Sunday, October 31, 2010

A Halloween Tale


Se sentó sobre la lápida y terminó la botella con los ojos cerrados, a grandes tragos, para dejarla después a su lado con cuidado. Todo le daba vueltas, y el asfixiante silencio taladraba sus oídos en un agudo pitido del que intentaba zafarse con violentas sacudidas de cabeza. Deslizó la mano por las letras grabadas en el mármol, y en plena oscuridad pudo leer claramente su nombre, como lo habría hecho un ciego con un texto en Braille.
Un par de horas antes, mientras conducía sin rumbo fijo huyendo de sus fantasmas, la idea había aterrizado en él igual que un rayo sobre un solitario árbol en medio de la nada. Se detuvo en el arcén para digerir la ocurrencia, con las luces del viejo Camaro apagadas pero la radio puesta, y mientras una emisora mal sintonizada vomitaba algún tema menor del gran Willie Nelson, decidió que era la mejor idea que había tenido nunca. Reanudó la marcha, hizo una breve parada en una gasolinera cercana, compró una botella de whisky barato, y enfiló el camino que llevaba al cementerio al son de la voz de Bill Monroe.
La puerta principal del cementerio se cerraba de noche más por respeto a los familiares que por temor a que nadie decidiera adentrarse en el camposanto fuera del horario de visita. Una cadena ligera, disuasoria por simbólica, abrazaba los extremos de ambas alas con la ayuda de un candado casi tan antiguo como el propio cementerio. Abrirlo le resultó sencillo, insultantemente sencillo, y apenas sí hizo falta un segundo golpe de pala tras el primer envite de prueba. Luego se adentró en la oscuridad absoluta, rompiendo la quietud del lugar con las pisadas de sus botas sobre el suelo arenoso, y como si para él iluminase el más brillante de los soles, recorrió los pasillos de tumbas que llevaban a su destino sin dudar un sólo instante sobre la dirección que había de tomar en cada momento. Sin embargo, el cielo era esa noche tan negro como su recuerdo, negro como las huellas que el paso del tiempo había dejado en su alma desde aquel nefasto día en que el telón de la vida cayera irremediablemente para él.
Se detuvo junto a la lápida de mármol blanco, apenas dibujada sobre el neutro fondo del suelo, y tras beber de la botella y dejar los aparejos a sus pies, asió los bordes inferiores firmemente con las manos y volcó en ellas toda su fuerza, hasta notar cómo la junta de cal que la sujetaba cedía y una pequeña grieta hacía acto de presencia. Luego recogió la pala, la introdujo en la mínima hendidura, e hizo palanca hasta que la enorme losa rugió queda desplazándose a un lado, justo lo suficiente para seguir empujándola a mano y despejar totalmente la superficie de la tumba. De pie sobre la tierra húmeda que se ocultaba bajo la piedra, volvió a beber de la botella, la pala apoyada en el hombro, y dirigió una furtiva mirada en rededor tratando de adivinar en la densa oscuridad alguna de las muchas cruces que formaban el extenso bosque fúnebre tantas veces observado a la luz del día. Nada. Luego, depositada la botella en el suelo, agarró la pala con ambas manos y empezó a cavar.
Cerca de una hora después, el rítmico repiqueteo del metal en la tierra se vio interrumpido por un golpe seco. Era la madera de roble del ataúd que descansaba a poco más de metro y medio de profundidad, perfecta pese a lo húmedo del suelo y el paso del tiempo, como pudo comprobar una vez retirada a mano la tierra que lo cubría. Respiró profundamente el frío aire nocturno, descansando al fin tras el agotador esfuerzo, y una vez localizado el cierre de la caja, le propinó con la pala un nuevo golpe haciéndolo saltar por los aires con un ruido casi imperceptible, amortiguado por las paredes de tierra del agujero. Luego lanzó la pala al exterior del hoyo, agarró con firmeza el lateral de la cubierta y la puerta del ataúd cedió suavemente, inundando todo el espacio excavado de un nauseabundo olor a putrefacción que a él, sin embargo, le embriagó profundamente.
Sobre el níveo interior acolchado de la caja, inmaculado como si jamás hubiera sido utilizado, descansaba, los brazos en cruz sobre el pecho, el cadáver de una mujer en avanzado estado de descomposición. Aún se le intuían las formas de la cara y el resto del cuerpo, otrora hermosas y llenas de vida, pero en gran medida todo había sido sustituido ya por las grises y grotescas muecas de la muerte y sus efectos. El cabello, liso y oscuro, caía intacto a ambos lados de la cabeza, y un vestido azul de fiesta, raído y lleno de un polvo que bien pudiera ser la propia piel descompuesta, cubría hasta los pies la anatomía de aquella figura demacrada y esquelética. Él la contempló inmóvil largo tiempo, esforzándose por no perderla en la negrura de la noche, y al fin una sonrisa se dibujó en su rostro, bañado por unas lágrimas demasiado tiempo retenidas. Se agachó, la besó en la mejilla, susurró unas palabras en su oído, y estrechando su figura por debajo de los brazos la levantó, sorprendido ante el poco peso de aquel cuerpo rígido como el cartón, hasta depositarla con cuidado en la superficie de la tumba.
La aparición de la luna llena en el cielo plagado de nubes de aquella noche coincidió con su esforzado regreso al exterior del agujero. Sin pensarlo dos veces volvió a agarrar el cadáver yacente con las manos llenas de tierra mojada, incorporándolo hasta ponerlo en vertical frente a él, y estrechándolo contra su pecho, comenzó a moverse despacio, en algo parecido a un baile. Así continuó en silencio durante un largo rato, abrazado a su amada muerta bajo la luz de la luna, mesando su pelo negro con una mano, la otra rodeando firmemente el talle del inerte cuerpo, sumido en recuerdos de tiempos pasados y felices, deseando que aquel momento no tuviera que acabar nunca...

Tuesday, October 05, 2010

Street Fighter II Ultimate Collection (2)

La cosa crece, señores. Al primer SF2 de Amiga sumamos estos días las versiones Super y Super Turbo, con lo que completamos la trilogía de lanzamientos para el maquinón de Commodore. Versiones por cierto entre las que destaca la primera, una edición nueva de fábrica con su precinto original que supone un valor añadido, y que tuve la suerte de cazar en Ebay, aunque justo por eso nos quedemos con las ganas de verle las tripas al pack.


También aterrizó recientemente la versión Atari ST, el ordenador con el que el Vera nos puso los dientes largos tantas veces, en una edición clásica similar a la de Amiga y en un magnífico estado de conservación. Pero la joya de la corona en este momento es el difícil de conseguir SF2' Champion Edition para X68000, un ordenador personal japonés lanzado por Sharp a finales de los 80, que jamás vio la luz fuera de las fronteras de su país de origen. Lo cierto es que sus juegos cuentan con un nivel de calidad altísimo para la época, y el título de Capcom no es una excepción: la conversión es prácticamente pixel perfect, salvo por alguna pequeña diferencia en lo relativo a los canales de audio empleados con respecto a la recreativa. Como muestra, un botón. El trasto funcionaba con disquettes de 5 1/4'', cuatro para la ocasión, y las ediciones de sus juegos son impactantes en cuanto a tamaño comparadas con cualquier otro sistema -casi me quedo de hielo cuando abrí el paquete sellado en Tokio que lo albergaba...



Si a todo eso añadimos la pila de versiones que tenía en Illice y que recientemente se reunieron con sus hermanas en esta humilde morada matritense, la cosa empieza a cobrar ya unas dimensiones interesantes... Pero no descansamos, caballeros. Aún hay mucho por hacer. Round one... ¡fight!