Saturday, October 17, 2009

El fin del tiki taka


No imagináis lo que me cuesta escribir hoy. El tema de la entrada que nace en estos instantes me duele horrores por lo inesperado de sus circunstancias, por lo trascendente de la figura que la protagoniza, y por lo difícil que resulta enlazar un texto con otro cuando lo único que escribo últimamente son homenajes póstumos a personajes entrañables que nunca debieron irse. Me estoy especializando, muy a mi pesar, en crear sentidos panejíricos de despedida a figuras que nos han marcado de una u otra forma, y creedme si os digo que no me resulta ni mucho menos fácil encarar el que nos ocupa, que ni El Corral de Piedra nació para limitarse a semejantes textos, ni es agradable tarea volcar, por enésima vez, lo que bulle bajo la piel ante tales noticias en un frío negro sobre blanco. No es agradable, ni fácil... pero es inevitable, al cabo.
Andrés Montes nos ha dejado. La noticia me sorprendía anoche, apenas hora y media después de que su pareja lo encontrara sin vida en su domicilio de la calle Espronceda, por medio de un sms breve pero cargado de frustración enviado por mi hermano Javi. Tenía que ser él, que tantas noches pasara en vela, degustando envites baloncestísticos de altos vuelos en aquellas lejanas ligas de la NBA de los Jordan, O'Neal y compañía, tan sólo acompañado por la inconfundible voz de Montes y las sabias apostillas de Antoni Daimiel. Ellos, pero sobre todo él, hacían de las madrugadas interminables un momento de indescriptible magia donde el sueño jamás hacía acto de presencia. Era como si la audiencia fuera sólo el espectador individual que les observaba desde el sofá de su casa, y los dos grandes conseguían crear una complicidad íntima que trascedía la pantalla, las intempestivas horas y hasta el baloncesto mismo, para convertir con sus comentarios descansos y tiempos muertos en los verdaderos protagonistas del partido.
De allí surgieron muchas de las expresiones que luego popularizaría para el gran público en La Sexta, todos esos "pintxos de merluza", "ratatatatas", "es muy fácil si lo intentas", y en cierto modo también el dichoso "tiki taka" -seguramente la más famosa de sus frases pero ni de lejos la más ingeniosa-. En el fútbol televisado se hizo conocido a gran escala, pero su verdadero terreno de juego eran las canchas de basket, y sobre todo la NBA. Allí nos endulzó con su "chocolate blanco Williams", nos dio la bienvenida con su "bienvenidos al club", nos llenó de ritmo con su "melodía de seducción" y nos hizo esbozar una sonrisa tarareando tonadillas de majorettes para describir, sin usar palabras, lo enorme de un deporte que sólo tiene sentido cuando sucede en tierras americanas. Eso él lo sabía, y por eso sólo él se atrevía a salpicar de color el gris de las tradicionales retransmisiones deportivas con su particularísimo estilo, que aunque pudiese no agradar a todo el mundo, a nadie dejaba indiferente.
Como todo en la vida, la trascendencia de las personas es algo subjetivo que depende en última instancia de lo que su paso por este circo ha supuesto para cada uno de nosotros. Por eso Andrés Montes tiene un lugar de privilegio dentro de la metafórica lista de nombres que sin dudar resacataría de la mediocridad general del mundo, porque cuando nadie le conocía yo ya admiraba su genial sencillez, ejemplificada magistralmente en aquellos largos silencios que entre frases dejaban él y Daimiel durante los descansos de los partidos en Sportmania, como si el sueño les arrebatase el norte durante unos instantes, pero totalmente despreocupados del lapsus porque sabían que su territorio era sólo suyo, y que al espectador, ése que llegaba a sentirse en el estudio con ellos, no le importaba lo más mínimo y agradecía la naturalidad con la que salpicaban la retransmisión a unas horas en las que sólo los más osados, o los más locos, permanecían despiertos por ver meter el balón a diez tipos haciendo cabriolas imposibles. Ésa era su genialidad, la de hacer del atril del micrófono o la pantalla algo cotidiano, cercano y totalmente carente de pretensiones.
Cuando éste que os habla vivía en Ríos Rosas, allá por el año 2003 -o, si queréis, por el Curso Baloncestístico 2003-2004-, en pleno distrito de Chamberí, tuve la oportunidad de cruzarme en un par de ocasiones con el bueno de Andrés Montes por la calle. Éramos vecinos, por así decirlo, y saber aquello me producía cierta sensación de andar por casa, de humanidad, que ahondaba en esa cercanía que siempre manifestó. Nunca me atreví a decirle algo, lo cual supongo que hoy lamento un poquito más si cabe, pero estoy seguro que mis ojos, su brillo o lo que sea, delataron mi emoción y sorpresa al vérmelo esperando como si tal cosa en la puerta del Camuñas o camino de la escuela de doblaje, cuando nuestras miradas se cruzaron fugazmente en sendas ocasiones. Hoy, convencido ya como estoy de que algo deben estar tramando ahí arriba que obliga últimamente a los buenos a salir en estampida para dios sabe qué, el recuerdo de Andrés Montes, sus pajaritas, sus gafas, y sobre todo de su voz -¿eh, Daimiel, eh?-, tiene un lugar de privilegio en ese rincón de la memoria y el afecto que reservo para los que marcaron la diferencia. En el periodismo, en la divulgación paranormal, en la música... o en la vida, que igual da.
Una vida por cierto que sí, Andrés, puede ser maravillosa, pero que sin ti, sin todos vosotros, lo es un poco menos cada día.

2 comments:

Anonymous said...

Querido bro, este es mi primer comentario es tu blog, pero no podía ser mejor (o peor por lo negativo del tema) que como homenaje al gran Andrés Montes. Para mí siempre quedarán en el recuerdo sus frases, sus motes, pero sobre todo las imitaciones que hacías de él (que espero que sigan como homenaje póstumo) y frases tan pesonalizadas como "Vince, puede caer Carter" o "Sinto, bailón", jeje (do u remenber?) Hasta siempre Andrés. We'll never forget u!!!!!!!!!

Anonymous said...

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