Friday, May 06, 2011

Invisible


Nuestro pasado es sólo nuestro. Las múltiples piezas que lo conforman son un prisma de infinitas caras en cuya creación interviene una incontable cantidad de individuos, todos responsables en cierta medida del resultado, pero ninguno de ellos dueño absoluto del conjunto. En última instancia, como digo, nuestro pasado sólo nos pertenece a nosotros mismos. Y en ese sentido, lo que en realidad es nuestra historia permanece invisible al resto, un secreto silencioso que arrastramos a lo largo de la vida como quien custodia receloso una caja ornamentada cuyo interior únicamente conoce quien la posee: aparentemente debe albergar algo valioso, pero lo que se ve y lo que se oculta no siempre están en sintonía.
Mi última degustación de la obra del incombustible Paul Auster es una novela compacta, una historia de historias tan propia del autor que, tras el lapso de tiempo desde que leyera la última, no ha podido dejarme más satisfecho. Quienes lo hayan leído, quizás también los que sólo hayáis sabido de él mediante estas breves notan que traigo al blog tras cada nuevo libro, sabrán de sobra cuáles son los pilares básicos sobre los que Auster suele construir sus universos (Nueva York, las miserias humanas, lo cotidiano elevado a categoría de sublime, por adictivo, las relaciones imposibles, la figura del escritor, su obra y sus diatribas...), y cabe apuntar desde un primer momento que todo ello está, de una u otra manera, presente en Invisible. Lo grande, sin embargo, del nuevo texto, lo que le confiere el carácter de obra magistral dentro de una obra ya de por sí excelsa y variada, es la experimentación (taimada pero precisa) de la que se ha servido para conformar la novela. A saber: el metatexto, la muñeca rusa que es contenido y continente al tiempo, esa técnica que ya apuntara como vía de desarrollo en anteriores novelas, alcanza aquí su máxima expresión, salpicando el libro de la autoría múltiple más exquisita para dotar de color a una prosa ya de por sí notabilísima. Luego están los cambios de punto de vista narrativo, los usos malabarísticos de la referencia temporal, los silencios, las infinitas frases coordinadas que reflejan un estado de ánimo, las mucho más sintéticas oraciones simples y breves que hacen lo propio con otros, y un largo etcétera de virguerías textuales y narrativas que acaban por conformar un collage vibrante que arrastra, irremisiblemente, a devorar el conjunto de forma insaciable.
Y luego está la historia, claro. Qué decir de la historia... Hablaba al principio del carácter invisible del pasado que a cada uno nos corresponde, de cómo lo que los demás ven del mismo no es sino una representación de éste que creamos para satisfacer su ansia de curiosidad, y en ese sentido lo que acaba por identificarnos de cara al mundo no es sino una deformación inexacta de lo que somos. Inivisible habla de eso, de cómo es posible conocer a las personas (si es que lo es), atendiendo tan sólo a los que la vida nos muestra de ellas, lo que los demás nos confían de ellas, y lo que ellas mismas deciden revelar en ciertos momentos a modo de generosa confesión. El conjunto de todo ello ha de ser, forzosamente, un mosaico incompleto y amorfo en base al cual acabamos por juzgar a los demás, suponiendo, creyendo firmemente en última instancia, que les conocemos, que sabemos cómo son y, por ende, lo que cabe esperar de ellos. Y sin embargo, todo eso que no vemos, esa invisibilidad que jugamos a disfrazar de mentira, secretos, silencios y medias verdades, es lo que, por omisión, nos define y construye nuestra verdadero yo. Pero un yo no puede, por definición, comprenderse sino desde uno mismo... y por eso, lógicamente, nadie alcanzará nunca a conocernos de forma completa.
La invisibilidad del título se extiende a otros momentos de la novela (perder el contacto con una persona es ver cómo su recuerdo pierde consistencia lenta pero inexorablemente, con el paso del tiempo, y un recuerdo puede, a su vez, resonar eternamente en la memoria aunque su origen fuera producto de pura fantasía o ensoñación, algo que nuestros ojos jamás vieron), pero ésa es la razón fundamental que hilvana el todo que es la obra. Lo demás (sexo, política, literatura, geografía, el ocaso de la vida...) si bien es en ocasiones tan protagonista como los personajes mismos, queda en cierta medida obscurecido por la enormidad del mensaje final, confuso pero directo, enorme por revelador, y en última instancia una gran incógnita que nos hace preguntarnos cuánto de lo leído es cierto, no siéndolo nada, por cuanto lo que se nos cuenta se fundamenta en esos textos tan subjetivos paridos por sus protagonistas, que conforman la muñeca rusa de la obra misma.
Acaso todo lo que sabemos de los que nos rodean sea mentira. Una gran mentira que nos hemos empeñado en creer porque sólo así podemos seguir despertando cada día junto a esa persona, tomándonos ése café junto a aquel otro, saludando alborozadamente a éste o a aquél amigo, respetando a nuestros padres, deseando a aquella chica, admirando a aquel artista... La novela habla de todo eso, o lo hace implícitamente, y tras su lectura, uno no puede por menos que pensar que hasta nuestro propio nombre no deja de ser una pantomima intrascendente que en poco nos define: cuántos hay que se llaman exactamente igual que nosotros y, sin embargo, nos son absoluta y totalmente indiferentes... e invisibles.

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