana- es una reproducción a escala de un Yelmo Cineplex de esos. O casi. Y aunque decir que nada me impresiona sería faltar a la verdad, lo cierto es que esa parte del cerebro que salta eufórica cuando algo nuevo impacta en mis retinas o en mis tímpanos está cada vez más acostumbrada, y empieza a anquilosarse presa de alguna reumática dolencia.
Sin embargo, siempre queda hueco para lo bien hecho. Ya no me refiero sólo a lo original, a lo distinto, sino a aquellos momentos fílmicos en que la acción se nos presenta con el suficiente buen hacer y la necesaria visión del espectáculo como para que el culo se nos levante del asiento y una sonrisa de placer se nos dibuje en la cara. De eso vivimos hoy día los fans del género, en gran medida, máxime cuando la tecnología -léase BluRay, HD, etc- nos brinda la oportunidad de redescubrir tales momentos en la intimidad del salón de casa, proyector o 40 pulgadas en ristre.
Así las cosas, atreverse a decir que una película que cumple con todos estos requisitos no es buena -entiéndase por "buena", "del gusto del que suscribe"- es una arriesgada aventura que en el caso de Cloverfield -me niego a llamarla Monstruoso- bien puede levantar polémica. Cierto es que mi conocimiento previo de la cinta era escaso, y no iba más allá de saber de la prometedora producción de J. J. Abrams y de la dirección del ya familiar Jack Bender, lo que necesariamente hacía pensar en alguna conexión con esa serie de culto que ustedes ya conocen -no se cansen en esperar al final de los créditos, sencillamente no la hay. Pero aún así, es ésta una película que necesita de cierto bagaje previo para su disfrute. Sinceramente.
De entrada, dura "lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks", que decía aquél. Y eso, repetido tras de Rec en tan breve tiempo, es demasiado. Luego está el planteamiento, que muy a lo Rec también, nos invita a conocer la historia en primera persona gracias a la cámara de un insufrible grupo de "guays" neoyorquinos. Eso le da la gracia a la historia, por cuanto nos deja ver sólo parte de todo lo que ocurre, pero a la vez se la quita, porque nos obliga a seguir los raíles de su evolución sin opción a disfrutar del gran momento que vive Manhatan desde otras ópticas. Habrá gustos para todo, pero en mi opinión la elección es más infructuosa que productiva.
Luego está la historia en sí. Sin caer en spoiler alguno, diré que el principio, los 15 primeros minutos, son sencillamente increíbles. Tal es así que servidor ya se veía reservándole un hueco en la colección al correspondiente BR. Pero nada más lejos. El devenir del asunto cae en los clásicos topicazos sentimetaloides, y hasta el propio problema en sí acaba convirtiéndose en una versión de Godzilla a lo Jaume Balagueró. Si a eso le sumamos un inconcluso final y una nula explicación de los orígenes del fenómeno, nos encontramos ante un producto fallido que podía haber sida algo inenarrable y acaba por ser un trailer largo de una peli que nunca llegará. Y que me encantaría ver, por cierto.
Es espectacular -a ratos-, pretende ser realista -pretende-, guarda algún susto de esos inesperados -pocos- y hasta podríamos decir que llega a plantear de forma fiel lo que supondría una invasión apocalíptica a gran escala. Pero no es suficiente. No al menos para mi. Ojo, no digo que sea mala, digo simplemente que me produjo una enorme insatisfacción y un sentimiento de engaño por cuanto se queda en una especie de quiero y no puedo muy prometedor. Y aún así, le daré una segunda oportunidad. Si decidís darle una primera, tened en cuenta todo esto. Quizás, conociéndolo, sepáis apreciarla con otros ojos.