Wednesday, July 16, 2008

Brooklyn Follies


El amor que profesan los neoyorquinos a su ciudad es único. Lo es claramente en Woody Allen, cuando elige la isla de Manhattan para dar título a una de sus más conocidas películas, homenajeando a la Gran Manzana con un empiece memorable al son de su clarinete. Lo fue sin duda durante aquellos horribles días que siguieron al 11-S para todos los habitantes de la enorme urbe, unidos en un sólo espíritu de aflicción y pesar tras la tragedia del WTC. Y lo es para Paul Auster, como sin duda ya muchos sabéis, cuando recurre una y otra vez al decorado de la auténtica Liberty City para ambientar la gran mayoría de sus novelas.
En Brooklyn Follies Auster va un paso más allá. Aunque nacido en Nueva Jersey, su vida se encuentra ligada al barrio neoyorquino por excelencia -con permiso de Manhattan, claro está. Allí vive hoy en día, en algún sitio entre la calle Dos con la Séptima, y no resulta extraño encontrarlo en alguno de los abundantes cafés, restaurantes o librerías que salpican ese enorme distrito que, como él mismo dice, "es Nueva York sin ser Nueva York". De ser una ciudad independiente, Brooklyn sería la cuarta población estadounidense en número de habitantes, lo que da una idea de la magnitud del lugar, y sin embargo sus vecinos son conscientes de que pese a todo siguen formando parte de un enorme barrio, con todo lo que ello significa. Sí, sus 90 grupos étnicos son indudablemente distintos entre sí, pero a todos los une el sentimiento de saberse privilegiados moradores de un territorio donde la gente, como el protagonista de la obra afirma, es más dada a hablar con desconocidos que en ningún otro lugar. Así es Brooklyn, así lo ve Auster, y así lo retrata en ésta su penúltima novela, dándole un protagonismo esencial que ya no sólo enmarca una historia, sino que la condiciona haciendo de sus personajes un producto de su entorno.
Brooklyn Follies es un homenaje a la condición humana. Y esta vez, para sorpresa de propios y extraños, no es necesario recurrir a los oscuros mecanismos del interior del hombre para reflejar cómo funciona su maquinaria. Nada de pesimismo exacervado; nada de lúgubres sentimientos ni diatribas catastrofistas; nada de comportamientos extremos que desemboquen en huidas autodestructivas... Los personajes de Brooklyn Follies son conscientes de sus problemas e intentan solucionarlos desde la sencillez y el pragmatismo. Porque, eso sí, sus personajes tienen problemas, faltaría más. El protagonista, o al menos el narrador de la historia -una vez más contada por un escritor, aunque sea sólo un simple aficionado-, es un sexagenario ex agente de seguros que acude a su Brooklyn natal para pasar lo que le reste de vida en su lucha por superar un cáncer de pulmón. Los médicos afirman que está venciendo la batalla por la vida, pero algo le dice que debe volver a sus orígenes para citarse con la muerte en caso de que el dictamen de los médicos no sea correcto. Para su sorpresa, lo que debería haber sido un sentido atardecer hacia el ocaso de sus días, acaba por resultar un nuevo renacer a la vida, una oportunidad de redimirse como padre, esposo, amigo, y en definitiva como persona que le hará, a la postre, plantarse el mismísimo meollo de la existencia humana.
En esa aventura se embarcará con otros tantos personajes de los que aprenderá que los lazos familiares resisten las más duras embestidas, que nunca es tarde para lograr ser realmente feliz, y que en ocasiones sólo necesitamos que el azar nos sonría durante un segundo para que nuestra existencia tome el sendero que ha de llevarnos a la plenitud personal. Obviamente, el camino que desemboca en todo ello es tortuoso; una persona puede perder el rumbo de su vida y verse de pronto perdida en medio de una triste y pantanosa realidad, constantemente girando la cabeza para atisbar de dónde partimos mientras nos preguntamos hacia dónde vamos. O quizás lo que en su día nos pareció una elección acertada se revele con el tiempo como un catastrófico error difícil de enmendar. O podría ser que nuestra abnegación y tozudez respecto a lo que merecemos, movidos por la culpa o la desazón, nos impida retomar las riendas de nuestro destino en un masoquista empeño por purgar nuestros pecados o nuestros errores.
Todo ello está presente en esta obra, pero por encima de oscuros pasados, grises presentes e inciertos futuros, sobrevuela la agradable sensación de que redimirse es posible, de que un nuevo comienzo depende tan sólo de querer cambiar el sentido de las agujas de nuestra vida. Para el que os habla, la victoria del protagonista sobre la peste de nuestro tiempo no es más que una metáfora de semejante realidad, y para que su éxito tenga verdaderamente sentido, para que la anodina existencia que para sí espera el personaje pueda llenarse finalmente del color del optimismo, es necesario que a su alrededor coexistan tristeza, melancolía, frustración, desengaño, rencor, y por supuesto, muerte. Sólo la simultaneidad de todos esos elementos hace que podamos apreciar en toda su extensión el mensaje positivo que Auster pretende lanzar con esta novela: más allá de los años, más allá de las ambiciones personales, más allá de la condición religiosa, sexual o social de cada individuo... está la felicidad. O al menos, la lucha -no siempre consciente- por conseguirla. Y eso es posible -obviamente el título de la obra no es baladí en ese sentido- hasta en un sitio tan heterogéneo, pero al tiempo tan familiarmente cercano, como Brooklyn.

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