Monday, July 07, 2008

"Un salto al vacío", Capítulo 3

Nota del autor: los dos primeros capítulos de la historia están disponibles en Literatura Wildwoodiana.

ECOS


La cita, a medianoche. Con la última campanada de la catedral, convergerán dos mundos condenados a no encontrarse nunca. El baile furtivo entre sombras podría, quizás, arrojar luz sobre el misterio. Aunque podría también derribar definitivamente el frágil castillo de naipes que simboliza el sistema de valores de una ciudad asentada sobre los pilares del delito y la justicia a partes iguales.
El horizonte húmedo de una calle infinita se queja en un chirriar agudo y sordo que rompe el silencio de la noche. El olor a goma quemada pronto lo impregna todo, y una estela negra que corta el aire a la velocidad del viento recorre de forma casi ingrávida las arterias de la gran urbe gótica. En su interior, dos ojos sombríos miran al frente con melancolía y odio mezclados por igual, y unas garras negras aferran el volante como si de ello dependiese su vida. Los espasmódicos movimientos mecánicos de los mandos denotan un conocimiento extremo tanto del camino como de la técnica de la conducción. Un zig-zag casi inapreciable a izquierda y derecha esquiva in extremis un bulto repentino en medio del pavimento. El vagabundo, borracho y desorientado, gira la cabeza intentando descubrir qué ha arrancado el gorro de su cabeza con una súbita ráfaga de aire, pero ya es tarde. Algunos cientos de metros más adelante el batmóvil sigue su itinerario ajeno a la extrañeza del viejo. A casi doscientos kilómetros por hora, el pasado es más pasado de lo que lo es habitualmente, y el futuro es una sombra que se abalanza sobre uno de forma inexorable.
El bronce de la gigantesca campana que pende inmóvil en lo más alto del torreón brilla quedo a la mortecina luz de la luna. Algo se mueve entre las sombras con sospechosa gracilidad y se aproxima a la mole metálica. Una mueca deforme que no necesitaría ser deformada se refleja en su superficie, ahora en contacto con una mano huesuda y fría como el metal mismo. La angulosa figura dibuja su perfil siniestro a escasos pasos del vacío, y atisba el horizonte de la jungla de asfalto como una rapaz de ojos grandes y penetrantes. La brisa de la noche canta en sus oídos notas discordantes salpicadas de violencia que rememoran tiempos mejores, lejanos recuerdos de una época sin maquillajes ni cascabeles que ahora es tan sólo un borrón informe en su memoria. De pronto, sin razón aparente, prorrumpe en una estruendosa risotada que resuena por toda la estructura catedralicia. El eco se extiende y pierde también en la bruma de la noche, amplificado por la bóveda acampanada de bronce, en busca de un oyente a quien helar la sangre con sus inflexiones extremadamente agudas e inquietantes. Después, silencio. Su eterna sonrisa se dibuja aún mas clara en su chistoso y macabro semblante. Cierra los ojos levantando ligeramente la cara para sentir el aire fresco del crepúsculo, y comienza a tararear, en un susurro casi inapreciable, una tonadilla de tintes añejos en un idioma extraño…

>>El humo es tan denso en la sala, que a algunos de los presentes les cuesta reconocer sus cartas aún enjugándose los ojos. La enorme mesa redonda, tenuemente iluminada por una polvorienta lámpara de araña, es escoltada por cuatro expertos tahúres que luchan por adivinar los pensamientos de sus oponentes. Cada gesto, cada mirada, cada sutil movimiento se analiza minuciosamente en busca del error que condene la partida. En un transistor cercano, Edith Piaf suplica entre interferencias que no la abandonen. La gris atmósfera de la estancia, gris como los grises trajes de los allí presentes, como los sentimientos grises que albergan sus corazones, se ve salpicada de pronto por el púrpura de la locura.
-Buenas noches, caballeros –dice el Joker, mientras cierra a sus espaldas la puerta de la habitación-. Espero que mi presencia no interrumpa su agradable velada.
>>Uno de los hombres, corpulento y de tez morena, que intentaba recoger las ganancias de su última mano estirando los brazos y adelantando el torso hacia la mesa, deja caer de sus labios el humeante pitillo que apretaba entre nervios cuando, boquiabierto, observa la horrenda mueca sarcástica del inesperado personaje.
-No imaginan lo mucho que me complace encontrarles a todos aquí, reunidos. Alguien que les conoce me puso al tanto de su presencia esta noche en torno de esta mesa. Y no quise desaprovechar la oportunidad de tomar parte en su juego. Confío en que no les importe que me una a ustedes…
>>Antes de cerrar la boca, el Joker estira el brazo y alcanza una silla cercana que descansa en la oscuridad. Los hombres, a todas luces desconcertados, se miran entre nerviosos y atemorizados apretándose un poco más para dejar espacio al inesperado compañero de juego. Durante unos instantes nadie mueve un músculo, en espera de que sea el payaso el primero en romper el hielo. Éste parece sentirse como en casa. Agarra el mazo de naipes con sutileza y apoyándolo contra la mesa comienza a barajar en rápidos y espectaculares movimientos habilidosos. Corta, mezcla, vuelve a mezclar, con una mano, con las dos… y nunca deja de sonreír. No podría aunque quisiera. Al fin, mirando fijamente a cada uno de sus acompañantes, deja volar veinticinco cartas de forma precisa y levanta las suyas en abanico mientras se balancea hacia atrás en la silla.
-Habla usted, Sr Hopkins.
>>El Sr Hopkins es un viejo conocido del Joker. Durante los años de la recesión, él y sus trabajadores del muelle 53 se encargaron de suministrar tabaco de contrabando en cantidad suficiente a Jack Napier como para abastecer al mercado negro de Gotham sin necesidad de recurrir a los testaferros del sur del país. Su emporio, venido a menos en los últimos años, comprendía gran parte de las líneas de transporte marítimo que conectaban Gotham y la costa este con Virginia y la Florida. Los negocios que en esa época estableció con Napier le proporcionaron pingües beneficios económicos y protección “legal” suficiente como para crecer rápidamente dentro del hampa de la ciudad, alcanzando un estatus de importancia en la cadena de delincuencia de las listas policiales. Su error, sin embargo, fue querer aspirar a subir un escalón más que el bueno de Jack en dichas listas. Una tarde de otoño, hace casi una década, un hombre alto y encorvado entró en su despacho del muelle con un maletín. Dijo venir de parte de un amigo íntimo a traerle un recado. Cuando abandonó el despacho, a Hopkins le faltaba el dedo meñique de la mano izquierda. “Nos quedaremos esto”, dijo el hombre al salir mostrando su sangrante trofeo, “como señal de agradecimiento al señor Napier por los servicios prestados”.
>>Desde el “trágico” accidente de Napier en la factoría química Axis, Hopkins no había vuelto a tener noticias de su “benefactor”. Sabía que jamás encontraron el cuerpo, sólo eso. Bueno eso, y que sus cuentas en las Islas Caimán se habían seguido moviendo tras su desaparición. Pensaba que con algo de suerte su sonriente alter ego no tendría la necesidad de volver a contactar con él. Pero, evidentemente, estaba equivocado.
-Sostiene sus cartas con asombrosa gracilidad para tener sólo nueve dedos, Sr Hopkins –murmura el Joker, con simulado asombro.
-Práctica, supongo –apunta el hombre, sin levantar la mirada de sus naipes, en un ahogado susurro asustadizo. Luego deja caer dos de sus cinco cartas con indiferencia sobre la mesa y mira suplicando ayuda al hombre que se sienta a su siniestra, pasándole el testigo, justo cuando rompe a sudar.
>>El hombre de la izquierda se llama Ralph Galliani, pero en los bajos fondos de la ciudad se le conoce con el sobrenombre de "Generoso”. Y no es que el tipo sea un dechado de virtudes ni un solidario confeso. No. A Galliani se le llama así por algo mucho más prosaico y oscuro. Cuando alcanzó la mayoría de edad, hace ya varias décadas, a Ralph le fue encomendada la misión de acabar con un prestigioso capo de Little Italy y su familia (mujer y dos hijas) para demostrar su valía como sicario. Cuando los tuvo delante, encañonados con su 35mm y suplicando clemencia, Galliani tuvo el único arrebato de misericordia de su vida y vació todo el cargador sobre el hombre, dejando vivas a las niñas y su madre. Aquella desobediencia no se tomó como un desplante, sino que por algún mecanismo oculto lo que podía haber manchado su carrera para siempre se convirtió en un acto de grandeza que le valió un nombre y una reputación de la que viviría durante años, admirado y respetado.
>>Su relación con el Joker hasta esta ocasión había estado circunscrita a varios encuentros casuales en alguno de los abundantes locales de alterne del East End. Habían cruzado alguna mirada, y en una ocasión el Joker le había cedido los favores de su chica favorita, Roxanne, una rubita de apenas diecinueve años a la que el payaso había apadrinado “desinteresadamente” desde que tenía apenas quince. Eso había sido todo. Por lo que a Galliani respecta, la presencia hoy del grotesco personaje en su mesa no significa una amenaza directa hacia su persona.
>>Los descartes y recogidas de nuevas cartas se suceden. El Joker dejó de mirar las suyas a los pocos segundos de verlas, y espera paciente su turno mientras el resto de jugadores comienza a apostar tímidamente en la primera ronda. Martins y Woodrow, dos socios de un gabinete jurídico de renombre del distrito financiero completan la terna de tahúres en torno de la mesa. Su presencia aquí esta noche tiene que ver con los rumores que recientemente han salpicado la prensa sensacionalista y que apuntan a un posible caso de estafa a la hacienda pública por parte de uno de sus clientes más importantes: el Sr Hopkins. La partida había sido concebida como una excusa para tratar de trazar las líneas de un plan de acción con el que calmar los ánimos del amarillismo periodístico. Y en eso, Generoso jugaba un papel importante: una visita discreta al director de uno de los medios más importantes de Gotham ayudaría seguro a poner punto final a las investigaciones que su ejército de chupatintas estaba llevando a cabo sobre el asunto.
-Veo sus apuestas, señores –dice el Joker-, y las subo mil dólares.
>>Arrastra dos fichas negras al centro del tapete mientras Hopkins le mira fijamente. Éste vacila un instante y finalmente deposita sus cartas, boca abajo, sobre el verde. Susurra un “no voy” ahogado apenas perceptible y rehuye de nuevo la mirada del Joker. Galliani por su parte, los codos apoyados sobre la mesa, farfulla algo entre dientes y lanza otras dos fichas negras sobre las del Joker.
-Veo sus mil pavos, y subo otros dos mil –acaba la frase con una sonrisa forzada que desfigura su enjuto semblante. Al advertir que su gesto puede tomarse como una burla, carraspea borrando la sonrisa de su cara y deposita una ficha roja en el centro de la mesa.
>>Los dos socios, que aún no han abierto la boca, se intercambian miradas furtivas en silenciosa comunicación. No parecen cómodos con la presencia del inesperado quinto acompañante, más que nada porque hasta ahora sólo habían sabido de él por la prensa o la televisión. Tenerlo allí, junto a ellos, les produce una más que notable inquietud. La fama del Joker le precede, y Martins y Woodrow no le son ajenos. En su turno, ambos ven la apuesta de Galliani. Ambos suben otros dos mil dólares. Y ambos desean que sus faroles –un trío y una pareja- no sean descubiertos.
-Me sorprenden gratamente, caballeros –el Joker sigue cada nueva apuesta con indiferencia-. No pensaba que se animarían a adornarse con faroles y respetuosas cantidades como las que aquí manejamos en una primera mano. He de confesarles que me siento complacido.
>>Mantiene la mirada fija sobre sus compañeros de juego unos segundos, como rumiando algún oscuro pensamiento, y desliza después la huesuda mano derecha hasta su montaña de fichas para separar una de las torres zigzagueantes, arrastrándola hacia el centro del tapete. El semblante de los hombres se torna sorpresa. La cifra que el Joker acaba de depositar junto al minúsculo montón de fichas anterior no es ninguna broma. Veinte mil pavos pueden ser muchas cosas, pero desde luego no un broma.
-Éste es el tipo de juego que un hombre espera de compañeros de su altura. Dejémonos de simulacros de valentía y anodinas apuestas de calderilla, y hagamos de esta partida algo memorable. Por lo que a mi respecta, haré lo imposible por no decepcionarles, se lo prometo.
>>Hopkins, que desde que abandonara en primera ronda observa la escena en silencio, dirige temerosas miradas apenas perceptibles al resto de los hombres en busca de un gesto cómplice que desahogue su alma, sumida por completo en un pavor irracional que lucha por disimular a malas penas -finos hilos de sudor recorren su frente, y un ridículo tic que creía superado se apodera de su párpado izquierdo a cada poco.
>>Durante unos instantes el silencio reinante amenaza con romperse de forma violenta, como consecuencia quizás del abandono definitivo de alguno de los tahúres, incapaz de soportar la tensión de una partida que no esperaban, de un quinto jugador que nadie ha invitado, pero que saben no pretende, únicamente, vaciarles los bolsillos. Sin embargo nada ocurre. Se retoma el juego y los hombres, movidos por dios sabe qué deseo o ambición, ven la apuesta del payaso con otros tantos montones de perfectas fichas redondas.
-Carta -dice Generoso, al tiempo que lanza un solitario naipe lejos de su parte de la mesa. El Joker responde con un relámpago de su mano y una nueva carta llega a los dominios del enjuto sicario.
>>Martins y Woodrow no parecen decidirse. Ambos clavan la mirada en sus cartas, como esperando a que algo suceda mágicamente en ellas y sus ridículos faroles se conviertan en valiosas figuras. Finalmente el Joker les devuelve a la realidad.
-¿Señores? -dice-. No tenemos toda la noche.
>>Ambos vuelven a pedir dos cartas, que pronto vuelan de forma precisa hasta sus manos. De nuevo escrutan con atención sus posibilidades, y de nuevo el Joker interviene para apremiarles a no alargar en exceso cada movimiento.
-Créanme, no tengo prisa alguna -susurra amistoso-, pero si saben cómo funciona este juego, todo eso de las parejas, los tríos y las escaleras, comprenderán que no hay necesidad de alargar cada mano más allá de lo que dicta el más estricto sentido del decoro. Y conste -remata-, que no tengo nada en contra de hacer creer que se tiene lo que sólo se desea. Mi rostro tampoco denota lo que siento por dentro, como seguro ya han adivinado.
>>Martins esputa un breve sonido de desaprovación y se deshace de sus cinco naipes lanzándolos con desdén sobre la mesa. Woodrow sin embargo elige seguir en el juego, y tras reorganizar pacientemente sus cartas alza la vista, frunce el ceño, aprieta los labios, gira levemente la cabeza hacia sus fichas, y arrastra la enorme montaña de plástico hasta la zona central del verde.
>>Una risotada sale a borbotones de la boca del Joker, esta vez sí denotadamente divertido, que asombrado apenas puede mantenerse quieto en su silla esperando a que le llegue el turno.
-¿Has visto eso Hopkins? -dice, señalando de soslayo a Woodrow con el pulgar de su mano izquierda-. Eso es echarle pelotas al asunto, ¿eh? Por suerte no todo el mundo en esta mesa es una jodida rata cobarde como tú.
>>El hombre, pese a seguir ocupando una importante porción de espacio en la sala, ya no se encuentra allí. Los nervios hace rato que le obligaron a evadirse mentalmente, y ahora todo lo que alcanza a transmitir son pequeños sonidos provenientes de sus ahogados pulmones y algún que otro carraspeo sordo, pero ninguna palabra.
-Bueno, es la hora de la verdad -sentencia finalmente el payaso, arrastrando la totalidad de sus fichas para reunirlas con las de Woodrow-, el momento crucial en que la existencia de un hombre cobra sentido, la interminable caída al vacío tras de la cual sólo la vida o la muerte pueden tener cabida. Y cuando ese momento llega, uno debe poner toda la carne en el asador, sonreir a la muerte hasta que le duelan las comisuras de los labios para intentar asustarla, y hacer que esa cadavérica hija de puta se dé la vuelta con el rabo entre las patas tras comprender a qué clase de cabrón ha decidido enfrentarse. ¿Va a sonreirle usted también, señor Galliani?
-Creo que voy a pasar -responde éste-. No suelo arriesgar tanto en una primera mano.
-Nadie dijo que vaya a haber una segunda -apostilla el Joker-. De acuerdo señor Woodrow, parece que finalmente somos usted y yo. Nuestros infantiles amigos han decidido mantenerse al margen del juego de los adultos. De algunos me lo esperaba, sinceramente, pero el resto me ha defraudado profundamente, he de serles franco. Bien -añade tras unos segundos-, veamos qué tan magnífica mano le ha llevado a hacer alarde de tamaña valentía.
>>Los demás hombres permancen expectantes. Sus sentimientos se mueven entre el odio y las ganas de ver perder al sarcástico intruso, y el terror de imaginar una reacción enfermiza del trajeado bufón frente a una inesperada derrota. En cualquier caso, prefieren mil veces verle perder a tener que soportar una victoria de semejante personaje en un juego que ellos mismo habían preparado para su disfrute personal.
>>Woodrow descubre sus cartas lentamente, una por una. Pronto una pareja de ases se muestra frente a sus manos. La cosa no pinta mal. Cuando un tercer uno se les suma, los corazones de los hombres comienzan a palpitar con inusitada virulencia. El cuarto as sólo viene a acrecentar su emoción e incredulidad, casi desatando un éxtasis de alegría que lucha por permancer oculto a los ojos del pálido payaso. Póquer de ases. Una jugada redonda. Un golpe de efecto contra el que a buen seguro poco o nada tendrá que hacer el maldito Napier.
-Si eso es un farol -musita incrédulo el Joker-, yo soy la sinfónica de San Francisco en pleno.
>>El resto de personajes observa la escena en un stand by casi infinito. Se cruzan miradas furtivas y silenciosas desde sus posiciones, y clavan los ojos en los del Joker escudriñando en su rojiza mirada un gesto que adelante el desenlace esperpéntico del momento. Su derrota. Aunque sea sólo a las cartas, vencer al maldito payaso es una oportunidad extática que muy pocos pueden permitirse, siquiera soñar, en ese micro cosmos sucio y oscuro que es Gotham.
>>El enjuto asesino púrpura deposita su quinteto de naipes sobre la mesa mientras gira el semblante a uno y otro lado, dirigiendo pausados gestos cómplices a sus compañeros de juego. Luego se centra en Woodrow, que aparenta emanar autosuficiencia, sabedor de que una mano como esa es casi con total seguridad un billete de ida a la victoria. El payaso frunce el ceño, y los hombres creen por un momento que todo ha acabado, que pronto de su deforme boca saldrán las palabras que anuncien oficialmente su rendición y por ende su derrota, pero lejos de ello el Joker dirige la mano lentamente hacia el pequeño montón de cartas y comienza, una por una, a girarlas para mostrar lo que ocultan sus rojos reversos. Un rey. Dos reyes. Tres reyes. Cuatro reyes. Se detiene. Alza la vista. Habla.
-Fíjense, señores. No me negarán que el azar en ocasiones juega a ser un verdadero hijo de puta pronosticador. Un profeta guasón al que le gusta dejarse notar... Quien podría haber previsto si no un desenlace como éste, esta noche aquí, en esta mesa. Cuatro reyes, cuatro perfectos líderes reunidos para la ocasión. Cuatro gloriosos señores del crimen organizado, altivas cabezas visibles en cada uno de sus gremios. Intocables. Invencibles. Orgullosos y autosuficiente, congratulándose por ser quienes son en torno de una sencilla mesa redonda -enlaza su última palabra con un sutil movimiento de índice y pulgar que descubre finalmente la última carta-... y un sencillo comodín.
>>El repóquer de reyes es una mazazo cruel y despiadado, un jarro de agua fría que cae de golpe sobre todos ellos, de pronto desorientados al punto de no saber si gritar, reir, llorar, o sencillamente salir de allí corriendo. El más afectado es sin duda Woodrow, incapaz de apartar la mirada de los cinco naipes que forman un bonito semicírculo delante del Joker.
-Un esperpéntico personaje que nadie esperaba, sin duda -apostilla el payaso-, pero que una vez más resulta indispensable para que lo demás tenga algún valor, alguna trascendencia. Qué ironía, caballeros. De no ser por mi, su metafórica representación en las cartas no me habría dado la victoria, y al tiempo su valiosa imagen impresa ha ayudado a la mía a dar la vuelta a una situación que se antojaba, no hay por qué negarlo, complicada. Supongo -y mientras dice eso mueve la cabeza a uno y otro lado mirando de forma independiente a cada uno de los hombres- que debo darles las gracias, después de todo.
>>Nadie pronuncia palabra. Nadie se mueve. Nadie se atreve a desafiar con la vista a la exultante caricatura mortecina.
-No se lo tomen como algo personal -continúa-. En realidad mi presencia aquí esta noche poco tiene que ver con partidas clandestinas de cartas. Como comprenderán, unos pocos miles de dólares más no resultan tentadores para mi a estas alturas. Aunque el acicate del juego fue sin duda una razón de peso para decidirme por este momento y este lugar a la hora de visitarles. Amén de poder encontrarles a todos reunidos, claro está.
>>Tras de sus palabras, se incorpora de la silla, apoya las palmas de las manos en la mesa y echa el torso ligeramente hacia adelante, dejando que la lámpara baja que ilumina la mesa proyecte en su deforme semblante oscuras y terroríficas sombras que lo convierten en la viva imagen de la locura.
-En realidad, necesito que me hagan un pequeño favor. Supongo que les suena el nombre de Jessica Thorpe; sí, me refiero a la atractivísima Fiscal del Distrito que de un tiempo a esta parte se ha empeñado en hacer que nuestros negocios no sean todo lo fructíferos que venían siendo. En ese sentir debo confesar que me siento muy cercano a ustedes, por mucho que mis formas no sean las de un perfecto criminal de guante blanco, como lo son las suyas, mis respetados amigos. Y no me entiendan mal; cuando digo "criminal", hablo del término en sentido amplio, como es lógico. Cada uno de nosotros tiene un interés concreto que se ha visto fuertemente perjudicado desde que esa picapleitos de trajes caros apareció en escena. No cabe concretar cuáles son, ni aprovecharé la ocasión para hacer alarde de los míos. Puedo resultar irónico y despreciable, pero no soy ningún cabrón maleducado cuando de mantener las formas en una reunión de compañeros de gremio se trata. No... Aún así, es evidente que en este tema todos compartimos un elemento común: nuestro odio por la señorita Thorpe y todo lo que representa.
>>En este punto el Joker hace un silencio y se separa de la mesa, comenzando ahora a caminar despació por la estancia, la mirada perdida en distintas direcciones, mientras continúa con su particular discurso, bajo la mirada del impávido cuarteto.
-Se lo diré simple y llanamente. Quiero que me ayuden a acabar con la Fiscal del Distrito, caballeros. No es que yo no pueda hacerlo, pero para mi desgracia caen sobre mi las miradas de demasiados amigos de la justicia como para permitirme el lujo de dar un paso tan importante y pretender no ser descubierto. Demasiadas ratas voladoras escudriñan la noche buscando mi silueta desde repisas, gárgolas y adornos arquitectónicos similares. Creo que resultaría mucho más sencillo dejar tan necesaria labor en manos de personas menos "observadas" pero igualmente carentes de escrúpulos como ustedes. Evidentemente, pueden contar con mi ayuda en este sentido para lo que consideren necesario... ¿Qué me dicen, señores?

El batmóvil se detiene por fin junto a los pies del campanario. Una sombra alargada que se proyecta en la pétrea pared de la estructura anticipa la aparición del Señor de la Noche. Desciende del vehículo y avanza un par de pasos antes de levantar la mirada hacia el firmamento de Gotham, que se cierne oscuro como él sobre la ciudad que nunca duerme. La torre se eleva varias decenas de metros desde el suelo, dibujando dos líneas paralelas que dejan de serlo a medida que se pierden en las alturas, y en la cima, una figura humana se inclina peligrosamente sobre el borde del abismo para devolver la mirada al murciélago.

-¡Hola, Batman! -grita el Joker, y su voz rebota varias veces en los edificios circundantes-. Puntual como un reloj. Veo que pese a todo no has perdido tu habilidad al volante de ese trasto tan de mal gusto estético. Sube, tenemos un asunto pendiente del que hablar. Además a una rata voladora acostumbrada a las alturas como tú le encantarán las vistas, créeme.
Batman no le interrumpe, ni contesta. Avanza cauto hacia la puerta del campanario, la abre y se pierde entre las sombras en su interior. Apenas un minuto después reaparece en la cima del edificio, junto a la inmensa campana. El Joker le recibe con una exagerada reverencia amanerada, y le invita con un gesto de su mano derecha a acercársele. El murciélago avanza sereno, hasta colocarse a escasos dos metros del payaso, y entonces, los ojos destilando odio y desprecio a borbotones, rompe su silencio.
-¿Y bien? ¿Qué es exactamente lo que quieres de mi, Napier?
-Sinceramente -deja resbalar las palabras de su boca saborenado cada sonido-, oirte decir eso era mucho de lo que quería, Wayne. El resto lo trataremos con calma a continuación, mi alado enemigo. Relájate... la noche es aún joven, y alguien ahí afuera merece que tracemos este plan como dios manda, hombre murciélago...


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