Saturday, January 12, 2008

La música del Leviatán


Acabo de empezar El país de las últimas cosas. No es que me haya propuesto leer a Auster en exclusiva, ni que ningunee al resto de literatos de postín que se esconden entre los prolijos bestsellers de las Casas del Libro o las Fnacs de turno. No. Es sólo que, como a otros les ocurriera antes, me encuentro inmerso en una de esas épocas de mi vida en que cierto aspecto de la misma -lease aquí literario- brilla con cierto tono característico. Picasso vivió de su época rosa durante años, y Spielberg -desde Minority Report, bodrio entre bodrios- de su época azul, felizmente finalizada con Catch Me if You Can -excuse my English; the use of it I mean, not the language itlself.
Desde mi último post dedicado al autor norteamericano algunas cosas han cambiado. Otras no tanto, pese a lo que pudiera parecer. Entre las primeras se encuentran mis expectativas respecto de su obra, aunque si tenemos en cuenta mis propios comentarios de hace algunas semanas la novedad no debería ser tal. Auster vuelve de nuevo a sorprenderme con cada título, escapando de su persistente "estilo" para refugiarse en sorpresivas narrativas autosuficientes que demuestran lo versátil de una pluma que ha sabido evolucionar durante todos estos años en pos de una pluralidad de alternativas lectoras que pudiesen satisfacer al más selectivo de los devoradores de palabras. Y entre ese otro grupo de cosas que no me llevaron a la sorpresa podríamos citar la persistencia de su carácter directo, que esperaba, como así fue, siguiese presente en cada uno de los títulos de los que he podido disfrutar en este tiempo.
Vayamos por partes. Leviatán, a la que me dediqué gozoso poco después de digerir Mr Vértigo, resultó ser un texto desprendido que huía premeditádamente de lo introspectivo en favor de lo descriptivo -emocionalmente, tambíen, hablando-, cuando la propia estructura de la novela, a caballo entre lo biográfico y lo emocional, parecía hacer esperar lo contrario. Su protagonista traza una recta que discurre entre un punto de su vida y el final de la de un amigo para, sin apartarse de ella, entremezclar las experiencias de ambos y sus connotaciones, consecuencias y particularidades con la sinceridad de quien relata lo que conoce y siente, a partes iguales. Leviatán es un libro dentro de otro libro, o uno de esos textos shelleydianos -como Frankenstein, vamos- que se ampara en su estructura para dar verosimilutud al conjunto -tal que si de una muñeca rusa se tratara. Así, el relato del protagonista se viste de observación casi omnisciente de los actos que llevará a cabo el auténtico personaje principal de la obra, para que todo cuaje al final dentro del esquema elegido por Auster.
En lo que respecta al argumento, cabe decir sin resultar demasiado explícito, que el autor supo añadir al conjunto los suficientes elementos de realidad -como suele acaecer cuando hablamos de Auster-, ficción -no alejada de lo verosímil- e intriga -taimada, para no caer en los límtes del relato detectivesco- como para dar forma a un texto completo y atrayente casi desde su primera página. El primer fragmento presenta la historia con tal énfasis argumental que uno no puede dejar de desear saber qué puede llevar a alguien tan aparentemente normal a ser destrozado por su propia bomba casera. Todo lo demás es un devenir de etapas dentro de la historia que desentrañarán poco a poco cada uno de los episodios que conforman la historia completa de semejante planteamiento inicial, de semejante excusa narrativa para presentar historias personales, sentimentales, sociales, profesionales e intelectuales en un marco como Nueva York -¿os suena?- y alrededores.
La música del azar es otra cosa. Anque como decía no esperaba menos. Auster gira de nuevo en medio de mis expectativas y se aleja de todo lo leído hasta el momento. Empieza con una novela de carretera, de esas que narran las peripecias de un viajero solitario a lo largo del país, para acabar en un texto fríamente realista, casi gótico, que describe una situación posible pero poco probable en la que los límites de la persona y sus reencuentros se ponen a prueba. La extensión del texto está medida a tal efecto, y por primera vez en mi experiencia austeriana la Gran Manzana no está de fondo en el relato, pero el libro no decepciona en absoluto e incluso el final, desconcertante por insatisfactorio, resulta una vez digerido apropiado para la propuesta temática y estructural que propone la obra. Argumentalmente el libro es atractivo, sencillo a la par que elaborado, y lo suficientemente original como para que cada uno de sus pasajes deje un poso en la memoria del conjunto.
No pretendo desmenuzar con excesivo cuidado o ambición unos textos que están al alcance de todo el que quiera acercárseles con la curiosidad propia de quien sabe que, a poco que alcance a apreciar todo eso que yo supe ver en Paul Auster desde su primera lectura -de la que Perenzal siempre podrá sentirse responsable-, podrá disfrutar de una experiencia profunda y accesible a partes iguales. Me basta tan sólo con despertar la curiosidad del lector casual y con resaltar, una vez más, las cualidades de un autor que no deja de sorprenderme y de reafirmarse en su estilo actual y atrayente con cada nuevo título al que tengo acceso. Como dije en su momento, cada vez estoy más cerca de conocer a Auster, aunque para ello no necesite, como parece que será, recurrir a toda su obra. Por ahora, sin embargo, seguiré inmerso en sus primeros textos para seguir conformando su retrato a base de países que se acaban y libros que ilusionan. Literalmente.

3 comments:

Perenzal said...

Como no podía ser menos, el post me parece genial. Hay algo muy difícil de comprender en los libros de Auster, asociado al laberinto de Borges quizá, y es que su lectura surge de los vagabundeos por la Gran ciudad, alguna, o, en realidad, cualquiera de ellas. Es en las idas y venidas que llegan a confundir a la mente, a enajenarla del día y la noche cuando languidece en el metro y lee, es entonces, digo, cuando el sentido de las obras austerianas se clarifica. Cada cual debe reconocer ese significado oculto, (para mi hermana siempre fue motivo de una desbordante exaltación, para mi siempre lo fue de una angustia devastadora). La obra de Auster solo tiene sentido en Nueva York, y aunque se escape de ella, siempre está presente, como un ominoso horizonte del que nunca puede desprenderse, como esa substancia incomprensible que S. Lem describe en "Solaris". Nuestra substacia.
Por cierto, Wildwood, has llegado a límites inauditos en tu prosa, de muestra este botón:

"Auster vuelve de nuevo a sorprenderme con cada título, escapando de su persistente "estilo" para refugiarse en sorpresivas narrativas autosuficientes que demuestran lo versátil de una pluma que ha sabido evolucionar durante todos estos años en pos de una pluralidad de alternativas lectoras que pudiesen satisfacer al más selectivo de los devoradores de palabras"

Santísimo dios de los ateos! Necesitas el Pulitzer ya!

Siempre me sentiré honrado de ser tu guía en el universo austeriano. Nos vemos.

Wildwood said...

De verdad, me has alegrado la mañana, Perenzal. Que por cierto vengo de un estudio donde me han hecho una prueba con sobresalientes resultados. La directora dice que me llamará...a ver si es cierto. Ah! Era con los Pokemon, con el personaje ceporrón ese del Team Rocket.:)
Respecto a tus halagos, mil gracias, zagal. Sabes que admiro igualmente tu facilidad literaria, y que otrora nuestras creaciones espontáneas en clase de historia o arte eran compartidas con entusiasmo a la salida de aquello, eso que llaman instituto.
Como indico al principio, ando enfrascado con El país de las últimas cosas, así que a no mucho tardar tendrás nueva entrega postera de mis impresiones auterianas.
De nuevo, saludos llenos de admiración, y nos leemos, gran Perenzal.

Perenzal said...

A ver si hay suerte tio!

Espero que seas la voz de Jacob!!!!!!

O-J-A-L-Á