Thursday, November 15, 2007

Su Otra Realidad

La inmortalidad se oculta en el recuerdo, agazapada tras de los ecos de la nostalgia y la memoria. No todos se instalan en ella, pues no todas la vidas marcan vidas, ni todas las almas trascienden lo físico para instalarse en lo espiritual. Pero los que lo hacen perduran así para siempre, dentro de aquellos que les siguieron, admiraron y quisieron. Inmortales, su imagen queda retratada para siempre con el carboncillo del afecto.
Fernando Jiménez del Oso fue muchas cosas. Fue padre, esposo, solícito periodista, reputado psiquiatra, reconocido investigador... pero sobre todo, fue un comunicador. Los que llegamos a ver en él algo más que un enamorado del misterio lo admirábamos precisamente por esa faceta suya. Sus innumerables reportajes sobre lo desconocido, la arqueología o la ciencia hicieron de él un número uno dentro del mundo de la divulgación, y le proporcionaron la fama que le acompañaría hasta el día de su muerte -o mejor, de su marcha al otro lado, donde, por la razón que fuese, se le requería-. Pero lo que le diferenciaba del resto, lo que nosotros sí supimos ver y llorar aquel fatídico 27 de marzo de 2005, fue su inigualable capacidad para transmitir. No importaba el tema, aunque siempre eligiese asuntos cargados de romanticismo y preguntas que quizás nunca alcancemos a responder, lo importante era cómo conseguía hacer que cada palabra contase, que cada idea llegase clara y diáfana al espectador para tocar los hilos más profundos de su raciocinio, y en muchas ocasiones de su percepción de la realidad. En cierto modo, oírle era dejarse llevar por un trance hipnótico del que no apetecía salir. Su aparentemente cansada mirada -esa que se llenaba de vida y ganas de saber cuando fruncía el ceño-, su hablar sereno, grave y lleno de inflexiones y pausas, y su socarrón sentido del humor, eran un océano en el que navegar a la deriva esperando que el viento de su discurso te llevase a alguna misteriosa orilla.
Para nuestra desgracia, las cosas buenas tienen fecha de caducidad. Y las personas buenas también. Cuando digo "bueno", aquí, no me refiero al espíritu o al buen hacer como individuo; hablo del valor del sujeto, de lo que al mundo -no importa si son millones o una sola persona- éste tiene que aportar. En su caso fue muchísimo. Explicarlo ahora con palabras es tan innecesario como responder al ignorante que se sorprende por lo que escribo. La realidad es que a algunas mentes inquietas -ellos saben quiénes son-, Jiménez del Oso les permitió algo que no todos son capaces de conseguir: les hizo soñar. Y punto. Lo demás, como suele pasar cuando la ignorancia y la falta de decoro se ponen sobre la mesa, sobra.
Hoy, mirando el retrato inmortal que miro tropecientas veces al día en esa minúscula pantalla de la que tanto dependemos, quise dedicarle un rato de mi tiempo para dejar constancia de que aunque se ha ido, sigue aquí. Y como él, su obra, la tangible y la que no lo es. Tú que puedes, chaval, ponte un DVD a mi salud y disfrútalo. Los demás, daros la oportunidad de escucharle sin prejuicios. Quizás no encontréis respuestas -él, por cierto, ya las tiene todas-, pero entenderéis de lo que hablo...

2 comments:

Perenzal said...

Hacía mucho que no te visitaba tío. Eres un maestro de la escritura, me ha dejado frío lo de Wanda, me he flipado con lo de los "Héroes". En fin... muchas cosas madrileño, y algunas más...

Saludos!

Wildwood said...

Bienvenido de nuevo, Perenzal. Siempre eres bienvenido, ya sabes. Aquesta aldea es hospitalaria con sus paletos. Gracias por los elogios, amigo... Son especialmente apreciados por cuanto vienen de otro buen artista de las letras. Efectivamente, las cosas andaron agitadas en estos últimos tiempos, pero los márgenes de esta carretera que es la vida siguen precipitándose hacia atrás a nuestro paso. Mientras, seguimos esperar llegar a nuestro destino, sea cual sea. Y en eso andamos.
Saludos, tío. Ya sabes, por aquí andamos.