Friday, July 06, 2007

Proyecto Cátodo


Mi infancia no son recuerdos de un patio de Sevilla, ni de un huerto claro, donde madura el limonero. Mi infancia son recuerdos de enormes erizos de pelo rosa y atiplado timbre que deambulaban desnudos por un barrio de cartón piedra sin que nadie dijese nada. Imágenes de negros deportivos con vida propia y simpsoniana voz que saltaban camiones en marcha, guiados por horteras y greñudos protovigilantes. Dartacanes mecánicos de Danone, esquivos Carroñeros, falsificaciones pueriles del logo de Nike… Cultura ochentera, al cabo, alimentada por ingentes cantidades de televisión sin procesar que hacía las veces de madre y/o canguro para una generación aún no adulterada por el dios de la tecnología.
Los que crecimos al calor de los rayos catódicos de entonces (más presentes que los actuales por cercanos, literalmente), mamamos de la proverbial teta de la educación televisiva de una España exultante de democracia. La caja tonta era una ventana directa a las mentes maleables de un público infantil receptivo como pocos, a la que se asomaba una selecta curia intelectual encargada de seleccionar una parrilla de programas con los que entretener educando. Educando, en el sentido más amplio posible de la palabra. Parte importante de los conceptos, a veces inconscientes, que conforman hoy la base de lo que somos como individuos tienen su origen en aquel proyecto. Un plan maestro trazado en nombre del progreso que tenía como objetivo fundamental la creación de un extenso sector social en el que las ideas fluyeran siempre empapadas en frikismo.
El Proyecto Cátodo, para muchos un espejismo fruto de la conspiranoia colectiva, surge a principios de los 80 en los círculos más iconoclastas de la capital. Su ideólogo, Augusto Montálvez, a la sazón articulista del ya extinto diario Ya, imaginó un futuro libre de ataduras estéticas en el que el pueblo diese rienda suelta a su imaginación en pos del avance social global. Su utopía reflejaba en cierto modo los movimientos que durante las décadas anteriores habían ido surgiendo en diferentes puntos de los Estados Unidos, al amparo de programas de radio y televisión de alcance local o regional. Él quiso ir un paso más allá e imbuir a todo un país de sus ideas eligiendo como objetivo al público que, en su opinión, mejor encajaría su ambicioso proyecto. Para ello, se rodeó de un selecto grupo de mentes pensantes de los más elitistas campos con los que confeccionar las líneas maestras de su plan: ufólogos, videntes, parapsicólogos, subinspectores de Hacienda… eminencias todos ellos en sus respectivas disciplinas. A penas cinco meses después de la gestación de su sueño, la gran maquinaria del Proyecto Cátodo comenzaba a rodar.
La primera fase de la obra consistió en hacer una selección de espacios televisivos aptos para la consecución de los fines establecidos. A tal efecto se rastreó la oferta de programas, series y filmes de importación, especialmente norteamericanos, que pudiesen resultar potencialmente aprovechables. Destacan entre todos ellos El equipo A y El coche fantástico, ejemplos icónicos del tipo de espectáculo del que Montálvez y su gente querían servirse. El primero, la historia de un grupo de rebeldes guerrilleros anti-sistema marginales, ridiculizaba al estamento militar, que tan resentido había quedado tras el golpe de estado del 23F. El segundo narraba la historia de un hombre sin pasado que, a bordo de un bólido inteligente, luchaba contra el crimen organizado. El personaje de Michael Knight toma gran parte de sus características, incluido el nombre, del topo del gobierno de la época en ETA, Miguel Guerrero, alias “Baywatch”, a modo de silencioso y subliminal homenaje no revelado hasta nuestros días.
Tras de aquellas series vendrían otras no menos carentes de “inocencia” como La Abeja Maya (el holding Rumasa sufragó gran parte del proyecto), El bosque de Tallac o Marco (una hipotética vuelta al pasado preconstitucional podría traer consigo dolorosas separaciones familiares por motivos de ideología). Sin embargo, la gran obra del Proyecto Cátodo fue un programa de producción nacional con el que se alcanzaría definitivamente el éxito del plan: Barrio Sésamo. Repleto hasta la saciedad de fotogramas subliminales, referencias históricas de corte comunista y proclamas pro-liberalismo de todo tipo, las aventuras de Espinete y Don Pimpón podían resultar cualquier cosa menos infantiles. La elección de los actores se basó en el dominio del gesto y el tono de voz como vías para comunicar el mensaje básico del programa, de modo que no levantase sospecha alguna. El misterio de quién ocupaba el disfraz del ambiguo trotamundos es aún hoy una incógnita que, quizás, pueda resolverse en futuros posts.
El paso de los años y la llegada de los 90 fue diluyendo poco a poco la esencia del Proyecto Cátodo, y todo el equipo motor del mismo retomó sus actividades primigenias discretamente cuando Montálvez dio la orden de poner punto final a su obra. Hoy, el viejo proyecto es sólo un rumor clandestino que circula entre susurros en los mentideros intelectuales. Los mismos foros en los que su creador filtra, de cuando en cuando, la posibilidad de que su sueño realmente no tuviese un final y siguiese vivo, tantos años después, en las series y programas que aquella generación de hipnotizados niños lleva actualmente al liderazgo en los índices de audiencia…

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