Tuesday, March 30, 2010

Quiero ser como el puto Tony Soprano

Tony Soprano es un hombre de familia. Lo es con su esposa e hijos, a los que adora e ignora a partes iguales; y lo es con el resto del clan Soprano, allegados, amigos y colaboradores. Con los primeros se muestra responsable en la medida de sus posibilidades, tratando de llevar a sus hijos por el mejor de los caminos y de mantener a flote un matrimonio que a menudo se tambalea pese a sus esfuerzos por no llevarse el trabajo a casa una, o por sus poco disimulados devaneos amorosos con mujeres a las que no ama ni la infinitésima parte que a su esposa. Y con el resto, todos esos hombres tan americanos y a la vez tan nostálgicos de la "vechia Italia" -la misma que muchos de ellos no han pisado en su vida- que conforman su empresa y con los que pasa la mayor parte del día, se comporta como un protector líder tan comprensivamente generoso como exigentemente implacable.
El bueno de Tony... New Jersey es su feudo, como lo fuera antes de su padre, y aunque al tío Junior se le remuevan las tripas al ver cómo la lógica cadena de herederos del puesto ha saltado su eslabón para instalarse de facto en su sobrino Anthony, la realidad es que ya anda falto de la energía necesaria para ejercer de Capo. Todo lo que puede aspirar a hacer es consensuar las decisiones importantes con Tony, quien a su vez accede gustoso porque sabe que a los mayores ha de profesárseles respeto, aunque la hora de su tío ya haya pasado y sus reuniones, consultas y puestas al día no sean sino una pantomima con la que contentar al hermano de su padre, al inefable Corrado Soprano. Algo parecido a lo que ocurre con su madre, Livia, que guarda en su alma el resentimiento de una vida de entrega familiar -en el sentido amplio del término- jamás recompensada, ni siquiera en el ocaso de sus días, pese a lo evidente para tantos de la presencia de su mano al otro lado de los hilos que han movido el clan desde la sombra durante tanto tiempo.
Tony afronta el futuro con un optimismo ahogado, a sabiendas de que la suya es una profesión de riesgo que pende de un hilo de forma constante. El mercado siempre ofrece vías a explotar, nuevas empresas que fundar junto a las clásicas marcas de la familia -Satriale's Pork Store, Bada Bing... cárnicas de todo tipo-, y el dinero pese a todo no es un problema. La sombra que se cierne sobre el horizonte puede que tenga más que ver con la pervivencia del clan mismo que con sus actividades, y en ocasiones ni su delfín Christopher Moltisanti y su potencial indiscutible parecen tener la embergadura necesaria para guiar un día los pasos de la familia -demasiado difuso y materialista, hasta para un gangster de nuevo cuño. Si a todo eso se suma la incansable labor policial, las pugnas de poder con sus iguales neoyorquinos, las grietas internas que algunos estimados miembros de la banda crean a base de traición y, sobre todo, lo difícil que resulta mantener la cohesión de antaño en una época de diversificación como ésta, el final de la historia se antoja tan oscuro como incierto.
Tony se niega a verlo, pero de alguna forma jamás deja de tenerlo presente. Los tiempos han cambiado, mantener las riendas del negocio ya no es una tarea sencilla, y en él recae la responsabilidad de hacer que el apellido Soprano siga mostrándose tan orgulloso como la ha hecho desde los tiempos de su padre. Por eso desaparece más de lo deseable del lado de Carmela, su esposa, y por eso frecuenta tan a menudo a la Dra. Melfi, su particular psiquiatra, en busca de respuestas que le ayuden a encauzar su vida. Luego, una vez allí, en la consulta, todo es negación y rechazo, cómo no, que para algo es dueño de un imperio, y cabeza visible y responsable de un poderoso lobby delictivo... Una mesa por los aires, un índice amenazante frente a una mueca de odio y resentimiento, un portazo seguido de silencio, y una nueva visita algunos días después.
Demasiada responsabilidad en demasiados frentes. Una vida romántica y violenta, elegante y sucia, de respeto y odio a partes iguales. Hacer que todo converja y funcione es una tarea titánica que lo exije todo. Renuncias, compromisos, decisiones, mano dura, y de tanto en tanto algún desvanecimiento. Volver a casa al caer la noche, asegurarse de que los hijos descansan mientras crecen sin descanso, acurrucarse en la cama junto a tu esposa, ya dormida, y rendirse al sueño en espera de un nuevo día. Puede que ella sólo finja mecerse en brazos de Morfeo, pero al final lo único que queda es la familia -en sentido estricto, esta vez-... y eso Tony lo tiene claro.



El comienzo de la segunda temporada. Es difícil imaginar una forma mejor de retomar una serie. Salute!

Thursday, March 04, 2010

Top Secret

Veintiuno de octubre de 1972. Gustav Friedrich concede una entrevista junto a la orilla del Océano Atlántico, en la argentina ciudad de Río Gallegos, al periodista norteamericano Francis Hewlitt. La cita se pacta siete meses antes, gracias a un intermediario que sirvió al contraespionaje de la CIA en la década de los 60, durante los más tensos años de la Guerra Fría, como infiltrado en el GRU de la extinta Unión Soviética. La bomba informativa que supone el soplo para el periodista lo arrastra, movido más por el escepticismo que por el afán de conseguir el scoop de su vida , a desplazarse hasta la zona más septentrional del Cono Sur con el objetivo de comprobar in situ si la información que el ex-agente secreto le ha confiado es cierta o no. Imagina que se trata de algún malentendido, o de la fabulación megalómana de un anciano exiliado desde la Europa de posguerra a Sudamérica, que como tantos otros terminaron por encontrar su hogar en Argentina huyendo de las represiones y las vendettas contra mandos de las SS y altos cargos del gobierno germano que siguieron al más famosos conflicto bélico del siglo XX.
Su primera impresión, cuando por fin llega al puerto de la ciudad y sube a bordo del barco donde le espera su interlocutor, es una mezcla de sorpresa y desconfianza. Gustav Friedrich, que afirma tener 86 años, es un hombre enjuto, pálido y aparentemente débil, que se ayuda de un bastón para ponerse en pie y tenderle la mano al periodista. Pero su mirada es firme y rebosante de energía, sus ojos no acusan el paso de los años, y Francis Hewlitt percibe una fuerza interior que irradia de los mismos y que puede también sentir a través de la mano que estrecha brevemente antes de seguir al hombre hasta el interior del camarote donde tendrá lugar la entrevista. Podría ser él, sí, aunque el arrugado rostro, carente de todo rastro capilar, no permite establecer una relación lógica entre lo que se ve y lo que se recuerda, observado una y mil veces en las abundantísimas imágenes de archivo que se conservan del histórico personaje que Von Friedrich afirma ser.
El texto, publicado en diciembre de ese mismo año en la popular revista americana de los años 60 y primeros 70 "Acknowledged Reader", pasó aparentemente sin pena ni gloria como otro de los muchos bulos que la Guerra Fría produciría entorno a innumerables figuras históricas con el fin de acrecentar la desinformación en el seno de los servicios secretos de ambos bandos, pero recientes estudios periodísticos llevados a cabo por el profesor Magnus Raleigh de la Universidad Panamericana de Idaho que toman como partida el texto redactado por Hewitt dan total credibilidad a la posibilidad de que Gustav Friedrich fuera el mismísimo Adolf Hitler. La confirmación por parte de equipos forenses no hace demasiado de que los restos óseos conservados hasta la fecha y tradicionalmente atribuidos al dictador alemán, tras su muerte en el búnquer de Berlin el 30 de abril de 1945, pertenecieron realmente a una mujer, supuso un soplo de aliento para las investigaciones del profesor Raleigh, quien desde que descubriera a finales de 1998 un ejemplar de la extinta revista donde se publicó la entrevista no ha cejado en su empeño por demostrar que Hitler no murió en el interior del búnquer, tal y como narra la historia, sino que el servicio de inteligencia alemán consiguió sacarlo justo antes de la llegada de los aliados y exiliarlo dos días después con dirección a Argentina, donde tantos altos mandos del régimen se escondieron tras el final de la guerra.
La entrevista de Francis Hewlitt, durante años olvidada por la opinión pública, cobró para él entonces un nuevo valor, y basándose en el contenido de la misma y en las declaraciones que el mismo Francis Hewlitt le concediese en torno al asunto antes de su muerte en 1999, elaboró un informe repleto de datos sobre los años que Gustav Friedrich, alter ego en el exilio de Adolf Hitler, pasó en la ciudad de Río Gallegos antes de morir, presuntamente víctima de una neumonía -si bien Hewlitt afirmaba que la CIA había dado con él y lo había ejecutado-, a finales de los años 70. Cómo consiguió salir de Alemania y de Europa, porqué eligió Argentina y Río Gallegos, cuáles fueron sus ocupaciones durante esos años, quiénes sus descendientes tras su matrimonio con la hija de un acaudalado terrateniente de la región y, sobre todo, qué recuerdos albergó durante el resto de su vida sobre su papel en la historia de Alemania, de Europa y del mundo.
El informe de Raleigh, que rápidamente fue tildado de patraña por los reducidos círculos académicos especializados en Historia que tuvieron acceso al mismo en un primer término, vio la luz en marzo de 2009, pero apenas dos meses después el mismo Magnus Raleigh desaparecía sin dejar rastro, y con él su informe, del que no ha quedado ninguna copia registrada, y cuyo contenido se conoce merced a las filtraciones que de tanto en tanto aparecen por la red, aquí y allá, en páginas dedicadas a la investigación histórica fuera del ámbito académico tradicional.
Así pude dar yo con ello, accidentalmente, cuando indagaba en busca de datos sobre la relación que Winston Churchill tuvo con la conocida aristócrata Cayetana de Alba durante el tiempo que ésta permaneció en Londres durante su juventud, lejos de los vaivenes de la Guerra Nacional que había estallado en España. Una de las fuentes que afirmaba que entre ambos existió algo más que un simple respeto y una amistad, citaba de pasada a Raleigh para sustentar sus palabras, habida cuenta de los extensos conocimientos que el profesor americano tenía sobre la figura del líder británico, y proporcionaba un enlace a una página donde, además de artículos sobre el mismo, podía leerse parte del informe publicado hace ahora un año en torno a Gustav Friedrich. La web dejó de funcionar unas horas más tarde y el acceso a la misma ha sido imposible desde entonces.
Sin embargo, parte de la entrevista que Francis Hewlitt realizara al octogenario teutón en 1972, aparecía recogida en la misma, y por fortuna, movido por mi habitual curiosidad y pensando en un posible post futuro con el que deleitaros, copié el texto en un archivo que hoy guardo con celo y que pronto os traeré también, amigos paletiles, a las páginas de El Corral... Estad atentos. Visto lo visto, la cosa promete no tener desperdicio alguno.


Magnus Raleigh