Wednesday, October 10, 2007

"Un Salto al Vacío", Capítulo 2

BIENVENIDO
El tiempo pasa despacio si eres una piedra. No lo hace, sin embargo, si eres un hombre, por mucho que tu corazón se haya vuelto duro y frío como una roca. Pero un año es nada para que el cambio pueda hacer mella en la piedra servida en toneladas que levanta una mansión oscura y parca en ornamentos con más de cien años de historia. Todo sigue igual: cada balaustrada, cada peldaño de la escalinata principal, cada capitel y cada gargolesca figura del friso sobre la entrada.
Una fría ráfaga de viento que hace silbar a los árboles arremolina las ocres hojas contra las paredes, y el canto siniestro y triste de un grajo augura tormenta. Bruce Wayne, el respetado señor Wayne, heredero de una de las fortunas más importantes del país, deseado soltero, respetado hombre de negocios, desconocido vengador, misterioso desaparecido…ha vuelto. Observa inmóvil su hogar, y no siente nada. En el fondo, sabe que su sitio aún no es ése, y que podría no serlo nunca más. Si ha saltado de nuevo al centro de la pista, en contra de su voluntad, ha sido empujado desde las bambalinas de las sombras por un payaso temeroso de que las fieras se hagan con el control del circo, sabedor de que sólo hay un hombre capaz de domarlas.
Los largos días de verano de la infancia quedan lejos. Aquel niño curioso, tímido e inquieto que exploraba cada rincón de la propiedad es un recuerdo distante. Los gritos de alegría al ver llegar a su padre, el movimiento constante arriba y abajo del servicio, la agitación general previa a la celebración de una de las muchas galas que su madre ofrecía a amigos, familiares y clientes…todo es ahora un eco sordo en su memoria. Alfred. Sólo Alfred Su imagen acuda clara a su cabeza. El fiel mayordomo, albacea durante tantos años de su fortuna, es lo único que perdura de aquellos tiempos. En cierto modo, fue como un padre para él, una luz que guió sus pasos cuando el camino quedó borrado de golpe por el mazazo de la muerte. Desde entonces lo llenó todo, no sólo el vacío emocional de la pérdida, sino también el físico en la casa. Su enorme presencia mantuvo con vida la menguante personalidad de aquella mansión, el carácter antaño vital y luminoso de la enorme construcción decimonónica, haciéndole más fácil el día a día en un hogar que cada vez le era mas extraño. Consejero, tutor, educador, servidor…amigo. Sabe que si alguien le ha echado de menos durante estos meses ha sido Alfred. Pero también sabe que él comprendía el motivo, y que su regreso, aunque temporal, hará florecer en su viejo y sereno semblante una sonrisa sincera por el inesperado reencuentro.
Encamina entre reflexiones sus pasos hacia la puerta principal y levanta el pesado gozne de bronce con rostro de fauno. Podría llamar al timbre, simplemente, pero añora el eco poderoso del roble de la puerta perdiéndose por las múltiples estancias de la casa, que siempre anunciaba la llegada del difunto señor Wayne al caer la noche. Tras de unos instantes de espera en silencio, unos pasos delatan la presencia de alguien al otro lado de la puerta. Un par de chasquidos sordos preceden al lento chirriar de las bisagras, y pronto el incipiente resquicio descubre la mirada inquisidora de un hombre ataviado de negro y blanco en un impoluto traje de corbata. Alfred le mira, tranquilo e inalterado, antes de entornar los ojos y dibujar en sus labios un gesto de incontenible alegría.
-Justo a tiempo, señor –su voz denota emoción, aunque trata de disimularla con un aire de seriedad fingida-. La cena está a punto de servirse.
Al abrir el grifo da nácar, una nube de vapor toma toda la estancia. La bañera rebosante es una reproducción a escala del río en los neblinosos días de invierno, con una fina capa translúcida suspendida justo por encima de la superficie. Ya casi había olvidado la reconfortante sensación que supone un baño de agua caliente perfumada con sales. El obsoleto transistor sintoniza una emisora de onda pesquera en la que suenan acordes clásicos de corte gótico. Alarga la mano para coger la agonizante barrita de incienso que prende lenta junto a él, y la apaga introduciéndola en el agua. Después se levanta, coge una toalla y la ajusta a su cintura. Los siguientes minutos los dedica con esmero a hacer desaparecer la desaliñada barba que le ha acompañado durante el último año. Después, ya en su habitación, escoge casi aleatoriamente algo de ropa de su generoso armario y, una vez vestido, dirige sus pasos a su “despacho”.
La bat-cueva conserva su esplendor, pese al año de inactividad. Las rocosas paredes húmedas se elevan majestuosas una decena de metros por encima del pétreo suelo, y una pequeña cascada de agua helada se precipita incansablemente en el extremo sur de la gruta. La iluminación es tenue, pero permite distinguir cada rincón con claridad: el panel de monitores, el cuadro de mandos, los rádares… y una plataforma elevada donde descansa la niña se sus ojos. Bruce Wayne se le acerca y lo acaricia, sonriente.
-Él también le ha echado de menos, señor –le sorprende Alfred desde una esquina-, estoy seguro.
El batmóvil. Una joya de aleación ligera resistente a balas y cargas explosivas diseñado por Industrias Wayne por encargo de un misterioso pero acaudalado cliente de las Islas Caimán, al parecer aficionado a las incursiones en frentes de guerra… que descansa a escasos kilómetros de donde fuera concebido, en manos del ilustre y pacifista dueño del emporio Wayne. El batmóvil. Una sombra invisible a los radares y detectores de movimiento equipado con la última tecnología en armamento tierra-aire y tierra-tierra capaz de desarrollar velocidades por encima de los 300 km/h, aliado inestimable en la lucha que el señor de la noche mantiene con el crimen organizado de Gotham…
>>El batmóvil. Batman sabe que todo pasa por llegar hasta él, pero la veintena de hombres que le rodean no se lo van a poner fácil. Sus rostros irradian maldad y desesperación, mientras sonríen de forma casi clónica clavando sus ojos en los de su presa. Estudia sus posibilidades en un análisis vertiginoso del contexto y su situación y determina que, dadas las circunstancias, un ataque frontal puede ser la opción correcta. Antes siquiera de que los hombres puedan apreciar sus movimientos, Batman extrae de su cinturón dos batarangs que lanza con precisión a los dos enemigos más cercanos. El impacto es letal: los cuerpos se desploman inertes frente a él ante la atónita mirada del resto. Un gigantón greñudo al que le faltan casi todos los dientes ruge y embiste contra la sombra alada. Batman lo esquiva sin demasiado esfuerzo y golpea su espalda con el codo a su paso. La mole cae de bruces arrastrando su enorme panza un par de metros por el suelo, inconsciente. Antes de que acabe la escena, alguien agarra al murciélago por la espalda tratando de inmovilizarlo. Batman lucha por zafarse y descubre la presencia cercana de un encorvado hombre de rasgos asiáticos que esgrime con una nada desdeñable habilidad un machete de interesantes proporciones. Sus miradas se cruzan unos instantes y el hombre lanza una rápida estocada directa al pecho del héroe. Usando a su inmovilizador como punto de apoyo, eleva su cuerpo en el aire y lanza un enérgico puntapié al rostro del hombre armado. Acto seguido impulsa la cabeza hacia atrás acertando en el mentón del individuo, que recula y libera a su enemigo. Batman se gira veloz impulsando su pierna izquierda con la cadera para propinarle a media altura un golpe seco y demoledor. Uno menos.
>>Algunos de los hombres restantes deciden que es mejor huir que enfrentarse a sus miedos, y se internan raudos en las sombras lejos del alcance del señor de la noche. Los que aún conservan algo de valor, o son tan imprudentes como para intentar vencer en el cuerpo a cuerpo a alguien que casi les dobla en estatura, hacen piña en torno a Batman. Se organizan con intención de llevar a cabo un ataque conjunto que no pueda repeler y avanzan con lentitud estrechando el círculo en torno del héroe. Éste los mira impasible girando sobre sí mismo, y eleva después la mirada a las alturas en lo que podría interpretarse como un gesto trascendente a modo de plegaria. Nada más lejos. La sombra sonríe socarrona y dispara un certero tiro con uno de sus gadgets a una cornisa cercana para elevarse después velozmente por encima de las cabezas del grupo, que se abalanza sobre él lo suficientemente tarde como para rozar sus botas con la punta de los dedos. Desde allí, un salto hasta el edificio de enfrente. Uno más. Y otro. Y otro. Pronto puede observar la escena desde las alturas, como lo haría un azor con sus presas antes de abalanzarse sobre ellas.
>>A salvo por fin, recogido sobre sí mismo y en calma, la gargolesca figura traza visualmente un vuelo descendente que le lleve a su corcel de metal negro, escondido algunas decenas de metros más bajo. Abre sus alas y se descuelga ingrávido, a lomos del viento, fachada abajo. Mientras crecen paulatinamente en sus pupilas los objetos que antes sólo insinuaban formas en el asfalto, piensa en quién es y en por qué hace lo que hace. La respuesta se dibuja clara en su mente. Una sonrisa dantesca. Dos disparos. Dos cuerpos inertes. Un llanto desconsolado. Una vida solitaria…Una venganza.
>>Entra en el batmóvil y se siente a salvo, inexpugnable. Enciende el contacto y el rugido silencioso del motor le da la bienvenida…
Anhelaba su canto áspero y violento, mezcla de combustión y música metálica. Siente el tacto frío y suave del volante en sus dedos, casi como si acariciase la tersa piel de alguna de sus amantes. Alfred le observa desde fuera.
-Han nacido el uno para el otro, señor- apunta-. No cabe duda.
Apaga el motor y el silencio vuelve a la batcueva. Permanece un segundo inmóvil dentro del coche, y después desciende pausadamente. Avanza decidido hasta su butacón giratorio de cuero negro y toma asiento.
-He llegado a extrañar realmente este lugar –dice, casi para sí.
-El tiempo se ha detenido en su ausencia. No es que el ritmo en esta casa acostumbre a ser vertiginoso, pero sus quehaceres diarios suponían gran parte de la actividad habitual entre estas cuatro paredes. Desde su marcha, señor, la monotonía ha sido la nota dominante.
-Siento de veras que todo ocurriese así, Alfred –responde Bruce, mirando a los ojos al enjuto mayordomo-. Me habría gustado poder avisarte, o al menos despedirme como es debido. Pero por desgracia las cosas no acontecen como a uno le gustaría que lo hicieran. Este último año he tenido tiempo para reflexionar. Sobre todo para reflexionar. He pensado mucho en mi identidad, en mi lucha, en mis anhelos y en mis temores.
-¿Y ha concluido en algo, señor? –pregunta Alfred.
-No lo sé –la mirada perdida del hombre murciélago emana incertidumbre, mezclada con nostalgia-, para ser honesto. Al final de cada pensamiento la constante solía ser la contradicción. Muchas noches, cuando la sangre me pedía a gritos acción, luchaba conmigo mismo para refrenar el impulso en la creencia de que así podría purgar mi alma de los tormentos a los que la hube sometido. Pero detener lo inevitable no es fácil, Alfred. Hasta hace algunos meses, los que la luna ha permanecido huérfana de compañero en la oscuridad, tenía claro cuál era la senda que guiaba mis pasos. Cuando el grito de ayuda manchaba la negrura del cielo, el murciélago desplegaba sus alas y caía en picado sobre el delito y la injusticia. Encontraba en ello un placer difícil de describir, casi irracional. Pero, ¿hacía lo correcto? O sea, ¿tenía derecho a interferir de forma egoísta en la labor de otros por pura satisfacción personal? Hubo un momento en que sabía sin ningún género de dudas que tras de la máscara había un hombre. El sentimiento de venganza, justificada, movía mis actos sin más aspiración que la liberación del espíritu. No pretendía llegar más allá. Buscaba reconciliarme con mis miedos para teñir de color mis recuerdos, y en la búsqueda caerían tantas fichas como fuera necesario para derribar el dominó de la redención…
Batman silencia sus palabras en un suspiro ahogado que nada tiene que ver con nostalgias o recuerdos. Una tos seca y asfixiante enrojece por unos instantes el rostro de Bruce Wayne; pero antes de que Alfred, alarmado, pueda acercarse a golpearle la espalda, se recupera y prosigue con su reflexión.
-No sabría decir en qué punto del camino me aparté de mi objetivo. Dónde exactamente dejé de perseguir un sueño para guiar el carruaje de las pesadillas de otros. Sólo sé que al final de todas las cosas por las que luché, detrás de todo aquello que movía mi ambición, no pude encontrarme a mi mismo.
Alfred medita sus palabras en silencio. Por primera vez después de muchos años, el intimidante señor de la noche le recuerda a aquel crío desprotegido que arropaba antes de dormir, para después leerle un cuento. Su mirada fría y segura brilla ahora con reflejos de incertidumbre. Avanza lentamente por el suelo pulido de la cueva, hasta llegar a la altura de su protegido; luego alarga la mano y la apoya firmemente en su hombro. Su semblante cuasi octogenario, sereno, inspira de pronto en Bruce Wayne una calma y una confianza que creía perdidas para siempre. Una sonrisa sincera se dibuja en la cara del mayordomo, que sentencia:
-Bienvenido a casa, señor.


4 comments:

Anonymous said...

tio, las letras son minusculas no puedo ni leerlo

Wildwood said...

Jejejej... da la cara, anónimo comentarista miope. Las letras son pequeñas sí, pero es que si no se extendería kilométricamente...y en mi portátil pequeño pqueño se lee bien. Jejejeje.
Esperaba un comentario del texto, no obstante. Así que a leer, y a comentar, anónimo seguidor.
Gracias por colaborar.

Anonymous said...

Vale, ahora ya lo he podido leer. Es original tuyo? Muy bueno, Jon

Wildwood said...

Hombre Jon!! Jejejej...así que reas tú...muy bien hombre, uno de mis más fieles seguidores.
Pues sí tío, es el segundo episodio de una hitoria de Batman escrita por un servidor, cuya primera parte está dentro de la sección "Literatura Wildwoodiana".
Por cierto, los origenes de esta historia están en mis ratos ociosos en la venta externa de HIspamóvil...jejeje.
Saludos chaval.