Tuesday, August 28, 2007

La maca de Wildwood


Sí amigos! El viejo sueño de la máquina recreativa en casa es ya una realidad en Wildwood's Home. De hecho, lo era desde hace algunos meses, pero la ocasión de presentaros al más joven y a la vez el más vetusto de los sistemas del Corral se había ido dilatando en el tiempo por asuntos que ahora no vienen al caso. Ante todos vosotros...¡la maca de Wildwood!
Como no podía ser de otra modo, el motivo básico en que me basé para el diseño de los artes de la maca fue mi idolatrado Street Fighter 2. Haciendo uso del inenarrable Photoshop, pude plasmar primero en soporte digital y después en vinilo (gracias al amigo Julián, "romansero" entre "romanseros") las imágenes que en las fotos adjuntas podéis ver, fruto de mi inspiración y admiración por las muy diversas ilustraciones que del título de Capcom pueblan internet.
El mueble, a decir verdad, dejaba bastante que desear en lo que a imagen se refiere en origen. Varias capas de pintura blanca devolvieron cierta luminosidad a una "cabinet" relativamente estropeada por el paso del tiempo. El azul cobalto que se aprecia en las cantoneras puso después la guinda al trabajo pictórico previo a la restauración eléctrica de la recre.
Dicha labor como suele ser habitual fue la que más dolores de cabeza dio al equipo restaurador. La parte del J-Pac no tiene mérito alguno (70 euros tienen la culpa), pero el reponer altavoces, limpiar botonería, hacerse con un ordenador decente, desmontarlo, volverlo a montar, conectarlo, configurarlo, sufrir por la escasa operatividad del PowerStrip y decidir dejarlo todo por imposible, es harina de otro costal. Mentiría si dijese que la primera vez que vi la imagen del Rastan en pantalla no sufrí una emoción descomunal por la que todo el esfuerzo previo había merecido la pena, pero lo cierto es que de esa primera imagen al resultado esperado (y conseguido al final), distaba un mundo.
No sería hasta tiempo después, cuando ya las partidas eran habituales a aquellos títulos cuya resolución soportaba el PowerStrip, que casualmente topé con lo que a mi juicio sería la clave para hacer de mi maca una auténtica recreativa pese a tirar del MAME y tener por tripas y corazón un ordenata en lugar de una placa Hamma como dios manda. El hallazgo lo aportó un amigo de Marcianitos que hacía referencia a la posibilidad de convertir una ATI 9250 de 128mb (valorada en 30€) en una ArcadeVGA (valorada en 90€) con la que conseguir que la imagen mostrada por el monitor Hantarex de la recre fuera exactamente y para todos los juegos la original de los salones recreativos. La cosa estribaba en flashear la BIOS para engañar a la tarjeta e instalar después los drivers de la ArcadeVGA original en el ordenador. Dado que todos los hilos del foro de Marcianitos al respecto hablan de la "posible no legalidad" del hecho en cuestión, no diré que yo llevé acabo semejante acción. Sí diré no obstante, que una vez descubierta esta posibilidad, los juegos "misteriosamente" empezaron a verse 100% fieles a la resolución arcade tradicional.
Desde ese momento la maca podía darse oficialmente por terminada, si bien el noble arte de la restauración de recreativas siempre deja una puerta abierta a la mejora, que en el caso que nos ocupa se refiere básicamente al diseño y colocación de los vinilos para los artes laterales. La primera parte, la del Photoshop, está en este momento al cien por cien, y sólo resta pues que encuentre el momento para que Julián imprima las imágenes y éstas descansen definitivamente en los laterales de la maca.
Mientras ese momento llega, los piques y tardes de auténtico vicio en torno de la nueva atracción de la Wildwood's Home están garantizados, y ya atraen a nostálgicos del mundo arcade deseosos de rememorar antiguas hazañas a los mandos de una auténtica recreativa de las de siempre. A veces la miro y pienso cuántas partidas pudieron disfrutar en sus mandos los chavales de aquella época, y una sonrisa hace acto de presencia... Principalmente, porque me gusta pensar que entre todos aquellos mocosos pude haber estado yo.

Friday, August 17, 2007

The Lord of the Rings on Stage


Sólo la idea ya tiene mérito: intentar plasmar sobre un escenario la épica lucha entre el bien y el mal plagada de magia, belicismo y fantasía de J.R.R. Tolkien. La pregunta, una vez reconocido el primer punto, es si tal osadía es posible. Y a tenor de vídeos como el que aquí veis (y otros muchos disponibles en Youtube), y de las referencias que en numerosos sites pueden leerse, el director Matthew Warchus lo ha conseguido.

La producción, la más cara hasta la fecha con un coste de 24 millones de dólares, pone en escena un plantel de 55 actores, una orquesta de 18 miembros, un enorme decorado giratorio con tres secciones diferenciadas y 17 plataformas elevadoras para conseguir llevar al directo del teatro la magnitud de la obra original.

Tres horas y media de asombro constante esperan al afortunado poseedor de una de las entradas que en dos sesiones por día permitirán el acceso al teatro Royal Drury Lane de Londres durante varios meses. Y en una de esas, el día 17 de noviembre, el pupilo Arenas será testigo de todo lo que este giganteso híbrido entre musical, obra de teatro y montaje de la Fura puede dar de sí. ¡Pedazo regalo de cumpleaños!

Ya nos pondrá al tanto a su regreso...


Wednesday, August 08, 2007

Turn tape over


El otro día paré a repostar en una de esas gasolineras perdidas que salpican las carreteras nacionales, y pensé que había atravesado un agujero en el espacio-tiempo. Entre los surtidores se exhibía una colección de casetes del pleistoceno, en un expositor vertical coronado con un cartel que rezaba “¡Oferta! 8.95€”. Independientemente de lo desorbitado del precio (¿habrá picado alguien alguna vez?) y la heterogénea selección musical (Junco, Camela, Makina Total 6…), y tras comprobar que mi Accent no se había convertido en un Delorean (para mi desgracia), ver aquella reliquia analógica frente a mis ojos después de tanto tiempo me hizo pensar en lo injusto que resulta el progreso, de cuando en cuando.
Evidentemente, la nostalgia que sentí en aquel momento no tenía nada que ver con mi veta melómana. A mi memoria acudieron vívidos recuerdos de un época en la que el soporte magnético era la base de la industria lúdico-electrónica. Eran “los tiempos tranquilos”, como me gusta llamarlos; tiempos de juegos multicarga y scrolls tortuguescos que nos hacían vivir el “frenetismo” de las primeras proto-aventuras de otra manera. El ritmo de la experiencia jugable del momento exigía importantes dosis de paciencia desde el instante mismo de la decisión de pasar un rato frente al ordenador de turno. A saber: los tiempos de carga permitían merendar despreocupados en el salón, en espera de que cesase aquella cantinela agónica de chips exprimidos que acompañaba las fastuosas ilustraciones pixeladas del amigo J. Darder. Después, la obligada configuración del teclado (los joysticks se reservaban para algún simulador y poco más), aquellas “QAOP SPACE” que han quedado marcadas a fuego en la memoria colectiva del jugón de la época (ríanse ustedes del 4 8 15 16 23 42 de Perdidos). Y finalmente, el disfrute poco ambicioso de los primitivos sprites y decorados, directamente emparentados con los dibujos del Telesketch, en su parsimonioso baile a empujones por unas pantallas de limitada (limitadísima) resolución.
Y detras de todo aquello, el casete. O la casete, que sobre el género del término hay división de opiniones. Las cintas (también llamadas así por metonímica equivalencia) hacían del plástico el más noble de los elementos. Eran ligeras, estaban ensambladas con axiomática simpleza y en el mejor de los casos eran decoradas con parca serigrafía monocromo (el título, el logo de Erbe –mayoritariamente-, y poco más). En su interior, metros y metros de información sobre una emulsión magnética extremadamente sensible a condiciones externas como el calor, o accidentales roces o ralladuras. Esa asumida sensibilidad nos acabó convirtiendo en improvisados cirujanos plásticos (nunca mejor dicho) del “k”, artesanos del Cello y la tijera, restauradores del Basic y el Ensamblador. Había cierta magia en poder recuperar un título que ya dábamos por perdido, sentir de alguna manera que la Aventura Original de turno volvía a la vida tras nuestro casero “boca a boca” de corta y pega. Y del mismo modo, sentíamos que algo moría en nuestro interior cuando el fatídico “read error” anunciaba una carga fallida y una posible defunción irrecuperable. Sacar el tema a colación, tantos años después, aún me llena los ojos de lágrimas por mi mítico Sol Negro
El debate sobre el precio del software, tan de moda hoy día, era un chiste de mal gusto por aquel entonces. La franja en la que se movían los precios de los juegos en casete oscilaba entre las 495 pesetas, para los títulos con cierto tiempo en el mercado, y en torno a las 1200 para los juegos más punteros, novedades y packs. Puede que haya quien piense que, en cierto modo, 1200 pelas de aquella época (y más si se las mira desde la óptica del bolsillo de un niño) no eran tampoco moco de pavo. Habrá quien piense que un casete y una caja de cartón no justificaban semejante desembolso. Y seguro que algunos señalarán esos habituales defectos de carga que antes apuntábamos como una razón de peso para exigir un precio inferior en un artículo que a menudo no satisfacía la expectativa creada en el comprador. Pero, amigos, el que diga todo eso no tiene ni pajolera idea de lo que habla. El arte y el mimo con el que las compañías diseñaban cajas y libretos, y el merchandising que a menudo acompañaba al juego en su lanzamiento (pósters, cintas de audio con la banda sonora del título original –véase Out Run-…), justificaba con creces lo pagado. Dudo, sinceramente, que la cuenta corriente de alguno de los programadores de la época pueda siquiera compararse a la de, por ejemplo, John Carmack. Y no me negarán que, al menos en lo tocante a originalidad y calidad, lo aportado por éste no es netamente superior a lo que pudieron legar otros como Paco Menéndez (genio creador de La Abadía del Crimen, que en paz descanse), sin ir más lejos.
Con la llegada de los soportes digitales (y antes la popularización del disquete de 3 1/5) , el casete entró en un paulatino declive que acabaría haciéndolo desaparecer de forma definitiva e irrevocable a principio de los 90. Significativo fue el canto del cisne que para el Spectrum 128 supuso el lanzamiento del mítico Street Fighter 2 (del resto de versiones anunciadas, incluida la de CPC que servidor tanto anheló, no se tienen noticias -excepto la de C64, de la que hablaremos en breve-). Cuando muchos (y decir esto me llena de ira, entre otros oscuros sentimientos) tiraban sus ZX de Sinclair a la basura (literalmente), Capcom (vía US Gold) comercializó una de las piezas de coleccionismo más codiciadas de la época de los 8 bits. Sorprendentemente, el título poseía un alto nivel de calidad gráfica (aunque una quizás exagerada multicarga) que maravilló a los pocos privilegiados que pudieron disfrutarlo en el momento. No obstante, cualquier intento por insuflar algo de vida a los maltrechos ordenadores de casete llegaba ya tarde: la alargada sombra del PC y la revolución de las consolas eran para entonces una realidad contra la que nada podía hacerse.
El sentimentalismo retro que suele empapar mis comentarios no me impide ser realista a la hora de valorar lo positivo y necesario del avance tecnológico, por lo que no pienso caer en el error (chorrada, más bien) de afirmar que el casete nunca debió desaparecer. A las cintas les llegó su momento como les llegó al tiranosaurio o al lince ibérico (ah, que éste aún muere atropellado en las carreteras españolas… disculpen), y sin cedés, deuvedés y demás formatos no disfrutaríamos hoy de lo que disfrutamos. Lo que me solivianta, realmente, es el regusto rancio y algo cutre que ha quedado como poso en la memoria colectiva con respecto al casete como soporte. La injusticia cometida con un icono tecnológico que supuso una revolución a todos los niveles (no sólo en el mundo del videojuego), del que mamamos durante años toda una generación (y bien a gusto, oiga). ¡Destruyamos entonces todas esas vetustas cintas que aún guardamos, llenas de polvo, en un cajón! Ah, que lo que contienen es demasiado valioso… Comprendo…
Ahí lo tienen.