Sunday, December 21, 2008

Querido Santa Claus

Chavales, el día se aproxima. Los que hemos sido buenos, no tenemos de qué preocuparnos. Pero los que hayáis tenido algun problema este año para mantener las formas y el expediente limpio como una patena, quizás debáis pensar en algún modo con el que conseguir que el bueno de Santa no pase de largo en Noche Buena. Yo os propongo el clásico método del soborno; y teniendo en cuenta las horas intempestivas a las que se mueve el abuelete, y lo cansado que debe ser estirar una noche hasta el amanacer para abarcar todo el orbe terráqueo, quizás no sea mala idea ayudarle con algunos psicotrópicos estándar, pequeñas delicatesen con las que apaciguar el alma y avivar el espíritu.
Para los renos no he pensado nada, pero si el señor Noel tira de todo lo que le propongo, igual a él se le ocurre algo para espolearles... ¿Cómo se llamaba ese de la nariz roja? ¿Rudolph? Bonito nombre...

PD: Agrandad la imagen, y disfrutad del detalle.


Friday, December 19, 2008

Mi nombre es Harvey Milk

Damas y caballeros, el trailer de Mi Nombre es Harvey Milk, de estreno el próximo 9 de enero, y con la presencia en el reparto de voces de este su humilde servidor. De momento, veanlo, escuchen, y localícenme. Ahí ando, junto a Penn y compañía.


Saturday, November 29, 2008

Dios salve a la Reina

Nunca es tarde, dicen, si la dicha es buena. Además, ciertos hallazgos requieren de tiempo, mucho esfuerzo y dinero, y un componente de suerte o azar que a la postre significa una cantidad de tiempo indefinida para la consecución satisfactoria de los objetivos marcados. Éste es sin duda el caso de la noticia que esta semana podía leerse en distintos medios; una buena nueva que no por ser todavía provisional, resultaba menos relevante: "Científicos españoles desarrollan una vacuna preventiva contra el VIH". El anuncio, sumamente esperanzador, tiene una doble lectura enormemente positiva. De un lado, la vacuna -aún en fase experimental- supone una posible luz al final del túnel para una pandemia que desde que se descubriese en 1981 ha acabado con la vida de más de 25 millones de personas -se dice pronto-; por otro, el desarrollo totalmente español de la misma supone un hito en la biotecnología de nuestro país que abrirá puertas a futuros proyectos consensuados entre los diferentes organismos e instituciones que actualmente trabajan en este campo dentro de nuestras fronteras.
Pero más allá del simple hecho científico, del anecdótico dato, o de la prometedora perspectiva que este descubrimiento ofrece, se encuentra una reflexión que no he podido quitarme de la cabeza desde que la noticia me asaltase en el metro la pasada semana. La misma no es casual, y viene marcada, inducida si queréis, por mi creciente nuevo interés en uno de los mayores fenómenos musicales, artísticos y sociales de finales del siglo XX. Hablo de Queen, el legendario grupo de rock británico, y en particular de su cantante y alma mater, el gran Freddie Mercury -tristemente malogrado en fechas muy similares a estas hace ya 17 años, un 24 de noviembre de 1991. Efectivamente, no deja de resultar cuando menos curioso que el anuncio del mentado descubrimiento tenga lugar justo en estos días, cuando los fans del mito nacido en la extinta Zanzíbar recuerdan su figura porque se celebra el aniversario de su desaparición a causa de una enfermedad que aún hoy afecta a 40 millones de personas. Curioso, digo, y significativo, por cuanto la figura del cantante supuso a finales de los 80 y principios de los 90 todo un símbolo -a la par que una tragedia- en la lucha contra la mayor plaga de la era moderna, con permiso del cáncer. Y quiero pensar que estas cosas no responden simplemente a fortuitas casualidades.
Estas últimas semanas, además, antes de que la noticia saltase a los medios y se diese a conocer, Queen había vuelto a ganar posiciones, como decía, en mis intereses musicales. No es que hubiera desaparecido nunca -el grupo me ha fascinado desde que desubriese The Show Must Go On en aquel lejano festival de fin de curso en octavo de EGB, de mano de una paranoica pero recordada profesora de inglés, en 1992-, pero el último mes lo había devuelto a mis oídos de forma regular gracias a las sesiones nocturnas de sábado en casa de maese Álvaro. En ellas, diversos reportajes sobre sus últimos años, sus últimas apariciones públicas, sus últimos días, y sus postreros homenajes póstumos, habían tenido un protagonismo que lo han retrotraído a estos días con renovado interés y admiración.
Nadie pone en duda el magistral legado musical que Mercury y su banda dejaron para la posteridad, ni su aportación artística al género del rock en sus múltiples facetas -desde la puesta en escena a la realización técnica. Es su obra un compendio de éxitos sin parangón de la que muy pocas cosas pueden excluirse o tildarse de vulgares -cuando menos de mediocres o nefastas. Y en todo ello, la irrepetible voz de Freddie tuvo mucho que ver. Sí, los Deacon, May y compañía también supusieron -me resisto a hablar en pasado por mucha gira que el grupo siga haciendo en el presente- un factor decisivo, pero sin duda fue su cantante el que dio al grupo la universalidad que finalmente alcanzaron. Por eso, porque no era uno más de tantos rockeros excéntricos y trasnochados, su desenlace cobró a la postre el estatus de leyenda, y es con seguridad uno de los acontecimientos más dramáticos de la historia de la música reciente.
Decía al principio que más vale tarde que nunca, pero estos días me ha resultado imposible no imaginar lo que habría podido seguir aportando el gran Mercury a este gris mundo en el que vivimos de haberse aprovechado de un descubrimiento como el que hoy es noticia en medio mundo. Es soñar despierto o hacerse pajas mentales porque aún restan años para que la vacuna sea comercializada si resulta finalmente un éxito, pero no puedo evitarlo. Habrá quien diga que su final fue el lógico resultado de una vida de excesos y promiscuidad, algo que sólo él buscó y que por tanto no debe hacernos caer en el sentimentalismo barato. Y quizás no estén exentos de cierta razón. Sin embargo, cuando uno se pone a repasar los numerosos documentos audiovisuales que recuerdan su trayectoria, no puede por menos que sentir cierta nostalgia y la inevitable sensación de que no se trataba de alguien al uso. Su fina sensibilidad y su marcada rebeldía se intuían en sus declaraciones tanto como en su voz y en sus letras, y más allá de consideraciones morales sobre sus excentricidades, debería quedar el reconocimiento general sobre lo que el artista podría haber seguido aportando a esta triste maquinaria tan necesitada de luz que es el mundo, que es la vida. Pero supongo que su caso también tiene el valor que tiene por ejemplificante, aunque resulte duro reconocerlo; y eso al cabo puede ser tan importante como todo lo demás: que nadie está libre de caer víctima de una enfermedad que cada día está más controlada, pero que aún mata en el mundo más personas que ninguna otra dolencia.
Freddie Mercury sólo reconoció que tenía SIDA un día antes de su muerte, mediante un comunicado público, aunque había pasado los últimos años de su vida fuera del objetivo de las cámaras, reapareciendo fugazmente para la grabación de sus últimos temas, sin duda los más cargados de mensajes sobre lo cercano de su final -aunque todos ellos muy positivos, y en su mayoría compuestos curiosamente por el resto de miembros del grupo. El final le sobrevino en Montreux, Suiza, donde pasó los últimos meses de vida, y donde hoy se erige una estatua conmemorativa que es el único símbolo póstumo visitable del artista. El brazo alzado hacia el cielo, el semblante tenso en una eterna nota musical cargada de su recordada vehemencia vocal, su efigie mira al horizonte de un enorme lago que bien podría simbolizar la infinita masa de individuos que lo siguieron, siguen y seguirán siempre. Porque aquel 24 de noviembre moría su persona, pero nacía su leyenda. Y ésa, recordada hoy más que nunca porque por fin su espoleta está más cerca de ser finalmente vencida, no morirá jamás.


Wednesday, November 19, 2008

Camuflaje métrico

Martes. Dieciocho de noviembre. Ocho y media de la mañana. Línea 6, Guzmán el Bueno, andén 1. Tercer vagón. Decenas de personas se precipitan en su interior como autómatas, en una mecánica rutina diaria camino de sus aburridas ocupaciones laborales. El que firma la presente, también. Entro al vagón. Me acomodo en un escorado lugar junto a la puerta, y me agarro a la barra, templada aún tras los minutos que la asió su anterior inquilino. Las grises miradas y los grises semblantes de la concurrencia se diluyen entre las grises ropas invernales. Todos son la misma persona, una informidad humana que viaja silenciosa al compás del traqueteo de la máquina. Las puertas se cierran, el tren comienza a moverse, y yo clavo la mirada en la ventanilla, observando el andén en movimiento que poco a poco va quedando atrás.
Luego llega el túnel. Las luces del vagón sólo permiten atisbar fugaces insinuaciones de cables y canaletas, pero yo ya estoy mirando indiscretamente el reflejo de mis compañeros de viaje. Sólo durará unos minutos, pero es imposible no dirigir alguna furtiva mirada a los rostros de los que como yo comparten tan anodino trayecto cada mañana. Y de pronto... zas. No puede ser. Clavo los ojos en el tipo que ocupa la barra contigua, la del otro lado de la puerta. Qué coño. ¡Es él! Abrigo oscuro, auriculares blancos -¿un ipod, quizás?-, pantalones grises como de traje -algo demodé, todo hay que decirlo-, zapatos formales de cuero negro, gafas de pasta blanca y negras, pelo lacio y tez pálida. No cabe duda, es el puto amo. Es Joaquín Reyes.
Miro alrededor. Nadie parece haberlo descubierto, entre el gris general. Giro la cabeza y trato de mirarle directamente a los ojos. Él los tiene cerrados: escucha su música y piensa en que estaría mejor en la cama. Cuatro Caminos. Abre los ojos y se asegura de que aún no está en su parada. Pero ya no los cierra. Desde mi ángulo sólo puedo verle bien la cara cuando el tren está en el túnel, gracias al reflejo, así que espero ansioso que el convoy eche de nuevo a andar para poder seguir asimilando que no es un espejismo mañanero producto del sueño que acumulo tras una noche parca en horas de cama. De nuevo movimiento, y de nuevo reflejo. Sigue siendo él.
Ahora clavo la mirada ya nada discreta en el fenómeno chanante. Pienso en llamar a Javi, despertarle y decirle que lo tengo al lado, y que podría pasar por cualquiera dentro de ese vagón invisible de la línea 6. Luego imagino el móvil sonando de improviso -o no- con un mp3 de "Estoy fatal de lo mío" y a Joaquín girándose para decir "Buen gusto, sí señor" o hacer una mueca. Pero qué cojones, son las 8 y media, el tío va medio sopa, y lleva los cascos puestos.
Nuevos Ministerios. Mi destino. Hago ademán de bajar esperando a que él mueva ficha y también lo haga en esta parada, pero ni se inmuta. Me apeo, y comienzo a andar entre el gentío por el andén, tratando de controlar el tren mientras se pone en marcha para verlo una vez más, para asegurarme por última vez de que he viajado durante dos paradas a metro y medio del manchego más universal -con permiso del Almodovar ese-. Pero la marea humana me arrastra, y cuando el tren pasa veloz a mi lado no consigo volver a verle.
Seguro que acabó llegando a su parada en ese anonimato gris del que hacía gala en el vagón. Del que hacía gala todo el vagón. Perfectamente camuflado, como un mortal más, entre la masa humana que se arrastra cada día camino de sus aburridas y grises ocupaciones, uno de los pocos personajes que dan color a la vida de muchos con la suya. Muchos, como yo.




Friday, November 07, 2008

Camino


Existen muchas formas de hacer cine, como existen muchas formas de contar una historia, o de entender la realidad. Uno puede apostar por la comedia, y escribir un guión hilarante, o puede apostar por el drama, y narrar acontecimientos que toquen nuestras fibras más sensibles. Y a tenor del tema que Javier Fesser eligió para su película Camino, uno podría intuir que ése es el género en el que debería enmarcarse el título, cuando la realidad, visto lo visto, no es ni de lejos tan sencilla.
Camino es, en primer lugar, una historia de amor. O deberíamos decir, quizás, de Amor -así, con mayúsculas. Porque lo cierto es que lo que en ella se nos cuenta es lo muy diverso que éste puede ser, dependiendo de quien lo sienta y hacia qué o quién lo profese. Tal es así, que la cinta presenta en este sentido una dualidad incompatible a ojos de los personajes que conforman la historia, pero que desde ambos puntos de vista -los de la niña, Camino, y los de su entorno- es totalmente sincero. El problema estriba en entender los motivos que hacen de esas divergentes formas de ver el amor algo que no puede coexistir, y en ello se centra Fesser para dar sentido a su narración: el mundo al que pertenece Camino está lleno de obstáculos que chocan de frente con su forma de entender la vida; aunque profundamente influenciada por su madre, su asumida religiosidad no le impide experimentar los lógicos sentimientos que una niña de su edad está abocada a tener. Esa es la base que da sentido a la historia, y la que hilvana en última instancia cada uno de los momentos de la película. Hasta el final mismo.
Luego está el lado oscuro, la sombra que se opone a la luz de la niña y su lucha interior, en forma de fanatismo religioso. El retrato que Fesser hace del Opus Dei no pretende caricaturizar ni difamar, sino más bien mostrar lo que la ciega devoción y el manejo oportuno de los hilos adecuados pueden provocar en personas de sensible confesión religiosa. Cómo el sufrimiento más puro y directo, más atroz, puede tornarse en alegría y bendición cuando el autoconvencimiento trabaja para extraer del sacrificio una oportunidad de acercarse un poco más a Dios. El choque que la película muestra en ese sentido en tan grande, que uno no puede sino reaccionar con perplejidad ante un comportamiento tan obtusamente ilógico desde lo humano -lo divino mejor dejarlo a un lado- que llegado cierto extremo sólo queda preguntarse hasta dónde puede llegar el individuo para agasajar a la deidad de turno. La respuesta, al menos la que puede extraerse de la película, está clara: donde haga falta. Ni más ni menos.
Pero sombras extremistas a un lado, la historia está llena de luz, de esperanza, de ilusión, y de guiños cómplices a la inocencia de la infancia. El papel de Nerea Camacho -Camino-, ribeteado por una mirada que traspasa y enamora, es encomiable, y tanto en su etapa alegre -si es que puede considerarse que en algún momento deja de estarlo- como en la doliente, borda una interpretación maravillosa que nos hace pensar en lo triste que resulta que ciertos niños tengan que crecer. Su personaje rememora a otros salidos de cuentos clásicos como la Cenicienta, o Alicia en el País de las Maravillas, y cada frase, cada sueño, cada inocente comentario -mención especial para los momentos íntimos con su padre, interpretado por un genial Mariano Venancio- nos tocan con una sutileza tal, que al final resulta imposible abstraerse de la fuerte carga emocional que desprende toda la historia.
Que esa es otra. Camino no es una película sencilla de ver, de digerir. Es un carrusel de sentimientos que nos lleva desde la alegría a la tristeza, pasando por la crudeza de un quirófano o la jovialidad de una clase de teatro para niños. Es un cocktail de emociones que nos sorprenderá riendo mientras nos enjugamos las lágrimas, llorando mientras esbozamos una sonrisa. El mérito ahí, hay que reconocérselo, es de un Fesser soberbio que con una clase encomiable y un saber hacer cinematográfico de muchos quilates mezcla momentos de muy distinto corte con una maestría digna de aplauso. Aún así, no conviene llevarse a engaños: la historia no es alegre, o al menos no explícitamente, aunque el regusto que nos deja tampoco pueda tacharse de amargo -no excesivamente amargo al menos-, si se entiende como debe entenderse la realidad interior de la niña protagonista. Lo que no quita para que, en cualquier caso, acabemos bastante compunjidos.
Vivimos tiempos difíciles para el cine español, pero siempre queda el consuelo de saber que ciertos directores derrochan talento a raudales. Fesser es uno de ellos, y con Camino lo ha demostrado sobradamente: una historia arriesgada que resuelve maravillosamente, y que cualquiera con un mínimo de gusto estético y emocional sabrá valorar en su justa medida. No apta, eso sí, para individuos sin corazón o de excesiva impresionabilidad sentimental.

Wednesday, November 05, 2008

Mis aventuras del Capitán Alatriste (1)


El alba rompía sobre los chapiteles del Alcázar Real cuando Alatriste arribaba a los soportales de la Plaza Mayor. Desde que abandonase el cobijo de su aposento donde la Lebrijana, las sombras de las callejas de la Cava Baja habían servídole de refugio ante posibles emboscadas, el solo ruido de su herreruza en la vaina resonando como campanilla de monaguillo en el silencio de la noche. El chapeo, calado hasta las cejas, y el embozo de su capa, le confiaban el anonimato necesario para tal empresa. Había sustituido las viejas botas de soldado por unas más discretas abarcas, y la guipuzcoana descansaba sobre su riñonada izquierda en espera de ser asida si los naipes empezaban a venir jodidos.
Un tenue farolillo de sebo tintineaba junto a la imagen de un santo, dibujando el contorno de una figura que se arrebujaba contra la pared en un intento por pasar desapercibida. Acercósele el capitán despacio, la mano apoyada discretamente sobre la cazoleta de su tizona, y la figura alzó la mirada para cruzar sus ojos con el glauco refulgir de los de Alatriste. El bravo lucía abundante mostacho sobre el belfo, a la usanza borgoñona, uniendo patillas en una continua línea generosa de negruzco vello. Una cicatriz sobre el ojo izquierdo le confería un mirar taciturno que a poco podría haberse confundido con un desplante. Para su suerte, Alatriste conocía al rufo, y lejos de cruzar aceros, los dos hombres, a un medio hablar que era más bien susurro, comenzaron a cruzar palabras.
-A fe que sois sigiloso, capitán -dijo el hombre.
Alatriste no respondió. Sus grises ojos se clavaban inmóviles sobre los del tipo, el perfil aguileño realzado por las sombras que proyectaba, cada vez más débiles ante la creciente luz del alba, el farolillo sobre sus cabezas.
-Voto a tal -añadió como para sí-, que lo que me contaron de vuestra merced no desmerece un ardite lo que mostráis en persona.
-Al grano -remató Alatriste, indiferente.
El hombre se removió inquieto en su herreruelo, húmedo del relente de la noche, y pudo oirse sonar de abundante hierro bajo su capa. Luego se irguió, dejando entrever el relucir de una pistola a la diestra del cincho, y haciendo ademán de ponerse en movimiento, se dirigió de nuevo al capitán.
-Hay un mesón en la calle de las Ánimas que quizá conozca -deslizó las palabras mientras echaba a andar sobre el empedrado del soportal-. El del Lobo, le llaman. Nuestro hombre nos aguarda allí.
El bravo ya sacaba un buen trecho a Alatriste cuando las palabras morían en su boca, así que éste emprendió el paso tratando de darle alcance, mientras resonaba en su cabeza el nombre del mesón que el otro había mentado sin tan siquiera esperar su reacción. El del Lobo. Un lugar obscuro, y no sólo por la escasa luz que su corrala cobijada por un sucio techado de chamizo dejaba entrar en las estancias que la rodeaban, sino por la concurrencia que de diario lo frecuentaba, todos amigos de Don Pedro Ximénez y el clarete de Peñascal. Tiempo atrás, a su regreso del asalto de Ostende, aquél había sido punto de reunión de viejos camaradas del frente, pero Alatriste nunca había gustado de sus habituales, todos de excesiva facilidad en lucir toledana y propensos a despachar por la posta sin decir esta boca es mía.
El lorenzo se elevaba ya por encima de los tejados de Madrid, proyectando largas sombras oblicuas sobre las estrechas calles mal empedradas, y mientras algunos gallos cantaban sus coplas mañaneras aquí o allá, la Villa y Corte se desperezaba lentamente en nuevo día que, aunque soleado, prometía ser bastante frío. El hombre, de andares recios y largos pasos, recorría las vías decidido, casi como si desfilase bajo los estandartes del cuarto Felipe en terreno enemigo, tras alguna victoria de postín, en dirección a la calle de las Ánimas. Alatriste lo seguía de cerca, pensativo pero alerta, rumiando muy por lo menudo si después de todo aquel individuo de aviesa mirada que don Francisco de Quevedo le había presentado la tarde anterior era de fiar. Más le vale, pensó, o se verá con dos palmos de acero entre pecho y espalda antes de saber por dónde le llueven las mojadas.
-Si no tiene inconveniente vuesamerced -dijo el rufo deteniéndose frente a la puerta del mesón-, yo le esperaré aquí afuera. Hay ciertos caballeros dentro que no guardan muy buen recuerdo de mi persona, vive dios.
Alatriste dirigió una rápida mirada al interior del lugar desde su posición. Un murmullo de voces y algún rasgueo de guitarra llegaban hasta la calle.
-Como puede escuchar -prosiguió-, los días no empiezan ni acaban en este sitio más que cuando cae uno víctima del mal de Baco.
Soltó después una risotada que movióle el mostacho arriba y abajo mostrando una hilera de negros dientes mal tirados, y al cabo entregó al capitán una bolsa de cuero negro que extrajo del gastado jubón.
-Diríjase a Martín Lopos, el mesonero, y pregunte por un tal Sangonera. Luego entréguele la bolsa y escuche lo que éste pueda contarle. Yo estaré por aquí rondando, si necesita cualquier cosa.
Luego, sin mediar más parla, alejóse el hombre con el mismo andar que mostrara camino del mesón del Lobo, y Alatriste, acariciando casi instintivamente el puño de la espada, se internó en la oscuridad del portal como quien cruza un patíbulo del Santo Oficio, no por voluntad propia, pero resignado al cabo.

Obama wins!

Tuesday, November 04, 2008

American Elections '08


Me importa una mierda quién gane las generales americanas. Demócratas, republicanos, hijos de la gran puta consumista. Todos son la misma mierda. Ni si quiera podrían diferenciarse en el olor.
Nosotros, los europeos medios, esos que no cuentan un capullo para unos ni para otros -los mismos que después nos ignorarán independientemente del resultado de las urnas, pero no lo hacen cuando vienen dobladas-, no pintamos un carajo en ese proceso. Nos hacen creer lo contrario, animándonos a decantarnos por uno de los candidatos con campañas internacionales camufladas de noticias objetivas, mítines multitudinarios, e instantes de ingenio social mercadotécnico válidos para todas las civilizaciones que pueblan este enorme orbe que es nuestro planeta. A ellos les ha tocado en suerte ser los líderes y cabecillas del movimiento, y los demás les bailamos el agua en la esperanza de recoger alguna de las muchas migajas que desprecian en el camino hacia el poder absoluto.
Nuestros problemas tienen el suficiente peso específico como para no depender de las decisiones de otros, y sin embargo cada pequeño paso viene marcado por la trascendencia que supone mover ficha en el tablero del jefe, el gran héroe americano, el admirado Tío Sam. Inmigración, trabajo, sanidad, seguridad, tecnología, educación... y agradecimientos al líder. Los ricos. Que para algo nos subvencionan "desinteresadamente" en pos de una Europa más sólida y occidental -tanto como pueda serlo su joven nación americana. Esas son las materias que deben cubrir nuestros presupuestos, nuestros planes de progreso y nuestras ambiciones comunes a nivel internacional. Así se aseguran el éxito en los poderosos frentes de la ONU y la UE, cuando las cartas vienen jodidas respecto de los países que conforman el cada vez más sólido bloque oriental-asiático.
Destruíd vuestros iPod; calzaos unas buenas Paredes en lugar de las Adidas de turno; aparcad el Ford para conducir vuestros cojonudos SEAT León; volved a ver Camino en vez de La Conspiración del Pánico -bueno, venga, esa sí...-; y no encendáis la tele el día de las elecciones americanas. Ignoradles. O al menos no os traguéis todo lo que sueltan: decidid qué acabará afectándonos a todos y reducidlo a la mínima expresión siguiendo vuestro sentido común.
No somos ellos, aunque lo seamos en la práctica a cada minuto del día. Se nos da un ardite lo que mueva sus intereses económicos más allá de lo que reporte un beneficio directo sobre nuestras economías. Pero sobre todo, debemos recordar que todo lo que son ahora, surgió un día de los esfuerzos comunes e individuales que los diversos países europeos colonizadores hicieron para transformar la agreste y gris tierra norteamericana en un mundo productivo y bollante del que extraer riqueza, prosperidad y esa libertad de la que hoy tanto alardean. Demócratas y republicanos, que igual da.
Putos desagradecidos...

Friday, October 31, 2008

Feliz Halloween


La anciana entreabrió la puerta del baño y oteó su interior entre penumbras. La luz de la luna se reflejaba en las baldosas del suelo, recortando las formas de los frascos de perfume sobre el estante de la pared. El golpe había sonado allí, seguro; o eso creía ella, que a sus ochenta y siete años conservaba un más que digno sentido del oído.
Había pasado un rato viendo los programas del corazón que inundan las desastrosas cadenas de televisión los viernes noche, sin detenerse en ninguno en concreto. Cambiaba de canal y mezclaba historias de alcaldes corruptos con transexuales despechadas, tonadilleras sin maquillar que recorrían a la carrera la terminal del aeropuerto tras sus gafas de sol con personajes otrora reconocidos que vendían sus recuerdos y sus penas por un mísero puñado de euros. Así solían comenzar sus fines de semana desde que, diez años atrás, su esposo la dejara sin previo aviso víctima de un infarto mientras se duchaba una mañana.
Cuando escuchó el golpe, el presentador que llenaba la pantalla de su vetusta Telefunken con su desagradable sonrisa hipócrita anunciaba la inminente comparecencia pública de una dama de la alta sociedad dispuesta a narrar su ruptura con un ilustre hombre de negocios. El estruendo, breve pero contundente, la había sacado de su ensimismamiento con un ligero susto y un respingo súbito sobre el sofá. En un primer momento se quedó inmóvil, indecisa ante la forma en que debía actuar. Miraba el largo pasillo que conectaba la sala con el baño, mientras en la tele el plató irrumpía en aplausos y vítores a la entrada de la aristócrata, preguntándose si después de todo el ruido no había sido producto de su imaginación. En cualquier caso, resolvió al final, sólo había una forma de concretarlo.
Se levantó despacio, más por imposibilidad física -su buen oído no se veía correspondido en una articulaciones sanas- que por miedo o prudencia, y tras ceñirse el cinto de la bata con sus huesudas manos, echó a andar hacia el pasillo. Arrastraba las zapatillas de andar por casa en rítmicos movimientos acompasados, breves, que la llevaban a mover las piernas varias veces para recorrer cada metro de distancia. Desde el comienzo del corredor se divisaba la puerta del baño justo al fondo, aparentemente cerrada, y aunque había vivido en aquella casa durante los últimos cincuenta años, un incipiente temor que no lograba explicar detuvo sus pasos al poco de abandonar el salón. Agudizó el oído en un intento por percibir algún nuevo sonido que confirmase sus miedos, pero sólo hubo silencio. De nuevo se puso en marcha, pasillo alante, mientras las fotos que pendían de ambas paredes -viejos retratos en blanco y negro de su difunto marido, sus padres y hermanos, y ella misma años atrás- la observaban en silencio.
Cuando sólo distaban unos pasos para alcanzar la puerta del baño, un nuevo ruido, esta vez más largo y sinuoso, similar al que haría una cortina de ducha al descorrerse, se escuchó del otro lado. La anciana se frenó de nuevo. Durante un breve instante unos gritos difuminados recorrieron el pasillo desde el salón: la aristócrata sin duda había puesto patas arriba a la jauría de pseudo-periodistas que se disputaban la carroña de sus intimidades. A su izquierda, un óleo enmarcado en pan de oro de considerable tamaño que mostraba un retrato de su augusto esposo la miraba fijamente, y ella le correspondió con un furtivo cruce de miradas. No estaba sola, al cabo, y no había nada por lo que asustarse en su propia casa, a su edad. Aunque para ser sinceros, su deseo era estar totalmente sola aquella noche. Clavó la vista en el pomo de la puerta que se erguía frente a ella, y reemprendió el camino.
Asió el metal con sumo cuidado, sintiendo el frío en la palma de la mano, y giró media vuelta hasta oir el chasquido de la cerradura. Empujó la puerta despacio, y alcanzó a ver el reflejo de la luna y los frascos de perfume antes de distinguir el resto de elementos del aseo. Todo parecía en orden. Siguió empujando hasta abrirla totalmente, y llevando la mano de forma instintiva al interruptor de la pared, encendió la luz. Nada. Los diversos elementos de aquel viejo cuarto de aseo estaban donde debían estar, y sobre el suelo reluciente no había restos de nada que indicase la fortuita caída de algunos de los objetos que los años habían acumulado en muebles y estantes. Chocheas, se dijo, y esbozando una media sonrisa cargada de desahogo, volvió a apagar la luz. Cerró la puerta, y regresó sobre sus pasos.
El óleo de su marido la siguió en su lento trasiego hacia la sala, con una de esas miradas que tan bien representan ciertos artistas, logrando que el retratado nos observe donde quiera que vayamos. Recorrió el pasillo, y entró en la estancia. En la vieja Telefunken, el presentador hacía chascarrillos varios sobre un reciente rumor que apuntaba al presunto embarazo de una sexagenaria estrella del cine, y la parva de inútiles contertulios le reían la gracia. La anciana no pudo evitar una sonrisa. Ochenta y siete años, murmuró para sí, y la imaginación te empieza a traicionar ahora. Se dispuso a regresar al sofá, junto al brasero que calentaba sus achacosas piernas débiles, frente al televisor y sus programas del viernes noche.
El primero de los chorros la pilló desprevenida. Vio cómo el líquido salía despedido hacia adelante y manchaba de un intenso color rojo las fotos de su boda sobre la mesita. Ni siquiera notó el corte, y se preguntaba desconcertada qué diantres era aquello. Luego sintió la humedad empapándole la bata, y se llevó la mano al cuello. La sangre se le derramaba a borbotones sobre el pecho y ya comenzaba a formar un charco brillante bajo sus pies. Se giró, y antes de entender lo que ocurría, una segunda punzada le entró por el abdomen, subiendo luego algo más de un palmo, cortando el cinto de la bata y descubriendo la enagua vermellón que apenas unos segundos antes era blanca como la nieve. Los ojos de la anciana, ya menguados por la falta de sangre, creyeron adivinar una figura alta y enlutada frente a ella, justo antes de que las entrañas se le descolgaran con un húmedo sonido y dieran contra el suelo aún unidas al resto de su cuerpo. Luego se desplomó de rodillas, agarrándose instintivamente a la negra figura, y ya todo fue oscuridad. Tan sólo unas palabras lejanas, provenientes del vetusto aparato de televisión, la acompañaron en su trance al otro mundo, la cara ensangrentada contra el lustroso terrazo del suelo, mientras el presentador, impecablemente vestido y sonriente, emplazaba a su audiencia al programa de la próxima semana, y su difunto marido la observaba desde el óleo al otro extremo del pasillo.

Friday, October 17, 2008

Hoy la puta se viste de rey

Voy a mezclar flashes con alcohol, restos de sal y altas dosis de ficción.
Tengo la fe tengo la intuición. Tengo el viejo trono de un rey y ahora sólo soy un bufón.
Y un espejo roto en la pared descompone en mil pedazos la piel donde escondí todo aquel calor.
Y la actriz sabe bien lo que hacer. Se desnuda y entiende quién fue. Hoy la puta se viste... Y voy a pensar que todo va bien, todo va bien.
Que el veneno es la luz y la sombra mi caché.
Y aún así la farsa huele a miel. Mezclo néctar con el aguijón, que huye de ti y no se enhebró, ya he conseguido el papel.
Y la actriz se lo vuelve a creer. Se desnuda y entiende quién fue.
Hoy la puta se viste de rey... y nadie le cree, nadie se lo cree... nadie le cree, nadie se lo cree... nadie le cree, nadie se lo cree... nadie le cree, nadie se lo cree...
VETUSTA MORLA (Autocrítica)

Qué razón tenéis, pardiez.

Monday, October 06, 2008

Apología del maltrato

El caso del profesor Neira -ya saben, ese hombre que creyendo presenciar un caso de maltrato decidió tomar cartas en el asunto y acabó en un coma probablemente irreversible- ha vuelto a poner en el ojo del huracán una cuestión ya añeja que esta sociedad tan "avanzada" se empeña en no superar: el asunto de la violencia machista -a menudo mal llamada "de género".
La noticia saltaba a los titulares hace apenas un par de meses, pero lo cierto es que en las últimas semanas se ha levantado más polvo que tras el hecho en sí gracias a las declaraciones que en diversos medios la pareja del agresor ha venido realizando en defensa de su hombre -el mismo que consideró justa reacción a la intervención del profesor propinar a éste un tremendo golpe por la espalda que una cámara de vigilancia recogió para su infortunio. En su discurso, la señora -nótese la ironía- hace hincapié en la desmedida actuación del profesor al intervenir agrediendo verbalmente a su chico ante un asunto que ni le iba ni le venía -verbalmente, sí, que como todos saben una palabra puede hacerte más daño que un mantecao por la espalda, una bala, o que el favor aquél de Carlito Brigante-, amén de justificar el comportamiento de su pareja -empujones e insultos incluidos- con alusiones a su adicción a las drogas -lo que según su razonamiento debería ser exhimente de cualquier delito, entonces, y podría haber sido aducido por el malparado Oswald tras el incidente de JFK, por ejemplo.
Al margen de la cuestión económica que lleva a esta señorita -nótese el asco, esta vez- de plató en plató de TV, lo que repugna más aún a toda la opinión pública es el cuajo del que hace gala cuando con vehemencia y altanería defiende la inocencia de su galán para hacer girar la veleta de la razón y autoproclamarse, ella y el machote, víctimas del meollo. Y mientras se llena los bolsillos de euros y la boca de mierda pasando por caja una y otra vez en la agonía del profesor, vuelve a ser objeto de debate el esencial papel que la mujer juega en la cuestión del maltrato, en lo que a rebelarse y romper su silencio se refiere.
Todo un ejemplo para el género femenino, la buena moza -nótese aquí la absoluta repudia. Ejemplo, digo, de lo que no debe hacerse nunca. Claro que a ella plim, porque la elementa no acabará vestida de luto bajo ningún concepto -que para ello va siempre divina de la muerte, la muy caradura.

Saturday, October 04, 2008

Yo crecí en los ochenta

Algo tuvieron. Y es que no deja de ser curioso que los que nos labramos una personalidad en aquellos míticos diez años, esos que siguieron a los últimos coletazos del franquismo de los 70 y prepararon la revolución tecnológica de los 90, volvamos una y otra vez a sus iconos de mano de la nostalgia.
Gran parte de todo lo que recordamos nos fue mostrado por medio de ese genial invento -ni la rueda, ni la penicilina, ni la goma de borrar en la punta del lápiz- que es la televisión, y hoy, tantos años después, tenemos la oportunidad de viajar en el tiempo a aquellas borrosas imágenes de VHS de nuestra infancia gracias a Youtube.
Esta vez os traigo un homenaje en forma de divertido y rockero video musical, en el que se repasan muchas de las cosas que marcaron aquellos días felices y liberales. Yo me he sentido totalmente identificado con lo que se dice y se muestra... y hasta me he sorprendido soltando alguna risotada ante inesperados giros en la letra y casposísimas imágenes. Ellos son El Reno Renardo. Y sí, yo también crecí en los ochenta y sobreviví.


Wednesday, October 01, 2008

Back in town

Estoy de vuelta, amigos. Gracias, ahora a todos vosotros, por el apoyo en estos días difíciles. Los que habéis pasado por cosas parecidas -o peores, que algunos como Vadania saben de lo que hablo-, entenderéis que por muchas justificaciones que busquemos para mitigar el dolor, deshacerse de él es del todo imposible. Los lazos que nos unen a los que queremos no entienden de edades, ni distancias, ni frecuencia en los encuentros... Por eso, aunque uno no permanece ajeno a las leyes naturales que rigen este tinglado, resulta inevitable sentir como irreparables las pérdidas que nos sobrevienen cada tanto en este camino lleno de sinsabores que es la vida.
Pero al final siempre acabamos levantándonos. Por nosotros mismos, pero también por ellos. Cuando cae el telón del día a día, comienza esa otra obra que conforman los recuerdos. Y si éstos son buenos, merece la pena guardarlos con celo en lo más hondo de nuestra memoria y nuestro corazón, accediendo a ellos de forma habitual para que los que nos esperan tras esa frontera invisible permanezcan siempre con nosotros.
Hay un no sé qué, un algo indescriptible, que nos hace resurgir cual Ave Fénix desde nuestras propias cenizas cuando creemos haber tocado fondo. Es un instinto de superación que creo encuentra su razón de ser en la esencia misma de los que ya no están; saber que merece la pena luchar en este circo con el doble de energía para perpetuar el esfuerzo que enarbolaron mientras estuvieron entre nosotros. Y así sólo cabe mirar hacia adelante, en la seguridad de que sobreponerse es el mejor de los homenajes que uno puede brindar a su memoria.
Su legado, al cabo, es tan grande como el vacío que dejan. Pero es precisamente con ese legado con lo que llenamos un vacío que habrá de acompañarnos, lamentablemente, siempre. Y poder hacer algo así tiene que abrirnos los ojos ante la única verdad que existe: no nos iremos nunca mientras vivamos en aquellos a los que importamos. Y yo pienso esforzarme cada día porque jamás os vayáis del todo.


"
Bebe la sal y respira las llamas,
nada nos puede tocar.
Pon en tu tumba que no es el final,
tu rastro no se puede borrar.
Con cada latido hoy celebra
que nuestra historia continuará"
Vetusta Morla, Sharabbey Road

Sunday, September 28, 2008

Gracias

Hoy tengo roto el corazón. Escribo entre lágrimas, recién recibida la noticia de que el mayor de los Arenas, uno de los pilares más sólidos de El Corral de Piedra, el de verdad, nos ha dejado. No puedo seguir. Son demasiados golpes en poco tiempo. Y la aldea cada vez está más vacía.

Friday, September 26, 2008

Sobre el cortejo

Me pregunto dónde reside lo que hace a las personas afines. No es una pregunta banal, ni vacía por las horas a las que surge. Es en realidad una reflexión en voz alta que aspira a convertirse en respuesta, a sabiendas de lo imposible de tamaña empresa cuando todo depende de lo muy diversos y diferentes que somos todos. Pero uno alza la vista y observa cómo la vida rompe una y otra vez esa constante absurda para dar lugar a realidades tangibles como esas que algunos de ustedes gozan ahí afuera... y me reafirmo en mi vertiente positiva. Sólo un segundo, eso sí.
Salgo. Me relaciono. Hablo, respondo, pregunto, incluso me cohibo si la ocasión no invita al atrevimiento. Y al final uno se percata de lo vacuo de todo. O sea, sé positivamente que el mundo, en lo que a conocer gente se refiere, es tan variopinto como lo es girar una bola del ídem y señalar con el dedo al azar esperando encontrar en la punta del mismo nuestra casa... demasiado fortuito. Pero es que al final, después de todo eso, después de optimismos desacerbados, inconformistas noches de autosugestión inducida, y numerosos momentos de etílica efervescencia, lo que queda es demasiado obvio. Todo es tristemente predecible: una ola de engreídos despechos informes, ridículos momentos de injustificada satisfacción por un rechazo que sólo se basa en lo evidente, ignorando el universo que se aposta en una sugerente segunda fila. La coherencia invita a mantenerse al margen porque nos sabemos mucho más que todo ello, o al menos más de lo que se nos incita a creer que somos, pero la realidad a menudo no responde a lo marcado por sus parámetros, y nos recluimos en nosotros mismos tratando de asimilar lo que a todas luces nos parece absurdo. Y nos parece absurdo porque lo es. ¿De qué otra manera podría calificarse la negación de intentar enriquecerse con lo que tienen que ofrecer esos que nos rodean, nos atraen y nos llenan de luz con sus diferencias?
No es mi intención entrar en disquisiciones sobre géneros, aceptaciones sociales de las diferencias entre sexos, o motivaciones varias relativas a las relaciones que se establecen entre hombres y mujeres cuando el momento del cortejo cobra relevancia en el panorama común que unos y otros comparten. Pero parece evidente que, por motivos sociales mayoritariamente, quizás también culturales, la posición de la mujer respecto del hombre en las lides amatorias es cuanto menos privilegiada. En realidad uno puede llegar a justificar desde un punto de vista naturalista semejante realidad, aduciendo en esencia a la necesidad inherente a toda especie de perpetuar la misma intentando que las generaciones encargadas de ello sean en la medida de lo posible superiores a las que les llevaron a ocupar el lugar que ocupan. Ahí, en esa perspectiva lógica y genética, se justifican muchas de las situaciones que tan a menudo observamos en el mal llamado cortejo humano. Pero ocurre, seamos honestos, que además de biología somos mente. Sí, de acuerdo, la mente también tiene base biológica, pero lo que de ella emana en forma de pensamiento cobra una dimensión que se aleja de lo físico para convertirse en un privilegio abstracto del que carecen los demás seres vivos -esos seres vivos que se esfuerzan en perpetuar la especie eligiendo a los elementos más perfectos basándose exclusivamente en lo que ven.
Y ahí es donde me refugio para pensar que en todo este maremagnum de idas y venidas, de acercamientos y metafóricas bofetadas, hay mucho más de banal hipocresía que de razones darwinianas. Mi cuaderno de campo rebosa de apuntes en los que se narra el mismo proceso una y otra vez: el mismo momento de duda e indecisión, el mismo momento de absurdo valor para entablar conversación -absurdo, señores, porque hablamos de hablar, sólo de eso-, el mismo momento de intercambio fugaz, el mismo momento de rechazo soberbio. Las partes, obviamente, pueden ustedes figurárselas. La mujer, desde su atalaya, goza de una visión periférica del entorno, y su posición privilegiada le concede la ventaja de la última palabra, que al final es la que vale. Tal circunstancia no tendría por qué ser un problema -una de las dos partes ha de jugar ese rol, necesariamente-, de no ser porque la estadística en ese sentido es demoledora. Siempre es ella la que elige, siempre ellos los que se acercan. Lo triste es ver cómo algo tan biológico, como decíamos, tan justificable desde lo natural, falla en lo más esencial de todo: los argumentos. No se repara en lo que se dice, ni en cómo se dice, ni en lo que se piensa, o se hace. Nada de indagar en las dudas, las reflexiones, las inquietudes, las opiniones. Poco importan la honestidad, la inteligencia, la capacidad de abstracción, la imaginación. Al final lo que cuenta es el tamaño de la cornamenta, el vivo color del plumaje, la gracilidad en el baile del cortejo. Nos resumimos, esa es la triste realidad, a pura biología animal.
Visto lo visto, en conclusión, a uno le dan ganas de irse a pastar al campo o a cazar antílopes a la sabana -con una paradita previa en el gimnasio, eso sí, que nosotros, a diferencia de las bestias, tenemos la oportunidad de mejorar lo que nos dio "de serie" la madre naturaleza...

Tuesday, September 23, 2008

El toro de la vega

Con la reciente polémica sobre esta fiesta popular sita en Tordesillas (Valladolid), se reabre el debate sobre los festejos populares españoles que tienen como protagonistas a animales -me refiero a los de cuatro patas, de los otros prefiero no emitir juicio alguno. Desde la famosa cabra haciendo puenting, a los gansos descabezados por semejantes, pasando por toros embolaos -que no "en volaos", que en valenciano viene a ser algo así como "con chalaos"-, a la mar -¿existe acaso ser más acuático que el bóvido?-, y demás variantes.
Los responsables de las instituciones públicas de los diferentes municipios defienden su postura argumentando el respeto máximo con el que se llevan a cabo los festejos, siempre mirando por la integridad del animal y la seguridad general del espectáculo. Los defensores de la causa animal, por el contrario, condenan estas celebraciones por anacrónicas y crueles. Sea como fuere, lo cierto es que las imágenes muchas veces valen más que mil palabras, y a tenor de lo que estos días podemos ver en prensa y televisión, los bichos bien, bien, lo que se dice bien... no parecen pasarlo.

Sunday, September 21, 2008

Artesanos de la voz al servicio del pixel


El pasado jueves día 18 tuve la suerte de trasladarme en calidad de corresponsal de Meristation a uno de los más conocidos estudios de doblaje de videojuegos en Madrid para cubrir un evento organizado por Microsoft, en el que se recreaba una sesión de doblaje del esperado título Fable 2.
Tras el mismo, redacté y publiqué un artículo con aspiraciones de reportaje sobre el proceso en la revista, que a continuación os enlazo. El contenido es interesante y aporta curiosos y sorprendentes datos sobre lo que supone doblar un juego de esta magnitud. Dialogamos con Mayte Torres, reconocida actriz y directora, y el texto obtuvo muy buena respuesta por parte de los lectores, lo que debió contentar -aunque no era ése mi objetivo- a los señores de Microsoft. Por cierto, las fotos son cosa de Álvaro -y tienen su arte, todo hay que decirlo.

Lee el artículo en Meristation.com

Tuesday, September 16, 2008

Meripodcast, el podcast de Meristation


DESCARGAR MERIPODCAST 1, TEMPORADA 2

Estamos de estreno. Hoy se colgó oficialmente el piloto de la segunda temporada del podcast de Meristation, revista online de postín con quienes vengo colaborando desde hace aproximadamente un año. Y me complace anunciar a aquéllos que aún no estén al tanto que servidor se ocupa desde este primer programa de las labores de presentación del mismo. Es una aventura nueva e ilusionante que empieza hoy, y quiero invitaros a todos a compartirla conmigo, amiguetes del corral.
Cuando maese Nacho Ortiz me propuso la cuestión, sólo pude decirle que haría todo lo que estuviera en mi mano para ejercer de conductor de un espacio que la temporada pasada había sido número uno de descargas en iTunes en su categoría, con la mayor de las ilusiones. Sabía que sustituir a Jose de la Fuente, el anterior presentador del Meripodcast, sería una tarea ardua, difícilmente superable, pero pondría toda la carne en el asador para hacerlo, al menos, tan bien como él. Nunca he dudado de mi capacidad en estas lides y sigo convencido de que alcanzaremos cotas elevadas de calidad en esta nueva etapa. Pero lo cierto es que los principios son siempre complicados, que el nivel dejado por el anterior equipo de presentadores fue muy alto, y que sólo el rodaje proporciona la maestría en este, como en cualquier otro campo. Así las cosas, con todas las ilusiones puestas en esta nueva empresa, "parimos" este primer Meripodcast de la temporada, que hoy ve la luz.
Lo cierto es que las primeras respuestas de los foreros de la web a los cambios sufridos por el programa -que son también de índole técnica y no sólo personal- no han sido todo lo buenas que a uno le hubiese gustado leer. En realidad, los lectores más activos de la revista, esos que postean tras cualquier nuevo contenido, han sido bastante duros con muchas de las cuestiones nuevas del podcast: los presentadores -servidor y Almudena Tabernero-, la fluidez general de las intervenciones, la sensación de copy/paste de la edición, la calidad del sonido... Ha habido un poco de todo. Algunos tienen razón, y esas cosas que critican las vemos también los que hacemos el programa, aunque nosotros sabemos que en breve se subsanarán y no nos preocupan en exceso; y otros simplemente aprovechan el cambio para cebarse con cuestiones menores que con el tiempo y la comprensión general del público quedarán superadas, despreciando el contenido -tan fantástico y con colaboradores tan buenos como siempre- o la ilusión que este nuevo equipo está poniendo en mantener el altísimo nivel que el podcast dejó al acabar su temporada uno. Pero eso amigos, no es fácil. Aunque tampoco imposible y en breve podréis comprobarlo.
El año pasado Jose de la Fuente y Gemma Abasolo, los conductores del podcast -experimentados profesionales de la radiofórmula, a la sazón currantes de Radio Sabadell-, realizaban el programa en un estudio de radio de su emisora. Así, como es lógico, sus voces sonaban nítidas y cristalinas, si bien el resto de colaboradores se incorporaban al programa por vía telefónica y en comparación sus intervenciones resultaban inferiores en cuanto a calidad de audio. Bien, en esta nueva etapa, el sistema de grabación y edición es radicalmente distinto, por cuestiones obvias -si alguien tiene un estudio de radio a mano, que por favor se ponga en pie-, y aunque estamos trabajando para optimizar la fórmula y los medios, todo requiere un proceso y una experimentación que no surge de un día para otro. Lo que hoy suena regular o "raro", en breve sonará bien, o muy bien. Y lo que antes sonaba regular, como las intervenciones telefónicas, ahora suenan maravillosamente en comparación, porque -y eso sí es un mérito de esta nueva temporada en el que nadie parece haber reparado- los colaboradores entran ahora con calidad microfónica, nada de teléfonos. Pero bueno, asumimos que lo que la gente quiere en un conjunto óptimo... y en ello andamos.
Todo eso al margen, estoy seguro de que si os gustan los videojuegos y la radio, este primer programa no os defraudará. Hay muy buenos contenidos, alguna imitación y todo -eso también ha recibido críticas, cuando han estado ahí desde el principio de los tiempos en radio...lo que hace pensar que la gente no debe escuchar mucha- y además lo presento yo, que soy de la familia, como aquél que dice.
Os espero cada martes en meristation.com. Adieu!

Friday, September 05, 2008

La Conspiración del Pánico

DreamWorks Productions. Estreno, 17 de octubre de 2008. Y adivinad quién figura en el reparto de doblaje...

Os veo en los cines, amigos.



Thursday, August 21, 2008

La cuna del doblaje




Cruzar la puerta del mítico número 5 de la calle Reina Mercedes de Madrid es transportarse en el tiempo. Las paredes y el suelo enmoquetados en marrón, la gran pantalla sobre la escalera que desciende al sótano, el enorme proyector de cine y su entrañable traqueteo... todo permanece intacto desde hace varias décadas. Años, muchos ya, en los que la Escuela de Doblaje de Salvador Arias, como se la conoce oficiosamente, ha visto nacer a gran parte de las voces que nos han acompañado -en cine, radio y televisión- a lo largo de nuestra vida.
Uno no puede evitar sentir algo especial la primera vez que pisa el interior de la escuela. El silencio general sólo se rompe por las voces de los actores originales o las de los alumnos en el atril al registrar el take de turno, y su correspondiente vuelta de control posterior. Para el neófito, el proceso tiene algo de mágico que impregna toda la estancia, adornada con cuadros e imágenes que de una u otra manera entroncan con el pasado de la escuela. Y de Salvador.
Salvador... Su figura, dibujada al contraluz de la pantalla o de su sempiterno flexo sobre la mesa, es sin duda el icono más reconocible de la escuela. Agazapado sobre el guión, atento a las actuaciones de los futuros actores que progresan a su izquierda, el maestro siempre apostilla el final del take con indicaciones precisas sobre errores, aciertos, y consejos de diversa índole. Su característica voz grave y ronca, esa que diera vida a mitos como Orson Welles o Charles Laughton, rota por el tabaco y las nueve décadas que desde sus ojos observan el mundo, alecciona e ilustra, rememora y ejemplifica, espolea y corrige. Así viene siendo desde que se hiciera cargo, junto a su amigo y socio Enrique Cornejo, de la que ha sido y es sin duda alguna la más prestigiosa escuela de doblaje de Madrid, acaso de España entera. La Escuela de Interpretación Rafael Alberti no tendría sentido sin él, y es sin duda la escuela y sus alumnos los que insuflan esa vitalidad que el maestro derrocha a raudales pese a los muchos lustros que engalanan su plateada cabellera rala. La perfecta simbiosis de vida que se establece entre ambos es, a buen seguro, la clave del éxito de un centro docente particular y prestigioso que ha servido de ejemplo a otros muchos existentes hoy -quizás más acordes a los tiempos que corren, pero en cualquier caso menos cargados de experiencia en la formación de figuras de éxito.
La escuela de Salvador es una fábrica de sueños para los que persiguen el suyo. Un lugar detenido en el tiempo donde convertirse en cómico de la palabra. El principio de un camino arduo pero agradecido. La cuna de una disciplina a veces incomprendida pero siempre útil. El doblaje. La cuna del doblaje.

Thursday, July 31, 2008

¿Prison Break? No...


No me llamo Michael Scofield. No atraqué un banco a mano armada para que me encerraran en la penitenciaría de Fox River, donde no tengo un hermano llamado Lincoln Burrows que espera a que se cumpla la sentencia de pena de muerte a la que fue injustamente condenado. No tengo los planos de la prisión tatuados en mi torso, ni sé cómo escapar de la cárcel antes de que mi hermano sea ejecutado. No lo tengo todo planeado al milímetro, ni llevo meses urdiendo la estrategia a seguir para salir de allí cueste lo que cueste...
Pero yo también vivo encerrado. Y hoy es el gran día. Hoy, al romper el alba, abandonaré la celda de mi piso hacia la libertad. Recorreré los kilómetros que sean necesarios y me refugiaré en alguna zona tranquila de la costa mediterránea hasta que todo esto, todo este calor, haya pasado.
Yo no me llamo Michael Scofield, pero esta noche, cuando rompa el alba, pienso huir tan lejos como pueda, lejos de este sofocante encierro en mi caluroso piso de la calle General Rodrigo...



PD: Enorme la serie original. Los que aún no os hayáis enganchado deberíais poneros inmediatamente al tema. Prison Break, o cómo aguantar 40 minutos en tensión constante. Por cierto, atentos a los detalles de mi foto. Pinchadla para verla a mayor tamaño si la vista no os da de sí... ¡y feliz verano a todos!

Sunday, July 20, 2008

Big Dog: biología cibernética

Youtube está plagado de vídeos con demostraciones de criaturas mecánicas de muy diversa índole, pero la que os traigo hoy resulta sencillamente espectacular. Yo la he descubierto gracias a un zapping de esos en que rescataban las imágenes de un Cuarto Milenio y su sección de noticias, donde se hacían eco del invento. El trasto, creado por Boston Dynamics, una empresa dedicada al desarrollo de ingenios robóticos con fines militares, es una de las cosas más impactantes con las que me he topado recientemente. Se trata de una "criatura" cuadrúpeda, del tamaño de un perro grande, un ciervo o un alce, diseñada para intentar por todos los medios -y sobre cualquier superficie- mantener el equilibrio, mientras camina ágil, casi grácilmente me atrevería a decir, avanzando y avanzando sin parar.
Lo más sorprendente es lo increíblemente vivos que resultan sus movimientos, muy semejantes a los de un gran can o un caballo, dependiendo de las circunstancias o -según parece- el programa que sus creadores le introduzcan a tal efecto -correr, saltar, avanzar, trepar... Tan biológico, si se me permite la expresión, resulta el esfuerzo del robot por mantenerse firme -incluso cuando un miembro del equipo lo empuja fuertemente con el pie para desestabilizarlo, casi de forma cruel, lo que no deja de ser irónico y sorprendenete- que uno llega a sentir una desazón interior difícil de explicar, en mi opinión causada por un extraño mecanismo mental que nos hace ver a la máquina como una especie de ser vivo horrible, pero indefenso. Surrealista, sí, pero increíble hasta que no se experimenta en primera persona.
Juzgad vosotros mismos, y alucinad con secuencias como la del salto -¡no puedo dejar de pensar que no es más que una máquina!-, la del hielo -insisto, casi llega a dar lástima, o asco, o lo que sea, pero seguro que no deja indiferente- o la del trote caballil... De aquí, a los monstruosos ingenios bípedos gigantes del MGS4, un paso, amiguetes. Casi da pánico pensarlo.


Wednesday, July 16, 2008

Brooklyn Follies


El amor que profesan los neoyorquinos a su ciudad es único. Lo es claramente en Woody Allen, cuando elige la isla de Manhattan para dar título a una de sus más conocidas películas, homenajeando a la Gran Manzana con un empiece memorable al son de su clarinete. Lo fue sin duda durante aquellos horribles días que siguieron al 11-S para todos los habitantes de la enorme urbe, unidos en un sólo espíritu de aflicción y pesar tras la tragedia del WTC. Y lo es para Paul Auster, como sin duda ya muchos sabéis, cuando recurre una y otra vez al decorado de la auténtica Liberty City para ambientar la gran mayoría de sus novelas.
En Brooklyn Follies Auster va un paso más allá. Aunque nacido en Nueva Jersey, su vida se encuentra ligada al barrio neoyorquino por excelencia -con permiso de Manhattan, claro está. Allí vive hoy en día, en algún sitio entre la calle Dos con la Séptima, y no resulta extraño encontrarlo en alguno de los abundantes cafés, restaurantes o librerías que salpican ese enorme distrito que, como él mismo dice, "es Nueva York sin ser Nueva York". De ser una ciudad independiente, Brooklyn sería la cuarta población estadounidense en número de habitantes, lo que da una idea de la magnitud del lugar, y sin embargo sus vecinos son conscientes de que pese a todo siguen formando parte de un enorme barrio, con todo lo que ello significa. Sí, sus 90 grupos étnicos son indudablemente distintos entre sí, pero a todos los une el sentimiento de saberse privilegiados moradores de un territorio donde la gente, como el protagonista de la obra afirma, es más dada a hablar con desconocidos que en ningún otro lugar. Así es Brooklyn, así lo ve Auster, y así lo retrata en ésta su penúltima novela, dándole un protagonismo esencial que ya no sólo enmarca una historia, sino que la condiciona haciendo de sus personajes un producto de su entorno.
Brooklyn Follies es un homenaje a la condición humana. Y esta vez, para sorpresa de propios y extraños, no es necesario recurrir a los oscuros mecanismos del interior del hombre para reflejar cómo funciona su maquinaria. Nada de pesimismo exacervado; nada de lúgubres sentimientos ni diatribas catastrofistas; nada de comportamientos extremos que desemboquen en huidas autodestructivas... Los personajes de Brooklyn Follies son conscientes de sus problemas e intentan solucionarlos desde la sencillez y el pragmatismo. Porque, eso sí, sus personajes tienen problemas, faltaría más. El protagonista, o al menos el narrador de la historia -una vez más contada por un escritor, aunque sea sólo un simple aficionado-, es un sexagenario ex agente de seguros que acude a su Brooklyn natal para pasar lo que le reste de vida en su lucha por superar un cáncer de pulmón. Los médicos afirman que está venciendo la batalla por la vida, pero algo le dice que debe volver a sus orígenes para citarse con la muerte en caso de que el dictamen de los médicos no sea correcto. Para su sorpresa, lo que debería haber sido un sentido atardecer hacia el ocaso de sus días, acaba por resultar un nuevo renacer a la vida, una oportunidad de redimirse como padre, esposo, amigo, y en definitiva como persona que le hará, a la postre, plantarse el mismísimo meollo de la existencia humana.
En esa aventura se embarcará con otros tantos personajes de los que aprenderá que los lazos familiares resisten las más duras embestidas, que nunca es tarde para lograr ser realmente feliz, y que en ocasiones sólo necesitamos que el azar nos sonría durante un segundo para que nuestra existencia tome el sendero que ha de llevarnos a la plenitud personal. Obviamente, el camino que desemboca en todo ello es tortuoso; una persona puede perder el rumbo de su vida y verse de pronto perdida en medio de una triste y pantanosa realidad, constantemente girando la cabeza para atisbar de dónde partimos mientras nos preguntamos hacia dónde vamos. O quizás lo que en su día nos pareció una elección acertada se revele con el tiempo como un catastrófico error difícil de enmendar. O podría ser que nuestra abnegación y tozudez respecto a lo que merecemos, movidos por la culpa o la desazón, nos impida retomar las riendas de nuestro destino en un masoquista empeño por purgar nuestros pecados o nuestros errores.
Todo ello está presente en esta obra, pero por encima de oscuros pasados, grises presentes e inciertos futuros, sobrevuela la agradable sensación de que redimirse es posible, de que un nuevo comienzo depende tan sólo de querer cambiar el sentido de las agujas de nuestra vida. Para el que os habla, la victoria del protagonista sobre la peste de nuestro tiempo no es más que una metáfora de semejante realidad, y para que su éxito tenga verdaderamente sentido, para que la anodina existencia que para sí espera el personaje pueda llenarse finalmente del color del optimismo, es necesario que a su alrededor coexistan tristeza, melancolía, frustración, desengaño, rencor, y por supuesto, muerte. Sólo la simultaneidad de todos esos elementos hace que podamos apreciar en toda su extensión el mensaje positivo que Auster pretende lanzar con esta novela: más allá de los años, más allá de las ambiciones personales, más allá de la condición religiosa, sexual o social de cada individuo... está la felicidad. O al menos, la lucha -no siempre consciente- por conseguirla. Y eso es posible -obviamente el título de la obra no es baladí en ese sentido- hasta en un sitio tan heterogéneo, pero al tiempo tan familiarmente cercano, como Brooklyn.

Sunday, July 13, 2008

West Park Medley

Madrid en verano es un sitio que, a excepción lógicamente de la playa -la tan añorada playa-, ofrece numerosas posibilidades de ocio y esparcimiento. Entre todas ellas destaca sin duda la enorme variedad de parques amplios, silenciosos y bien cuidados que salpican la geografía de la ciudad aquí y allá, enormes masas forestales que sorprenden por su emplazamiento urbano y su indiscutible espíritu agreste. Las muy abundantes zonas de cesped, charcas, riachuelos, etc que las pueblan, son el marco ideal para pasar las calurosas tardes estivales en buena compañía. Y cuando a la compañía se le suma una intrépida y atrevida guitarra, las consecuencias pueden ser brutales.
Con motivo de una de esas quedadas vespertinas, tuvo lugar un improvisado miniconcierto en el Parque del Oeste, una extensa arboleda junto a la zona de Moncloa, ofrecido en riguroso directo por el que suscribe y el fantástico "guitar hero" Chechu -sí, el mismísimo Chechu Sonoro. Recogido puntualmente por mi vetusto Nokia 6680, la pieza, de cinco minutos de duración, es un testimonio maravilloso de lo que dos ociosos personajes acalorados pueden hacer cuando se les deja solos, únicamente acompañados por una guitarra y abandonados por todo sentimiento de vergüenza o pudor.
Prestad atención a las artes musicales que se gasta el amigo galaico-matritense, en especial sus cambios fantásticamente ligados de un tema a otro cuando se le requiere. Y no dejéis de escuchar las inflexiones vocales que éste vuestro Wildwood perpetra en cada una de las piezas -sobre todo en la última, con una apitufada voz carente de gónadas de lo más molona, y un atrevido ending reggae para un tema pop rock de culto, siguiendo las improvisaciones del maestro.
Faltó sólo poner el gorrico... ¡vive Dios!


Monday, July 07, 2008

"Un salto al vacío", Capítulo 3

Nota del autor: los dos primeros capítulos de la historia están disponibles en Literatura Wildwoodiana.

ECOS


La cita, a medianoche. Con la última campanada de la catedral, convergerán dos mundos condenados a no encontrarse nunca. El baile furtivo entre sombras podría, quizás, arrojar luz sobre el misterio. Aunque podría también derribar definitivamente el frágil castillo de naipes que simboliza el sistema de valores de una ciudad asentada sobre los pilares del delito y la justicia a partes iguales.
El horizonte húmedo de una calle infinita se queja en un chirriar agudo y sordo que rompe el silencio de la noche. El olor a goma quemada pronto lo impregna todo, y una estela negra que corta el aire a la velocidad del viento recorre de forma casi ingrávida las arterias de la gran urbe gótica. En su interior, dos ojos sombríos miran al frente con melancolía y odio mezclados por igual, y unas garras negras aferran el volante como si de ello dependiese su vida. Los espasmódicos movimientos mecánicos de los mandos denotan un conocimiento extremo tanto del camino como de la técnica de la conducción. Un zig-zag casi inapreciable a izquierda y derecha esquiva in extremis un bulto repentino en medio del pavimento. El vagabundo, borracho y desorientado, gira la cabeza intentando descubrir qué ha arrancado el gorro de su cabeza con una súbita ráfaga de aire, pero ya es tarde. Algunos cientos de metros más adelante el batmóvil sigue su itinerario ajeno a la extrañeza del viejo. A casi doscientos kilómetros por hora, el pasado es más pasado de lo que lo es habitualmente, y el futuro es una sombra que se abalanza sobre uno de forma inexorable.
El bronce de la gigantesca campana que pende inmóvil en lo más alto del torreón brilla quedo a la mortecina luz de la luna. Algo se mueve entre las sombras con sospechosa gracilidad y se aproxima a la mole metálica. Una mueca deforme que no necesitaría ser deformada se refleja en su superficie, ahora en contacto con una mano huesuda y fría como el metal mismo. La angulosa figura dibuja su perfil siniestro a escasos pasos del vacío, y atisba el horizonte de la jungla de asfalto como una rapaz de ojos grandes y penetrantes. La brisa de la noche canta en sus oídos notas discordantes salpicadas de violencia que rememoran tiempos mejores, lejanos recuerdos de una época sin maquillajes ni cascabeles que ahora es tan sólo un borrón informe en su memoria. De pronto, sin razón aparente, prorrumpe en una estruendosa risotada que resuena por toda la estructura catedralicia. El eco se extiende y pierde también en la bruma de la noche, amplificado por la bóveda acampanada de bronce, en busca de un oyente a quien helar la sangre con sus inflexiones extremadamente agudas e inquietantes. Después, silencio. Su eterna sonrisa se dibuja aún mas clara en su chistoso y macabro semblante. Cierra los ojos levantando ligeramente la cara para sentir el aire fresco del crepúsculo, y comienza a tararear, en un susurro casi inapreciable, una tonadilla de tintes añejos en un idioma extraño…

>>El humo es tan denso en la sala, que a algunos de los presentes les cuesta reconocer sus cartas aún enjugándose los ojos. La enorme mesa redonda, tenuemente iluminada por una polvorienta lámpara de araña, es escoltada por cuatro expertos tahúres que luchan por adivinar los pensamientos de sus oponentes. Cada gesto, cada mirada, cada sutil movimiento se analiza minuciosamente en busca del error que condene la partida. En un transistor cercano, Edith Piaf suplica entre interferencias que no la abandonen. La gris atmósfera de la estancia, gris como los grises trajes de los allí presentes, como los sentimientos grises que albergan sus corazones, se ve salpicada de pronto por el púrpura de la locura.
-Buenas noches, caballeros –dice el Joker, mientras cierra a sus espaldas la puerta de la habitación-. Espero que mi presencia no interrumpa su agradable velada.
>>Uno de los hombres, corpulento y de tez morena, que intentaba recoger las ganancias de su última mano estirando los brazos y adelantando el torso hacia la mesa, deja caer de sus labios el humeante pitillo que apretaba entre nervios cuando, boquiabierto, observa la horrenda mueca sarcástica del inesperado personaje.
-No imaginan lo mucho que me complace encontrarles a todos aquí, reunidos. Alguien que les conoce me puso al tanto de su presencia esta noche en torno de esta mesa. Y no quise desaprovechar la oportunidad de tomar parte en su juego. Confío en que no les importe que me una a ustedes…
>>Antes de cerrar la boca, el Joker estira el brazo y alcanza una silla cercana que descansa en la oscuridad. Los hombres, a todas luces desconcertados, se miran entre nerviosos y atemorizados apretándose un poco más para dejar espacio al inesperado compañero de juego. Durante unos instantes nadie mueve un músculo, en espera de que sea el payaso el primero en romper el hielo. Éste parece sentirse como en casa. Agarra el mazo de naipes con sutileza y apoyándolo contra la mesa comienza a barajar en rápidos y espectaculares movimientos habilidosos. Corta, mezcla, vuelve a mezclar, con una mano, con las dos… y nunca deja de sonreír. No podría aunque quisiera. Al fin, mirando fijamente a cada uno de sus acompañantes, deja volar veinticinco cartas de forma precisa y levanta las suyas en abanico mientras se balancea hacia atrás en la silla.
-Habla usted, Sr Hopkins.
>>El Sr Hopkins es un viejo conocido del Joker. Durante los años de la recesión, él y sus trabajadores del muelle 53 se encargaron de suministrar tabaco de contrabando en cantidad suficiente a Jack Napier como para abastecer al mercado negro de Gotham sin necesidad de recurrir a los testaferros del sur del país. Su emporio, venido a menos en los últimos años, comprendía gran parte de las líneas de transporte marítimo que conectaban Gotham y la costa este con Virginia y la Florida. Los negocios que en esa época estableció con Napier le proporcionaron pingües beneficios económicos y protección “legal” suficiente como para crecer rápidamente dentro del hampa de la ciudad, alcanzando un estatus de importancia en la cadena de delincuencia de las listas policiales. Su error, sin embargo, fue querer aspirar a subir un escalón más que el bueno de Jack en dichas listas. Una tarde de otoño, hace casi una década, un hombre alto y encorvado entró en su despacho del muelle con un maletín. Dijo venir de parte de un amigo íntimo a traerle un recado. Cuando abandonó el despacho, a Hopkins le faltaba el dedo meñique de la mano izquierda. “Nos quedaremos esto”, dijo el hombre al salir mostrando su sangrante trofeo, “como señal de agradecimiento al señor Napier por los servicios prestados”.
>>Desde el “trágico” accidente de Napier en la factoría química Axis, Hopkins no había vuelto a tener noticias de su “benefactor”. Sabía que jamás encontraron el cuerpo, sólo eso. Bueno eso, y que sus cuentas en las Islas Caimán se habían seguido moviendo tras su desaparición. Pensaba que con algo de suerte su sonriente alter ego no tendría la necesidad de volver a contactar con él. Pero, evidentemente, estaba equivocado.
-Sostiene sus cartas con asombrosa gracilidad para tener sólo nueve dedos, Sr Hopkins –murmura el Joker, con simulado asombro.
-Práctica, supongo –apunta el hombre, sin levantar la mirada de sus naipes, en un ahogado susurro asustadizo. Luego deja caer dos de sus cinco cartas con indiferencia sobre la mesa y mira suplicando ayuda al hombre que se sienta a su siniestra, pasándole el testigo, justo cuando rompe a sudar.
>>El hombre de la izquierda se llama Ralph Galliani, pero en los bajos fondos de la ciudad se le conoce con el sobrenombre de "Generoso”. Y no es que el tipo sea un dechado de virtudes ni un solidario confeso. No. A Galliani se le llama así por algo mucho más prosaico y oscuro. Cuando alcanzó la mayoría de edad, hace ya varias décadas, a Ralph le fue encomendada la misión de acabar con un prestigioso capo de Little Italy y su familia (mujer y dos hijas) para demostrar su valía como sicario. Cuando los tuvo delante, encañonados con su 35mm y suplicando clemencia, Galliani tuvo el único arrebato de misericordia de su vida y vació todo el cargador sobre el hombre, dejando vivas a las niñas y su madre. Aquella desobediencia no se tomó como un desplante, sino que por algún mecanismo oculto lo que podía haber manchado su carrera para siempre se convirtió en un acto de grandeza que le valió un nombre y una reputación de la que viviría durante años, admirado y respetado.
>>Su relación con el Joker hasta esta ocasión había estado circunscrita a varios encuentros casuales en alguno de los abundantes locales de alterne del East End. Habían cruzado alguna mirada, y en una ocasión el Joker le había cedido los favores de su chica favorita, Roxanne, una rubita de apenas diecinueve años a la que el payaso había apadrinado “desinteresadamente” desde que tenía apenas quince. Eso había sido todo. Por lo que a Galliani respecta, la presencia hoy del grotesco personaje en su mesa no significa una amenaza directa hacia su persona.
>>Los descartes y recogidas de nuevas cartas se suceden. El Joker dejó de mirar las suyas a los pocos segundos de verlas, y espera paciente su turno mientras el resto de jugadores comienza a apostar tímidamente en la primera ronda. Martins y Woodrow, dos socios de un gabinete jurídico de renombre del distrito financiero completan la terna de tahúres en torno de la mesa. Su presencia aquí esta noche tiene que ver con los rumores que recientemente han salpicado la prensa sensacionalista y que apuntan a un posible caso de estafa a la hacienda pública por parte de uno de sus clientes más importantes: el Sr Hopkins. La partida había sido concebida como una excusa para tratar de trazar las líneas de un plan de acción con el que calmar los ánimos del amarillismo periodístico. Y en eso, Generoso jugaba un papel importante: una visita discreta al director de uno de los medios más importantes de Gotham ayudaría seguro a poner punto final a las investigaciones que su ejército de chupatintas estaba llevando a cabo sobre el asunto.
-Veo sus apuestas, señores –dice el Joker-, y las subo mil dólares.
>>Arrastra dos fichas negras al centro del tapete mientras Hopkins le mira fijamente. Éste vacila un instante y finalmente deposita sus cartas, boca abajo, sobre el verde. Susurra un “no voy” ahogado apenas perceptible y rehuye de nuevo la mirada del Joker. Galliani por su parte, los codos apoyados sobre la mesa, farfulla algo entre dientes y lanza otras dos fichas negras sobre las del Joker.
-Veo sus mil pavos, y subo otros dos mil –acaba la frase con una sonrisa forzada que desfigura su enjuto semblante. Al advertir que su gesto puede tomarse como una burla, carraspea borrando la sonrisa de su cara y deposita una ficha roja en el centro de la mesa.
>>Los dos socios, que aún no han abierto la boca, se intercambian miradas furtivas en silenciosa comunicación. No parecen cómodos con la presencia del inesperado quinto acompañante, más que nada porque hasta ahora sólo habían sabido de él por la prensa o la televisión. Tenerlo allí, junto a ellos, les produce una más que notable inquietud. La fama del Joker le precede, y Martins y Woodrow no le son ajenos. En su turno, ambos ven la apuesta de Galliani. Ambos suben otros dos mil dólares. Y ambos desean que sus faroles –un trío y una pareja- no sean descubiertos.
-Me sorprenden gratamente, caballeros –el Joker sigue cada nueva apuesta con indiferencia-. No pensaba que se animarían a adornarse con faroles y respetuosas cantidades como las que aquí manejamos en una primera mano. He de confesarles que me siento complacido.
>>Mantiene la mirada fija sobre sus compañeros de juego unos segundos, como rumiando algún oscuro pensamiento, y desliza después la huesuda mano derecha hasta su montaña de fichas para separar una de las torres zigzagueantes, arrastrándola hacia el centro del tapete. El semblante de los hombres se torna sorpresa. La cifra que el Joker acaba de depositar junto al minúsculo montón de fichas anterior no es ninguna broma. Veinte mil pavos pueden ser muchas cosas, pero desde luego no un broma.
-Éste es el tipo de juego que un hombre espera de compañeros de su altura. Dejémonos de simulacros de valentía y anodinas apuestas de calderilla, y hagamos de esta partida algo memorable. Por lo que a mi respecta, haré lo imposible por no decepcionarles, se lo prometo.
>>Hopkins, que desde que abandonara en primera ronda observa la escena en silencio, dirige temerosas miradas apenas perceptibles al resto de los hombres en busca de un gesto cómplice que desahogue su alma, sumida por completo en un pavor irracional que lucha por disimular a malas penas -finos hilos de sudor recorren su frente, y un ridículo tic que creía superado se apodera de su párpado izquierdo a cada poco.
>>Durante unos instantes el silencio reinante amenaza con romperse de forma violenta, como consecuencia quizás del abandono definitivo de alguno de los tahúres, incapaz de soportar la tensión de una partida que no esperaban, de un quinto jugador que nadie ha invitado, pero que saben no pretende, únicamente, vaciarles los bolsillos. Sin embargo nada ocurre. Se retoma el juego y los hombres, movidos por dios sabe qué deseo o ambición, ven la apuesta del payaso con otros tantos montones de perfectas fichas redondas.
-Carta -dice Generoso, al tiempo que lanza un solitario naipe lejos de su parte de la mesa. El Joker responde con un relámpago de su mano y una nueva carta llega a los dominios del enjuto sicario.
>>Martins y Woodrow no parecen decidirse. Ambos clavan la mirada en sus cartas, como esperando a que algo suceda mágicamente en ellas y sus ridículos faroles se conviertan en valiosas figuras. Finalmente el Joker les devuelve a la realidad.
-¿Señores? -dice-. No tenemos toda la noche.
>>Ambos vuelven a pedir dos cartas, que pronto vuelan de forma precisa hasta sus manos. De nuevo escrutan con atención sus posibilidades, y de nuevo el Joker interviene para apremiarles a no alargar en exceso cada movimiento.
-Créanme, no tengo prisa alguna -susurra amistoso-, pero si saben cómo funciona este juego, todo eso de las parejas, los tríos y las escaleras, comprenderán que no hay necesidad de alargar cada mano más allá de lo que dicta el más estricto sentido del decoro. Y conste -remata-, que no tengo nada en contra de hacer creer que se tiene lo que sólo se desea. Mi rostro tampoco denota lo que siento por dentro, como seguro ya han adivinado.
>>Martins esputa un breve sonido de desaprovación y se deshace de sus cinco naipes lanzándolos con desdén sobre la mesa. Woodrow sin embargo elige seguir en el juego, y tras reorganizar pacientemente sus cartas alza la vista, frunce el ceño, aprieta los labios, gira levemente la cabeza hacia sus fichas, y arrastra la enorme montaña de plástico hasta la zona central del verde.
>>Una risotada sale a borbotones de la boca del Joker, esta vez sí denotadamente divertido, que asombrado apenas puede mantenerse quieto en su silla esperando a que le llegue el turno.
-¿Has visto eso Hopkins? -dice, señalando de soslayo a Woodrow con el pulgar de su mano izquierda-. Eso es echarle pelotas al asunto, ¿eh? Por suerte no todo el mundo en esta mesa es una jodida rata cobarde como tú.
>>El hombre, pese a seguir ocupando una importante porción de espacio en la sala, ya no se encuentra allí. Los nervios hace rato que le obligaron a evadirse mentalmente, y ahora todo lo que alcanza a transmitir son pequeños sonidos provenientes de sus ahogados pulmones y algún que otro carraspeo sordo, pero ninguna palabra.
-Bueno, es la hora de la verdad -sentencia finalmente el payaso, arrastrando la totalidad de sus fichas para reunirlas con las de Woodrow-, el momento crucial en que la existencia de un hombre cobra sentido, la interminable caída al vacío tras de la cual sólo la vida o la muerte pueden tener cabida. Y cuando ese momento llega, uno debe poner toda la carne en el asador, sonreir a la muerte hasta que le duelan las comisuras de los labios para intentar asustarla, y hacer que esa cadavérica hija de puta se dé la vuelta con el rabo entre las patas tras comprender a qué clase de cabrón ha decidido enfrentarse. ¿Va a sonreirle usted también, señor Galliani?
-Creo que voy a pasar -responde éste-. No suelo arriesgar tanto en una primera mano.
-Nadie dijo que vaya a haber una segunda -apostilla el Joker-. De acuerdo señor Woodrow, parece que finalmente somos usted y yo. Nuestros infantiles amigos han decidido mantenerse al margen del juego de los adultos. De algunos me lo esperaba, sinceramente, pero el resto me ha defraudado profundamente, he de serles franco. Bien -añade tras unos segundos-, veamos qué tan magnífica mano le ha llevado a hacer alarde de tamaña valentía.
>>Los demás hombres permancen expectantes. Sus sentimientos se mueven entre el odio y las ganas de ver perder al sarcástico intruso, y el terror de imaginar una reacción enfermiza del trajeado bufón frente a una inesperada derrota. En cualquier caso, prefieren mil veces verle perder a tener que soportar una victoria de semejante personaje en un juego que ellos mismo habían preparado para su disfrute personal.
>>Woodrow descubre sus cartas lentamente, una por una. Pronto una pareja de ases se muestra frente a sus manos. La cosa no pinta mal. Cuando un tercer uno se les suma, los corazones de los hombres comienzan a palpitar con inusitada virulencia. El cuarto as sólo viene a acrecentar su emoción e incredulidad, casi desatando un éxtasis de alegría que lucha por permancer oculto a los ojos del pálido payaso. Póquer de ases. Una jugada redonda. Un golpe de efecto contra el que a buen seguro poco o nada tendrá que hacer el maldito Napier.
-Si eso es un farol -musita incrédulo el Joker-, yo soy la sinfónica de San Francisco en pleno.
>>El resto de personajes observa la escena en un stand by casi infinito. Se cruzan miradas furtivas y silenciosas desde sus posiciones, y clavan los ojos en los del Joker escudriñando en su rojiza mirada un gesto que adelante el desenlace esperpéntico del momento. Su derrota. Aunque sea sólo a las cartas, vencer al maldito payaso es una oportunidad extática que muy pocos pueden permitirse, siquiera soñar, en ese micro cosmos sucio y oscuro que es Gotham.
>>El enjuto asesino púrpura deposita su quinteto de naipes sobre la mesa mientras gira el semblante a uno y otro lado, dirigiendo pausados gestos cómplices a sus compañeros de juego. Luego se centra en Woodrow, que aparenta emanar autosuficiencia, sabedor de que una mano como esa es casi con total seguridad un billete de ida a la victoria. El payaso frunce el ceño, y los hombres creen por un momento que todo ha acabado, que pronto de su deforme boca saldrán las palabras que anuncien oficialmente su rendición y por ende su derrota, pero lejos de ello el Joker dirige la mano lentamente hacia el pequeño montón de cartas y comienza, una por una, a girarlas para mostrar lo que ocultan sus rojos reversos. Un rey. Dos reyes. Tres reyes. Cuatro reyes. Se detiene. Alza la vista. Habla.
-Fíjense, señores. No me negarán que el azar en ocasiones juega a ser un verdadero hijo de puta pronosticador. Un profeta guasón al que le gusta dejarse notar... Quien podría haber previsto si no un desenlace como éste, esta noche aquí, en esta mesa. Cuatro reyes, cuatro perfectos líderes reunidos para la ocasión. Cuatro gloriosos señores del crimen organizado, altivas cabezas visibles en cada uno de sus gremios. Intocables. Invencibles. Orgullosos y autosuficiente, congratulándose por ser quienes son en torno de una sencilla mesa redonda -enlaza su última palabra con un sutil movimiento de índice y pulgar que descubre finalmente la última carta-... y un sencillo comodín.
>>El repóquer de reyes es una mazazo cruel y despiadado, un jarro de agua fría que cae de golpe sobre todos ellos, de pronto desorientados al punto de no saber si gritar, reir, llorar, o sencillamente salir de allí corriendo. El más afectado es sin duda Woodrow, incapaz de apartar la mirada de los cinco naipes que forman un bonito semicírculo delante del Joker.
-Un esperpéntico personaje que nadie esperaba, sin duda -apostilla el payaso-, pero que una vez más resulta indispensable para que lo demás tenga algún valor, alguna trascendencia. Qué ironía, caballeros. De no ser por mi, su metafórica representación en las cartas no me habría dado la victoria, y al tiempo su valiosa imagen impresa ha ayudado a la mía a dar la vuelta a una situación que se antojaba, no hay por qué negarlo, complicada. Supongo -y mientras dice eso mueve la cabeza a uno y otro lado mirando de forma independiente a cada uno de los hombres- que debo darles las gracias, después de todo.
>>Nadie pronuncia palabra. Nadie se mueve. Nadie se atreve a desafiar con la vista a la exultante caricatura mortecina.
-No se lo tomen como algo personal -continúa-. En realidad mi presencia aquí esta noche poco tiene que ver con partidas clandestinas de cartas. Como comprenderán, unos pocos miles de dólares más no resultan tentadores para mi a estas alturas. Aunque el acicate del juego fue sin duda una razón de peso para decidirme por este momento y este lugar a la hora de visitarles. Amén de poder encontrarles a todos reunidos, claro está.
>>Tras de sus palabras, se incorpora de la silla, apoya las palmas de las manos en la mesa y echa el torso ligeramente hacia adelante, dejando que la lámpara baja que ilumina la mesa proyecte en su deforme semblante oscuras y terroríficas sombras que lo convierten en la viva imagen de la locura.
-En realidad, necesito que me hagan un pequeño favor. Supongo que les suena el nombre de Jessica Thorpe; sí, me refiero a la atractivísima Fiscal del Distrito que de un tiempo a esta parte se ha empeñado en hacer que nuestros negocios no sean todo lo fructíferos que venían siendo. En ese sentir debo confesar que me siento muy cercano a ustedes, por mucho que mis formas no sean las de un perfecto criminal de guante blanco, como lo son las suyas, mis respetados amigos. Y no me entiendan mal; cuando digo "criminal", hablo del término en sentido amplio, como es lógico. Cada uno de nosotros tiene un interés concreto que se ha visto fuertemente perjudicado desde que esa picapleitos de trajes caros apareció en escena. No cabe concretar cuáles son, ni aprovecharé la ocasión para hacer alarde de los míos. Puedo resultar irónico y despreciable, pero no soy ningún cabrón maleducado cuando de mantener las formas en una reunión de compañeros de gremio se trata. No... Aún así, es evidente que en este tema todos compartimos un elemento común: nuestro odio por la señorita Thorpe y todo lo que representa.
>>En este punto el Joker hace un silencio y se separa de la mesa, comenzando ahora a caminar despació por la estancia, la mirada perdida en distintas direcciones, mientras continúa con su particular discurso, bajo la mirada del impávido cuarteto.
-Se lo diré simple y llanamente. Quiero que me ayuden a acabar con la Fiscal del Distrito, caballeros. No es que yo no pueda hacerlo, pero para mi desgracia caen sobre mi las miradas de demasiados amigos de la justicia como para permitirme el lujo de dar un paso tan importante y pretender no ser descubierto. Demasiadas ratas voladoras escudriñan la noche buscando mi silueta desde repisas, gárgolas y adornos arquitectónicos similares. Creo que resultaría mucho más sencillo dejar tan necesaria labor en manos de personas menos "observadas" pero igualmente carentes de escrúpulos como ustedes. Evidentemente, pueden contar con mi ayuda en este sentido para lo que consideren necesario... ¿Qué me dicen, señores?

El batmóvil se detiene por fin junto a los pies del campanario. Una sombra alargada que se proyecta en la pétrea pared de la estructura anticipa la aparición del Señor de la Noche. Desciende del vehículo y avanza un par de pasos antes de levantar la mirada hacia el firmamento de Gotham, que se cierne oscuro como él sobre la ciudad que nunca duerme. La torre se eleva varias decenas de metros desde el suelo, dibujando dos líneas paralelas que dejan de serlo a medida que se pierden en las alturas, y en la cima, una figura humana se inclina peligrosamente sobre el borde del abismo para devolver la mirada al murciélago.

-¡Hola, Batman! -grita el Joker, y su voz rebota varias veces en los edificios circundantes-. Puntual como un reloj. Veo que pese a todo no has perdido tu habilidad al volante de ese trasto tan de mal gusto estético. Sube, tenemos un asunto pendiente del que hablar. Además a una rata voladora acostumbrada a las alturas como tú le encantarán las vistas, créeme.
Batman no le interrumpe, ni contesta. Avanza cauto hacia la puerta del campanario, la abre y se pierde entre las sombras en su interior. Apenas un minuto después reaparece en la cima del edificio, junto a la inmensa campana. El Joker le recibe con una exagerada reverencia amanerada, y le invita con un gesto de su mano derecha a acercársele. El murciélago avanza sereno, hasta colocarse a escasos dos metros del payaso, y entonces, los ojos destilando odio y desprecio a borbotones, rompe su silencio.
-¿Y bien? ¿Qué es exactamente lo que quieres de mi, Napier?
-Sinceramente -deja resbalar las palabras de su boca saborenado cada sonido-, oirte decir eso era mucho de lo que quería, Wayne. El resto lo trataremos con calma a continuación, mi alado enemigo. Relájate... la noche es aún joven, y alguien ahí afuera merece que tracemos este plan como dios manda, hombre murciélago...