Tuesday, February 12, 2008

Huesos e Ilusiones



En medio del mar, una isla. Un relato breve, poco ambicioso en cuanto a trasfondo -todo es opinable-, que humaniza al genio y destaca por refrescante, diferente y original. Así es Tombuctú, mi penúltima lectura en pos del conocimiento de Auster, una obra radicalmente opuesta en su concepción al resto de sus libros, un cuento visto desde una perspectiva imposible, una bocanada de aire limpio entre sus habituales relatos, tan interesantes como desazonadores.
Tombuctú narra la historia de Mr Bones, un chucho que vive los últimos momentos de vida de su dueño y se ve obligado a enfrentarse a un mundo que sólo comprende junto a su amado protector. Éste a su vez es un personaje extraño, un escritor que vaga por la geografía americana a medio camino entre la rebeldía social y la indigencia, del que Mr Bones ha aprendido todo lo que sabe sobre el mundo humano que le rodea. Y cuando llega su final, ese mundo se le viene encima, de golpe, sin previo aviso, viéndose obligado a seguir adelante en un total desconocimiento del camino a tomar -salvo el último, el que le lleve una vez estire la pata a reunirse con su amo en ese lugar misterioso que se llama... bueno, no es muy difícil de adivinar.
Más allá del interés literario del texto, Tombuctú es un homenaje al mundo canino, un retrato humanizado -no podía ser de otro modo- de esos seres desintersadamente fieles que son los perros. La vida interior de Mr Bones es a los ojos de Auster tan rica como la de cualquiera de nosotros, si bien su naturaleza animal le impide comprender con el mismo prisma ciertos aspectos de la existencia que a sus ojos carecen de lógica. Eso, y su incapacidad en el terreno del habla, son las barreras que separan al perro del hombre. Todo lo demás resta intacto: diserciones, ideas, ambiciones, y sentimientos. Finalmente son estos últimos los que mueven sus acciones, y ahí encuentra Auster la excusa ideal para dar a lo absurdo una lógica creíble que haga de Tombuctú una novela breve pero encantadora. Como decíamos, una isla donde descansar en medio de su vasto mar literario.
En su navegación llegamos después a la que de momento supone la última etapa de la travesía austeriana. Y debo añadir que con El libro de las ilusiones se alcanza una nueva cima dentro de su obra, una culminación temática y narrativa que no hace sino confirmar lo que siempre intuí y recientemente ya daba por cierto: que Auster es un maestro, y que su obra es sencillamente apasionante. En extensión, para empezar, ya apreciamos una dedicación especial que lleva a sobrepasar las trescientas páginas. Puede parecer un detalle nimio, pero no es habitual que Auster se cebe con vacuos pasajes que agranden la novela en lo físico y no en contenido -tan típico en otros autores-, por lo que tal apunte resulta importante y denota un mayor alcance argumental con respecto a otras obras del autor. Así y todo, llegar al final de la historia supone, como suele ocurrir con las suyas, una pequeña tragedia -dulce y reparadora, por otra parte.
El libro de las ilusiones es un texto ambicioso, un intento exitoso de poner en palabras la capacidad de la vida para retorcerse sobre sí misma y dar la vuelta de forma sorprendente a lo que ya dábamos por sentado. Lo oscuro se torna luz cuando perdíamos toda esperanza, y esa luz vuelve a apagarse cuando los ojos se nos habían hecho a ella. Así funciona este teatrillo de la vida y así lo retrata Auster, mediante uno de sus habituales recursos -el metatexto en primera persona. David Zimmer es un profesor universitario aficionado a la escritura que pasa por el peor momento de su vida -su mujer e hijos han muerto en un accidente de avión- cuando descubre por casualidad el cine mudo de finales de los años 20 de un tal Héctor Mann. La curiosidad le mueve a escribir un libro sobre su obra, que a su vez le lleva a descubrir lo que esconde un silencio que dura ya casi sesenta años, justo el tiempo que Héctor lleva misteriosamente desaparecido y, en opinión de muchos, muerto -si bien de esto último no hubo jamás constancia. En ese punto comienza una historia maravillosa en la que las vidas del cineasta y el protagonista se entremezclan y alternan magistralmente, tejiendo una trama consistente y apasionante que engancha irremisiblemente hasta la última línea. Amor, muerte, intriga, sexo, cine, literatura, hasta botánica... todo vale para conformar una historia compacta y rica en matices que ahonda en las razones de la mente humana, y en las sinrazones del sentimiento del hombre, a partes iguales.
La genialidad de Auster rezuma en cada uno de los pasajes el libro, pero sin duda alcanza su punto álgido en el encuentro que ambos personajes tienen en un momento determinado de la historia. Y sin embargo, en un giro propio del autor, semejante momento es sólo un destello ínfimo al que se le da una importancia totalmente trivial -sobre todo en lo relativo a su duración-, aunque no por ello menos trascendente. Al final, como suele ocurrir con las obras de Auster, lo importante de lo que se cuenta es lo que no se explicita, todo ese universo de connotaciones y sensaciones que se desprenden de su prosa, más allá de las palabras y hechos que se utilicen para transmitirlas. ¿Quién es el protagonista, al cabo? ¿Y el narrador? Acaso responder tales cuestiones sea simplemente innecesario. Como en la vida, nuestro punto de vista subjetivo no nos hace ser siempre más importantes que lo que nos rodea, salvo por cuanto todo lo que vemos existe porque lo vemos, y una vez cerremos los ojos la obra se dará por concluída.
Con El libro de las ilusiones pongo punto y seguido a mi aventura por la obra del genial autor americano. Ocho han sido los textos de los que me he nutrido en los últimos meses -siete, si dejamos al margen El Palacio de la Luna, que inauguró el meollo hace ya años-, y en todos ellos he descubierto algo nuevo respecto a Auster, en todos ellos he visto su estilo impregnándolo todo. Ahora toca descansar, dejar reposar el vino de su conocimiento, finalmente adquirido, creo, para adentrarnos en otras aguas también apetecibles. Tiempo habrá, más adelante, de retomar la travesía de su obra, felizmente continuada en nuevos títulos aún por descubrir.
Gracias, Paul.


1 comment:

SirApple said...

Aunque como dijo el Sr. Lobo, "no empecemos a chuparnos las pollas todavía", prefiero de lejos tu prosa a la mía. Muy grande, me has despertado un interés en Auster incomensurable.