Friday, November 23, 2007

El "Face to Face" definitivo


El 27 de diciembre de 1982, en plena celebración navideña, se produjo uno de los encuentros más significativos de todos los tiempos. El Papa Juan Pablo II se reunía, casi dos años después, con Ali Agca, el turco que había intentado asesinarle en la plaza de San Pedro el 13 de mayo de 1981, hacia las cinco de la tarde.
El frustrado magnicidio postró al Sumo Pontífice durante tres meses en la cama de un hospital -el tiro en el estómago no alcanzó ningún órgano vital-, pero mantendría al terrorista durante más de 19 años entre rejas, antes de que fuese indultado a principios de 2006 para volver a la cárcel tan sólo unos días después. Su salida definitiva se espera para el año 2010.
Aquel 27 de diciembre, el papa tenía prevista una visita a la prisión de Kartal, en Estambul, en la que ofrecería una misa a la que esperaba asistiese Agca. Sin embargo, el propio recluso solicitó la presencia del papa en su celda para poder intercambiar con él algunas palabras en privado. Los funcionarios de la penitenciaría supusieron que aquella conversación giraría en torno a la súplica de perdón por parte del turco a Juan Pablo II y accedieron. Sin embargo, el contenido de aquel intercambio jamás salió a la luz. Durante 18 minutos, en una esquina de la sencilla celda en la que cumplía condena el terrorista, dos extremos departieron sobre asuntos desconocidos.
Desde entonces se ha especulado con lo que Agca quiso transmitirle al papa, pero lo cierto es que todo es nebulosa en torno a aquel misterioso encuentro. Dado que Juan Pablo II había expresado públicamente su perdón hacia el convicto poco después de abandonar el hospital, Agca no necesitaba saber si tal era el pensamiento del religioso tras sus actos. Hay quien apunta a que la conversación giró en torno al Tercer Secreto de Fátima; los que apoyan esta tesis insisten en que el terrorista deseaba conocer cuál era el contenido de aquel secreto, que supuestamente hacía referencia al fin del mundo y a la llegada del anticristo. Sea como fuere, el Sumo Pontífice jamás revelaría lo que en aquellos 18 minutos se habló casi en susurros en aquella fría celda turca, aludiendo al secreto de confesión como motivo para preservar la confidencialidad de las palabras del que pudo haber sido su asesino.
Más allá de lo que allí se dijo, el encuentro tiene a todas luces una relevancia especial por lo que supone. Por lo que supone, y por lo que evoca. Ver las imágenes hoy, tantos años después, sigue produciendo cierta inquietud que se mueve entre la compasión, la desconfianza y la perplejidad. Observar los gestos solidarios del papa para con su frustrado verdugo, gestos casi cómplices, a los que acompañan sonrisas que viajan de uno al otro lado, desconcierta. Es fácil pensar, a poco que uno tenga imaginación o convicciones religiosas (del tipo que sean), casi me atrevería a decir que incluso morales, que aquel encuentro significaba mucho más de lo que se nos quiso hacer ver. En aquellas dos sillas, frente a frente, cara a cara, conversaban el Bien y el Mal. Dios y Satán. Buda y el Rey Demonio... Da lo mismo. Y da lo mismo el orden de los roles, por cierto. Lo que importa es lo metafórico de aquellos 18 minutos, su simbolismo, lo impactante de imaginar que a los ojos de todo el mundo las representaciones de los más básicos instintos humanos urdían sus planes o exponían su diferencias.
Quizá por eso lo que hablaron nunca vio la luz. Porque incluso ellos, el Creador y su Creación Fallida, merecen tener un poco de intimidad, de cuando en cuando. Y toda una existencia bien merece 18 minutos...

3 comments:

Perenzal said...

Gran texto, Wildwood, capaz de llegar más allá de los hechos, hasta el cogollo de su sentido, real o figurado, simbólico o hermenéutico.
De un hecho nimio, se pasa a una reflexión cósmica sobre la Creación. Pero si la todopoderosa Iglesia Católica representa al Bien, y la psicopatía de una criatura aislada y solitaria al Mal, está claro quién tendrá siempre las de perder, ¿verdad?
En contra de lo que sale en las películas milenaristas (esta palabra siempre estará unida a una escena penosa de Fernando Arrabal), el poder en la tierra lo ostenta el Bien, tal vez es eso lo que debería hacernos temblar...
Grande, Wildwood!

Wildwood said...

Lo cierto, Perenzal, es que no pretendía relacionar al papa de las 10 y cuarto (ya sabes, la hora que señalaban sus pies cuando momificado en la plaza de San Pedro) con el Bien, ni al pobre Agca con el Mal. Ni al revés tampoco.
Pero sí, tienes razón, resulta jodido pensar que nos gobierna (espiritualmente) semejante turba homofóbica. Por eso tiene más valor el momento, y los 18 minutos...porque el descenso a la realidad del hombre simboliza la materialización de lo místico. Y eso se agradece.
Por cierto, recién leída la buena nueva: Felicitats, monsieur le sorrango. Adieu, le sorret! Ignition sequence start: 5...4...3...2...

Perenzal said...

No jodas, que aún puede que te toque hacer de maestro de ceremonias!