Thursday, July 19, 2007

"Un salto al vacío", Capítulo 1


ENCUENTROS

Gotham duerme. Sus calles susurran en sueños viejas promesas incumplidas de paz y fraternidad. La queda neblina de la bahía es una almohada donde se amortiguan los gritos de pesadilla provenientes de algún oscuro callejón.
Un gato salta de cubo en cubo de basura, y proyecta su sombra decenas de metros en el pavimento. Más arriba, junto a la herrumbrosa escalera de incendios del tercer piso, una luz quejicosa deja intuir la sensual figura de la seducción. Parece que la mujer se sirve un vaso generoso de una botella rellenada demasiadas veces. Hoy tiene suerte: su amor de media hora y veinte dólares ha venido a visitarla.
La figura oscura que se desliza por el alféizar de la ventana del ático no parece tener aspiraciones suicidas. Cubre su rostro con un pasamontañas y avanza con paso firme por la estrecha cornisa. Cuando llega a la ventana, ésta le recibe ondeando sus cortinas hacia el exterior, y el hombre, agradecido, se cuela dentro. Un breve silencio es la antesala al alarido mezcla de sorpresa y dolor de una joven voz femenina. Su eco se pierde al fundirse con los de sirenas y cristales rotos en algún otro punto de la noche. La familia vuelve a estar reunida.
Todo eso ocurre mil veces al día, cada noche, en mil lugares distintos de la geografía de esta ciudad viva que camina de la mano de la muerte hacia el precipicio de lo inevitable. Los espíritus que un día soñaron que un nuevo amanecer era posible callaron hace tiempo. Sus voces aún resuenan en las azoteas de las vetustas construcciones, sus estampas redentoras aún brillan en las primeras páginas de la prensa sensacionalista… Los héroes se marcharon. Acaso nunca existieran.
Esta noche, el viento cambia constantemente. Las nubes se arremolinan en caprichosas formas en torno de la luna, llena como los tugurios de la orilla del East River, y un frío seco, áspero, lo mancha todo de escarcha. Un grupo de vagabundos se aprietan en círculo junto a un bidón humeante. Ninguno dice palabra. Ni tan siquiera se miran. Sus pensamientos se pierden en recuerdos de días mejores, salpicados de visiones de asaltos y palizas en mitad de la noche. Un súbito ruido en algún lugar oscuro, al fondo del callejón les alerta, y todos dirigen sus miradas a la penumbra. De entre las tinieblas emerge una figura, una silueta enorme que crece con cada paso. Los sin-techo forman ahora una media luna de este lado del bidón y observan atónitos la escena. El hombre, semi iluminado por la luz del fuego, debe medir poco menos de dos metros. Sus hechuras son enormes, sus facciones duras y angulosas, y su mirada, fría como el relente y profunda como el océano. Viste harapientas ropas cubiertas por una enorme manta raída y sucia. Camina despacio, con la mirada perdida y el semblante lívido, hacia el grupo de indigentes. Pero no se detiene al llegar hasta ellos; continúa su andadura más allá del límite del callejón, y se acaba perdiendo al girar la esquina entre las humeantes bocas de alcantarilla.
El hombre avanza sobre el pavimento sin rumbo fijo. Dos adolescentes de pelo teñido le miran desde un portal y le invitan a pasar un rato juntos a su paso. Él las ignora y sigue su marcha. Alguien le ofrece algo desde la ventanilla de un Firebird negro, hasta que el súbito sonido de una sirena da al traste con el improvisado negocio. De todas formas, no tenía visos de éxito. Algunos minutos después el hombre llega a la entrada sur del Parque. Se interna en la oscuridad de esa jungla urbana sin dudarlo y siente el aire frío de la noche por primera vez en el rostro.
Los ruidos que llegan de todas partes son más propios de un bosque que de una gran urbe. Las alimañas que habitan la espesura observan el avance de la figura desde múltiples ángulos, agazapadas en sus escondrijos. El vuelo zigzagueante de un murciélago rompe la quietud del aire al paso de la norme sombra. Los ojos del hombre parecen interactuar por vez primera con su entorno, y se dirigen a la pequeña bestia. Después de alguna cabriola suspendido del viento, el murciélago desciende y se posa sobre su hombro. Con la mano lo recoge cuidadosamente y lo introduce en un bolsillo de la gastada chaqueta. Apenas unos pasos más adelante la falda de una colina se eleva hacia el cielo nocturno, y entre las grietas de una de las paredes una pequeña apertura da la bienvenida al hombre, que se desliza en su interior con dificultad, dado su volumen. El tintineo de una solitaria vela, al fondo de la estancia, descubre entre parpadeos una caverna de roca de reducidas dimensiones pero techo alto salpicada de improvisados muebles a todas luces recogidos de la basura: una mesa con tres patas, un sofá gastado y sucio, un colchón de muelles oxidados… El hombre se sienta en el sofá, observa la entrada a la cueva, y saca del pantalón lo que parece un sándwich mohoso y mordido. Arranca un pequeño pedazo y lo lleva al bolsillo de su chaqueta; el murciélago saca la cabeza y muerde el minúsculo trozo, con un agudo grito de agradecimiento. Fuera, comienza a llover. Las gotas golpean contra la arenosa entrada a la caverna en un hipnótico repiqueteo, y el hombre clava sus ojos en las copas de los árboles que a lo lejos reflejan la luz de los incipientes relámpagos. Pronto el cansancio le vence y se deja llevar por un sueño profundo y reconfortante.
>> La mujer que yace junto a él, la boca entreabierta, recostada sobre su lado derecho y completamente desnuda, podría ser cualquiera. No una cualquiera, pero sí cualquiera de las muchas mujeres encantadoras y terriblemente bellas que conoce. La noche anterior fue difícil: demasiado vino, demasiada cena, demasiado sexo… Ordenar los acontecimientos en la cabeza no es sencillo. Aunque tampoco demasiado relevante. El final, como siempre, es el mismo. La enorme cama de su enorme habitación en su enorme mansión. Y el bueno de Alfred tocando a la puerta, avisando de que el desayuno está listo.
>>Un caballero no dejaría que una dama vuelva a casa sola después de una noche de ofrenda carnal, pero por lo general los caballeros no suelen vivir en una gigantesca casa victoriana que descansa sobre una gigantesca gruta equipada con la última tecnología para la lucha contra el crimen. Eso, claro está, comporta ciertas obligaciones. Y ciertos privilegios. No obstante, la compañía de Alfred y la seguridad de un Rolls Royce deberían bastar para que la dama se sienta lo suficientemente recompensada y sueñe con volver alguna otra noche.
>>Las primeras horas del día transcurren siempre entre ejercicios físicos y sesiones de música clásica en el amplio gimnasio de la segunda planta. Ese instante lo guarda con celo para sí, porque es el único momento de la jornada que dedica exclusivamente a su persona, a solas con sus recuerdos, miedos y deseos. El resto del día es una sucesión de reuniones, fiestas y actos sociales con los que salvaguarda su imagen y su apellido. Su reputación está directamente relacionada con la solvencia de su empresa, y la solvencia de su empresa lo está con su tiempo libre y la continuidad de su “pequeña afición”. Es un hombre eminentemente nocturno, y gusta de salir de caza cuando cae la noche, ataviado con extrañas y oscuras ropas, al amparo de las sombras que proyecta la luna sobre los tejados de esa ratonera que es Gotham al partir el sol.
>>Encaramado en lo alto de un pináculo de obsidiana con el que se funde inmóvil, observa la aparente quietud de la ciudad a cientos de metros de altura. La capa ondea como una siniestra bandera a ambos lados de su figura, y una bandada de murciélagos revolotea inquieta a su alrededor. Sus ojos negros se clavan en las distantes calles, y su oído aguarda atento la señal que desencadene su puesta en marcha. Pronto la paz se rompe. El imperceptible eco de un grito en algún lejano callejón es el resorte que le hace sumergirse de cabeza en el oscuro mar de asfalto. Su vuelo es rápido y circular, majestuoso, una enorme sombra alada que desciende en silencio desde nadie sabe dónde cuando se rompe la frágil barrera que separa el bien del mal.
>>La mueca de placer en el rostro del hombre es grotesca. Golpear a la indefensa mujer que lucha por erguirse frente a él es algo incomparablemente hermoso. Su boca ensangrentada, sus ojos llenos de lágrimas, su cabello arremolinado y sucio… ¿Cómo resistir la tentación noche tras noche? No desea matarla. No eso, no. Es demasiado bella, demasiado débil. Claro que uno nunca sabe en qué momento puede aparecer la muerte, y medir la fuerza de cada golpe es una tarea imposible. ¿Y esa sombra? Sus delirios de poder le hacen ver cosas donde no las hay. En ese callejón están solos él y su presa, nadie más. Otra vez. No, no es nada, sólo su imaginación perturbada y el cansancio acumulado durante el último mes de cacería. Tiene que seguir con su trabajo, nada de distracciones. Su público, al tiempo protagonista de su obra, espera que culmine su espectáculo. Mira fijamente a la mujer, ya callada hace rato, y le sonríe casi paternalmente mientras eleva la mano con calma por encima de la cabeza. La única farola del callejón proyecta su sombra sobre el rostro de la mujer. De pronto una sombra mayor lo envuelve todo en penumbras. El hombre, confuso, se gira para descubrir a sus espaldas la presencia negra como la noche de aquél a quien todos temen. Antes de que todo se funda en la ausencia absoluta de luz que es la inconsciencia, el hombre alcanza a ver un símbolo, una silueta sencilla e icónica que representa todo lo opuesto a lo que él persigue. El murciélago ha vuelto a ser más rápido de lo que lo podría ser cualquier otra alimaña nocturna, como él mismo. Silencio. Frustración. Alivio. Agradecimientos. Sirenas. Partida.
>>La noche será larga. Todas lo son. El murciélago no parará de volar de tejado en tejado, de gruta en gruta, en busca de más alimento. Y mientras el cielo de Gotham se desdibuje con la mortecina luz del foco de la esperanza, la sombra seguirá con su rutina. A lo lejos, un nuevo desequilibrio del lado de los malditos reclama su presencia. Pronto alguien dormirá el sueño de los no-inocentes…
La mano que toca su hombro es delicada, pero masculina, no obstante. Sus finos y largos dedos se le clavan con firmeza, sobrepasando lo que podría considerarse amistoso para entrar en el terreno de lo hostil. Una voz desagradable y chirriante susurra algo a sus espaldas.
-Buenas noches, hombre murciélago –la voz retumba en la caverna unos instantes-. Se te ha echado mucho de menos ahí afuera.
El tono, sarcástico e irritante, le resulta familiar. La mano se retira de su hombro y el “invitado” camina evitando el sofá hasta situarse junto a la entrada, frente a él. Su sonrisa deforme y exagerada no ha cambiado nada con el tiempo. Resulta imposible determinar si debajo de ese rictus inquietante hay ira, placer, odio o tristeza. Al contraluz, su silueta estilizada dibuja la forma de la maldad, esa que él tan bien conoce. Unos ojos grandes, inyectados en sangre le observan ahora sin disimulo. Sería fácil saltar sobre ellos y retorcer ese cuello largo y fino en un rápido movimiento de manos, pero por alguna razón permanece inmóvil, devolviéndoles la mirada sin pestañear a escasos metros de distancia.
-Tienes un aspecto lamentable –escupe desde su posición el siniestro personaje.
-¿Qué demonios quieres, Joker?
La voz suena profunda, rota y grave, tanto que en la caverna el eco casi no la repite. Demasiado tiempo callado le ha conferido un toque aún más solemne y aterrador.
-Al menos no has perdido la memoria, Batman –hay cierto aire de dasahogo en sus palabras-. Te llamaría Sr. Wayne, pero no me sale, lo siento. Lo que tengo delante de mis ojos parece cualquier cosa menos un señor…
Una risotada aguda y descompasada llena la estancia durante unos segundos. El pequeño murciélago del bolsillo interior de la chaqueta responde con un grito breve y timorato.
-No es que haya llorado tu ausencia todo este tiempo, pero la cosa tenía más gracia cuando te empeñabas en dar al traste con mis planes una y otra vez–añade el Joker.
-Siento haber decepcionado a mi público –responde Batman.
-El caso –el Joker comienza a andar por la estancia con las manos amarradas tras la espalda, como dándose importancia- es que no habría tenido interés alguno por encontrarte de nos ser por un pequeño asunto que creo puede ser de tu incumbencia.
Batman le mira fijamente, intrigado.
-Sé positivamente que alguien como tú, problemas personales al margen, que ahí no entro –carga su voz de un tono amable que suena aún más falso e hipócrita de lo que lo hace habitualmente-, no permitiría que alguien se pasee por las calles de Gotham campando a sus anchas mientras encadena una muerte con otra, y otra más. Puede que estés pensando que en qué me afecta eso a mi –apunta el Joker-, y porqué de pronto me preocupa que alguien se dedique a hacer lo que yo vengo haciendo durante años. Bueno, el que haya muertes me da exactamente igual, casi diría que me reconforta ver que mi semilla ha dado frutos después de tanto tiempo –replica alegre-. Pero lo que ya no resulta tan excitante es ver cómo las víctimas elegidas pertenecen siempre al mismo gremio –se detiene para mirarle fijamente a los ojos-: el mío.
Un relámpago realza su esperpéntica imagen justo antes de que el trueno posterior lo llene todo de la música brutal de la naturaleza.
-Ahí afuera –prosigue el Joker- hay quien dice que un nuevo vengador ha ocupado tu puesto en la noche. Otros, los que no te conocen bien, como yo, dicen que Batman por fin ha vuelto. Pero yo sé bien que ése no es tu estilo. No, el bueno del murciélago prefiere no llenarlo todo de cadáveres cuando es posible tan sólo echar un cable a la policía aturdiendo, inmovilizando o entreteniendo. Ese espíritu protagonista de quien quiera que esté haciendo menguar el número de mi plantilla de colaboradores no tiene nada que ver contigo en absoluto. Por eso creo que tú no permanecerás al margen de algo así. Y por eso me he tomado la molestia de encontrarte, Batman, mi viejo amigo.
-¿De verdad piensas –dice Batman- que te ayudaría en algo, sea lo que sea, o que me aliaría contigo tras todo estos años de enfrentamiento? Te creía más inteligente, Jack Napier.
El Joker, impasible, ríe divertido tras sus palabras.
-No has cambiado un ápice, amigo: el hombre de hielo, el témpano humano, el incorruptible hombre murciélago… Tranquilo, Wayne, el “comodín”, el joker, la mejor carta de mi baraja, la había reservado para el final.
Algo en su tono comienza por primera vez a inquietar a Batman.
-Te gustará saber, señor “no-hay-nada-que-pueda-afectar-mis-sentimientos”, que cierta “amiguita” abogada, ayudante del Fiscal del Distrito, se está ocupando personalmente del caso… y que por ende, se ha colocado ella solita en el punto de mira de mi, tu, nuestro enemigo secreto… rata humana con alas –un silencio toma forma antes de que prosiga con su intervención-…Y supongo que no serás capaz de dejarla sola en un momento así..¿verdad?
El muy bastardo sabe qué cuerdas tocar para hacer sonar su música. Batman lucha en silencio con su deseo de violencia irracional hacia el Joker, mientras sopesa sus opciones y digiere el mensaje del payaso. Luego de unos segundos se levanta pesadamente del sillón, avanza los escasos pasos que le separan de su enemigo, y acerca su cara a la del rufián para susurrarle.
-Cualquier treta, cualquier artimaña, cualquier engaño… te llevará directo a la tumba, Joker. Tenlo claro: no hago esto por ti. Ni siquiera lo hago por mi. Acabaré con ese indeseable, sea quien sea, y desaparecerás de mi vida como si todo esto nunca hubiese tenido lugar. ¿Entendido?
-¡Por supuesto! Está claro como el agua, amigo…
Batman le agarra por las solapas del traje violeta con un rápido movimiento.
-Y una cosa más… Ni se te ocurra volver a llamarme “amigo”.

2 comments:

Anonymous said...

oejz asiwx [URL=http://www.bigtits234.com]Large Tits[/URL] dswplp b yq a obv

Anonymous said...

ryki juvrs [URL=http://www.katesxxx.com]video sex[/URL] anryir j zj t vzv