Friday, November 07, 2008

Camino


Existen muchas formas de hacer cine, como existen muchas formas de contar una historia, o de entender la realidad. Uno puede apostar por la comedia, y escribir un guión hilarante, o puede apostar por el drama, y narrar acontecimientos que toquen nuestras fibras más sensibles. Y a tenor del tema que Javier Fesser eligió para su película Camino, uno podría intuir que ése es el género en el que debería enmarcarse el título, cuando la realidad, visto lo visto, no es ni de lejos tan sencilla.
Camino es, en primer lugar, una historia de amor. O deberíamos decir, quizás, de Amor -así, con mayúsculas. Porque lo cierto es que lo que en ella se nos cuenta es lo muy diverso que éste puede ser, dependiendo de quien lo sienta y hacia qué o quién lo profese. Tal es así, que la cinta presenta en este sentido una dualidad incompatible a ojos de los personajes que conforman la historia, pero que desde ambos puntos de vista -los de la niña, Camino, y los de su entorno- es totalmente sincero. El problema estriba en entender los motivos que hacen de esas divergentes formas de ver el amor algo que no puede coexistir, y en ello se centra Fesser para dar sentido a su narración: el mundo al que pertenece Camino está lleno de obstáculos que chocan de frente con su forma de entender la vida; aunque profundamente influenciada por su madre, su asumida religiosidad no le impide experimentar los lógicos sentimientos que una niña de su edad está abocada a tener. Esa es la base que da sentido a la historia, y la que hilvana en última instancia cada uno de los momentos de la película. Hasta el final mismo.
Luego está el lado oscuro, la sombra que se opone a la luz de la niña y su lucha interior, en forma de fanatismo religioso. El retrato que Fesser hace del Opus Dei no pretende caricaturizar ni difamar, sino más bien mostrar lo que la ciega devoción y el manejo oportuno de los hilos adecuados pueden provocar en personas de sensible confesión religiosa. Cómo el sufrimiento más puro y directo, más atroz, puede tornarse en alegría y bendición cuando el autoconvencimiento trabaja para extraer del sacrificio una oportunidad de acercarse un poco más a Dios. El choque que la película muestra en ese sentido en tan grande, que uno no puede sino reaccionar con perplejidad ante un comportamiento tan obtusamente ilógico desde lo humano -lo divino mejor dejarlo a un lado- que llegado cierto extremo sólo queda preguntarse hasta dónde puede llegar el individuo para agasajar a la deidad de turno. La respuesta, al menos la que puede extraerse de la película, está clara: donde haga falta. Ni más ni menos.
Pero sombras extremistas a un lado, la historia está llena de luz, de esperanza, de ilusión, y de guiños cómplices a la inocencia de la infancia. El papel de Nerea Camacho -Camino-, ribeteado por una mirada que traspasa y enamora, es encomiable, y tanto en su etapa alegre -si es que puede considerarse que en algún momento deja de estarlo- como en la doliente, borda una interpretación maravillosa que nos hace pensar en lo triste que resulta que ciertos niños tengan que crecer. Su personaje rememora a otros salidos de cuentos clásicos como la Cenicienta, o Alicia en el País de las Maravillas, y cada frase, cada sueño, cada inocente comentario -mención especial para los momentos íntimos con su padre, interpretado por un genial Mariano Venancio- nos tocan con una sutileza tal, que al final resulta imposible abstraerse de la fuerte carga emocional que desprende toda la historia.
Que esa es otra. Camino no es una película sencilla de ver, de digerir. Es un carrusel de sentimientos que nos lleva desde la alegría a la tristeza, pasando por la crudeza de un quirófano o la jovialidad de una clase de teatro para niños. Es un cocktail de emociones que nos sorprenderá riendo mientras nos enjugamos las lágrimas, llorando mientras esbozamos una sonrisa. El mérito ahí, hay que reconocérselo, es de un Fesser soberbio que con una clase encomiable y un saber hacer cinematográfico de muchos quilates mezcla momentos de muy distinto corte con una maestría digna de aplauso. Aún así, no conviene llevarse a engaños: la historia no es alegre, o al menos no explícitamente, aunque el regusto que nos deja tampoco pueda tacharse de amargo -no excesivamente amargo al menos-, si se entiende como debe entenderse la realidad interior de la niña protagonista. Lo que no quita para que, en cualquier caso, acabemos bastante compunjidos.
Vivimos tiempos difíciles para el cine español, pero siempre queda el consuelo de saber que ciertos directores derrochan talento a raudales. Fesser es uno de ellos, y con Camino lo ha demostrado sobradamente: una historia arriesgada que resuelve maravillosamente, y que cualquiera con un mínimo de gusto estético y emocional sabrá valorar en su justa medida. No apta, eso sí, para individuos sin corazón o de excesiva impresionabilidad sentimental.

1 comment:

Anonymous said...

Hace un par de semanas pude ver esta película y realmente quedé muy impresionada por el papel que juega la religión, o la iglesia en ella.
Hay momentos de la película en los que sentí verdadera indignación por el comportamiento de una madre que considera que su hija no debe quejarse del mal que le acecha constantemente y que, en su lugar, debe agradecerle al Todopoderoso todo lo que le sucede y ser más fuerte..¿cómo se le puede exigir eso a una niña con una enfermedad terminal?..
En cualquier caso, tal y como están plasmadas esas creencias desde el punto de vista más extremo que he visto, lo que han conseguido es que me aleje más, si cabe, de ese mundo, al que respeto, pero no comparto.
Desde luego es una película dura y es cierto, que tras todo el sufrimiento y el dolor, se esconde una historia de amor infantil con tintes incluso cómicos.
Lanoe