Monday, February 15, 2010

Avatar 3D


Una reinvención del cine, si se me permite la aseveración. Eso es lo que el bueno de James Cameron, ese visionario obsesionado con buques hundidos, ha logrado con su última producción para la gran pantalla. Habrá quién piense, cómo no, que tales palabras pecan de hiperbólicas, que la epopeya de otro mundo que nos narra la cinta no da para tanto, y que lo que el papá de Terminator ha hecho no es sino dar una nueva vuelta de tuerca a la manida historia del aprendiz de indígena. Pero el punto de inflexión que Avatar marca en la industria es de otra índole, mucho más profunda y a todas luces revolucionaria. Dejen que les explique...
De momento, los que no hayan visto la cinta puede que encuentren más interesante leer alguno de mis posts anteriores, por aquello del "spoileame aquí esas pajas". Y los que lo hayan hecho, pero no en 3D, quizás deban dejar la lectura de este texto para después de cumplidos los deberes que desde aquí les encomiendo: vayan al cine más cercano con susodicha tecnología y regresen luego para compartir su opinión con nosotros. De lo contrario, su visión del conjunto pecará de incompleta y sesgada, por cuanto ésta es una película pensada, a todas luces, para su disfrute en tres dimensiones. Cualquier otra opción -y no hablemos ya de mierdas online o descargas en screener chafarderas- debería ser rechazada de base. No esperen ningún comentario al respecto en las líneas que siguen.
Y es que la concepción tridimensional de la nueva obra maestra de Cameron eclipsa toda opinión negativa sobre el contenido del libreto, cuyas cualidades por cierto no son tampoco desdeñables. Si bien la historia que se nos narra recuerda en muchos sentidos a otras películas donde el personaje central descubre las bondades del entorno en que vive gracias a las enseñanzas de los miembros de la comunidad autóctona que lo acoge en su seno, el contexto en que tal excusa argumental se enmarca para la ocasión no puede por menos que considerarse extraordinariamente efectista: la narrada in absentia catástrofe terrestre que mueve a los hombres a buscar nuevos horizontes a explotar, en una sempiterna relación parasitaria entre la humanidad y la naturaleza; o la puesta en escena tecnológica que explica la realidad del "avatar" como modo de acercamiento a culturas de otros mundos, tan representativa de la forma en que el director concibe el género mismo de la ciencia ficción, en contraste con la faceta biológica que salpica la cinta en casi todo momento, con la presentación de un agreste planeta que nos es del todo desconocido, pero donde podemos reconocer multitud de elementos que nos vinculan a su realidad y que incitan a la reflexión sobre la conexión universal relativa a la evolución de la vida. Teorías hay que abundan en lo necesario de un patrón común para el hipotético desarrollo de vida allende nuestras fronteras galácticas, y el bueno de Cameron ha sabido reflejarlas en su historia, mostrando multitud de especies alienígenas que no por sorprendentes parecen menos posibles, llegado el caso de demostrarse lo que suponemos debe ocurrir por doquier, ahí afuera, en todo el universo: que la vida se abre camino -parafraseando al mítico personaje de Jeff Golgblum en Jurassci Park. Y en última instancia, no podemos descartar la posibilidad de que la forma humanoide que tan a menudo muestran nuestros parientes alienígenas en el celuloide y que también presentan los Navi en la que nos ocupa, responda igualmente a algún tipo de lógica universal en el desarrollo de las especies... pero esa es otra historia, y merece ser tratada de forma independiente.
Hablábamos de que son las tres dimensiones lo que distinguen a Avatar del resto de películas hechas hasta la fecha. Los años que James Cameron dedicó a la elaboración de documentales sobre el famoso Titanic para Imax -esa tecnología de rodaje en formato gigante que permite observar el mundo a través de un objetivo como nunca antes se había visto-, le permitieron experimentar con la tecnología 3D antes de sumergirse de lleno en la producción de Avatar. Podríamos afirmar sin miedo a equivocarnos que el tiempo en que el director se mantuvo ausente de los circuitos comerciales después de su galardonado homenaje al legendario barco, le sirvió para preparar su regreso a lo grande aprendiendo los secretos de una nueva forma de hacer cine que estaba llamada a revolucionar la tradicional forma de entender el séptimo arte. Avatar es una película concebida como una ventana a la que asomarnos para observar su historia: cada plano ha sido pensado teniendo en cuenta la posición relativa del espectador respecto de lo que se muestra en pantalla, de modo que nada se deja al azar visualmente hablando, y cada elemento juega un papel independiente y esencial en el todo, convirtiéndonos en privilegiados protagonistas silenciosos de las evoluciones de los personajes. No dejamos de ser observadores inanimados, pero ahora se nos invita a "colaborar" descifrando el porqué de cada encuandre, enfocando y desenfocando las partes del mismo, centrando la vista aquí o allá, restando importancia a este o aquel objeto para centrarnos en ese otro que se le superpone o que se desplaza como quien no quiere la cosa al fondo del escenario. Se nos induce a hacerlo, por supuesto, pero no por ello nuestro papel resulta menos importante. Patrones fotográficos como la profundidad de campo cobran un nuevo e inusitado valor, dejando de lado cuestiones de enfoque que ahora ya sólo se justifican desde la necesidad de conceder protagonismo a cierto elemento central en el plano, y la pantalla/ventana se llena de partículas flotantes que en más de una ocasión nos llevan a mover la mano, o a hacer ademán de, para quitarlas de delante de nuestras gafas... antes de percatarnos de que el fuego y las cenizas que lo inundan todo frente a nosotros, sólo lo hacen tras el inexistente cristal de nuestro privilegiado mirador.
Supongo que aún pueden mejorarse muchas cosas en todo lo que compone este nuevo sistema de entender el cine, desde las gafas -demasiado incómodas en ocasiones, sobre todo para los que ya nos servimos de unas en nuestro día a día- hasta el elevado precio de la sesión que busca compensar los más de 90.000€ que cuesta adaptar una sala a esta tecnología, pero el camino que inaugura Avatar respecto de la forma de narrar historias en imágenes sólo puede calificarse de prometedor. Si los grandes cineastas que llevan años regalándonos obras inconmensurables en dos dimensiones se deciden a apostar por las 3D como vía para sumergirnos en sus historias de forma que lo que vemos no nos parezca tan lejano, sólo podemos esperar lo mejor para el cine del futuro -sobre todo para el género de aventuras y acción, donde la naturaleza misma de las imágenes que en él se muestran se presta de forma especial a la espectacularidad que supone el disfrute de percibirlo todo como si del cercano escenario de un teatro se tratase.
Mientras eso llega, Avatar en 3D será el ejemplo a seguir. Pronto además, de forma más que probable, la industria le reconocerá sus cualidades con la entrega de algún Globo de Oro o algún Oscar, certámenes donde suena ya como la gran favorita de este 2010. Con ellos también se reconocerá, otra vez, el talento de un James Cameron que convierte en oro todo lo que toca. Y desde El Corral queremos sumarnos al reconocimiento general de su grandeza, ensalzando las virtudes tecnológicas de su última criatura: Avatar, una epopeya insultantemente espectacular, donde el primer nombre de los títulos de crédito debería ser el nuestro. Si no la han visto aún, háganlo inmediatamente, pero háganlo en tres dimensiones... Luego, una vez convertidos a la causa Navi, mareados por las piruetas de sus monturas aladas, y deslumbrados por la bioluminiscencia de la noche en Pandora, regresen a esta su casa y compartan su opinión con nosotros. El cine ya nunca será, puedo asegurárselo, lo mismo.
Les veo.

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